ESPECTACULOS
‘SALVAJADA’

El tábano Quiroga

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Retorno. Desde el 25 de enero, los jueves a las 20 y los viernes a las 22.15, vuelve la obra de Kartun, dirigida por Luis Rivera López, que cuenta con las actuaciones de Valentina Bassi, Carlos Belloso y otros. | GZA. PRENSA PAULA FRANCO

Cada tanto alguna historia vieja, algún mito olvidado parece recuperar una vigencia muchas veces mayor que la que supo tener en su origen. Cosa rara. Como si se hubiese adelantado a su época y la esperara después ahí, paciente, en las líneas del relato.

Algo así sentí cuando hace algunos años di con “Juan Darién”, ese cuento extraordinario de Horacio Quiroga. Una metáfora tan explosiva sobre el odio al diferente; una imagen tan vigente sobre el miedo de la sociedad a esa fiera que ella misma ha engendrado; que parecía estar escribiéndose ahí mismo y comentando la realidad. Me zambullí a escribir su versión teatral en un reflejo de entusiasmo. Nunca, en los años que llevo escribiendo, una obra salió tan fácil ni tan rápido. Salvajada fue escrita en cinco días, con sus canciones incluidas. En estado de precioso embeleso. Ese fluido misterioso al que los artistas hemos vivido inventándole nombres y creándole mitos: musas, numen, ángel, inspiración, vena. Formas de explicarnos esa exaltación y sus caprichos, de entender el estro. Estro. De todos esos nombres que le hemos dado a la magia el que más me gusta, ya anacrónico, y feíto, digámoslo, es ese: estro. El estro poético mentaban los viejos vates. Y de su referencia reproductiva, hormonal, es, nada menos, de donde viene la palabra estrógeno. Pero tiene el término otra singularidad más grande todavía en su origen que es la que me conmueve. Porque estro es el nombre de un tábano que pica y desova en el ganado, que lo parasita. Eso que en el campo llaman bichera. Siniestra metáfora pero elocuente: estar inspirado es tener adentro presencias vivas. Bichos. Es inquietante, y no tengo sin embargo, mejor manera de explicar lo que me sucede (cuando sucede, claro). 

En Salvajada sucedió. El tábano Quiroga. Tenía yo, claro, una clave a favor: escribía para títeres, el mecanismo más poético de todos los teatrales. Ese que resuelve solvente a pura figura las exigencias más fastidiosas de cualquier realismo, por crudo que sea. Sí en la cabeza del espectador la realidad representada se arrastra, la figurada en cambio, vuela. El títere, –parte por el todo a veces, a veces metáfora pura–, es el arte-facto perfecto para crear convenciones. Y el teatro –al fin y al cabo– no es otra cosa que eso: una eterna fábrica de convenciones. Pero lo más notable de sus códigos –los del títere– es que una vez instalados tiñen a todo a su alrededor, y el otro lenguaje, el de los actores, el corporal –más inflexible siempre– gana con este arco iris una rara flexibilidad. A ver: si aceptaste la idea de que esa mano que aletea emplumada es un pájaro, nada resulta más fácil que aceptar luego que lo cace la otra mano del mismo cuerpo. Y si ese pájaro habla, nada más natural que pueda ahora el actor dialogar con él. La diferencia nunca bien ponderada en las artes entre lo verdadero y lo verosímil. No se trata de que la cosa sea verdad, se trata de que sea creíble. Claro, nada más fácil que ponerlo en teoría. Lo difícil es hacer que suceda.

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Cuando el Teatro Nacional Cervantes me propuso esta nueva versión de Salvajada (había tenido su estreno hace unos cuantos años en una puesta inspirada de Tito Lorefice), la acepté con la condición expresa de que en su dirección estuviese Luis Rivera López. Había sido simple escribirla porque pedir magia por escrito es de un facilismo algo cándido. Pero hacía falta ahora el prestidigitador. Los bichos Quiroga llegaron a Luis por vía de Salvajada. Convocó a un elenco estupendo. El talento de Mónica Felippa y Pablo Mariuzzi, la sensibilidad de Valentina Bassi y el histrionismo de Carlos Belloso, por nombrar solo a cuatro. Y en la puesta de Luis las alimañas aquellas del mito obedecieron su genética, habitaron a esos cuerpos, y por qué no, a esos títeres.

La temporada en el Cervantes resultó fuera de lo común, cuarenta funciones a sala llena. El día del estreno, sintiendo desde un palco la vibración de la sala no podía dejar de pensarlo: aquel tábano de 1920 había llegado vivo ahora a los espectadores. Ese misterioso atavismo vital de los mitos.

Reestrenamos en enero en el Metropolitan. Sueño bichera en la calle Corrientes.

*Director, actor y dramaturgo

Salvajada: Teatro Metropolitan