Vivimos en una sociedad que nunca se apaga. Los correos electrónicos, las notificaciones de mensajería instantánea y las plataformas colaborativas difuminan las fronteras entre el trabajo y la vida personal. Este fenómeno, potenciado tras la pandemia y la adopción masiva del trabajo remoto, ha encendido las alarmas sobre los riesgos del agotamiento, el estrés crónico y la pérdida de bienestar.
En este contexto surge con fuerza la tendencia del derecho a la desconexión digital. Esta práctica busca garantizar que las personas tengan tiempos reales de descanso y que no se vean obligadas a responder mensajes o atender demandas laborales fuera de su jornada. Países como Francia, España y Argentina han avanzado con legislaciones que regulan este derecho, y cada vez más empresas lo incorporan como parte de su estrategia de bienestar.
El impacto es claro: fomentar la desconexión no solo protege la salud mental, sino que también potencia la productividad sostenible. Diversos estudios señalan que el descanso adecuado mejora la concentración, la creatividad y la capacidad de resolver problemas. En contrapartida, la hiperconexión permanente genera burnout, desmotivación y aumento en la rotación de talento.
Las organizaciones más innovadoras están implementando medidas concretas, como: horarios libres de reuniones, políticas de no enviar correos después de cierta hora, jornadas flexibles y programas de educación digital para sensibilizar sobre la importancia del equilibrio entre trabajo y vida personal. Además, el liderazgo cumple un rol fundamental: no basta con tener políticas, es necesario que los líderes den el ejemplo y respeten activamente los espacios de descanso de sus equipos.
El bienestar organizacional en el futuro cercano se medirá no solo por salarios y beneficios tradicionales, sino por la capacidad de crear culturas saludables que respeten los tiempos de cada persona. El derecho a desconectarse deja de ser un lujo para convertirse en una necesidad en el mundo laboral moderno.
La verdadera transformación radica en comprender que cuidar el bienestar de los equipos no es un costo, sino una inversión en compromiso, innovación y sostenibilidad a largo plazo.
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Por: Verónica Dobronich
Especialista en Inteligencia Emocional y Educación Emocional
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