Cabe preguntarse qué garantía ofrecería la candidatura de Roberto Lavagna en las próximas elecciones presidenciales. Desde ya conviene aclarar que garantías no hay ni habrá, no por defectos del doctor Lavagna, sino por la complejísima y desastrosa situación del país. No hay recetas mágicas de ningún tipo.
Lo que sí hay es una estimación de lo mejor que pueda hacerse dado el actual panorama del país y de la perspectiva de la elección del año próximo. Y es aquí donde puede ubicarse con seguridad la candidatura Lavagna. Proviene del peronismo, que es la fuerza que —con grandes contradicciones—, continúa vigente, con capacidad de ofrecer personas políticas fuertes y apoyo popular en votos. El radicalismo parece agotado desde que tuvo que acoplarse a Macri, y las opciones de izquierda no presentan por ahora un frente suficientemente enérgico.
El ideal es que la llamada tercera vía, entre las dos opciones principales —Cristina o Macri—, pase a ser solamente una segunda vía, reuniendo la totalidad de lo que caracterizamos como peronismo: o sea Cristina y las propuestas de varios dirigentes como Massa, Urtubey, Pichetto u otros nombres
¿Es acaso posible esto? En teoría sí, pero debido a la fuerza electoral que posee Cristina, parece muy difícil que ella resigne su postulación en busca de otra candidatura "de unidad".
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Además no está planteada cuál sería esa candidatura de unidad, desde que debería decidirse en las PASO, según lo manifestado por los aspirantes. Y si se hace ese proceso de selección en las pruebas PASO, establecidas justamente para clarificar las opciones internas de los partidos, es difícil pensar que quien sea elegido ceda su lugar en favor de Cristina, que justamente es fuertemente cuestionada por su situación ante la justicia, entre otras críticas de fondo.
La situación de Cristina Kirchner presenta varios problemas: sin duda que no habrá inconvenientes para su posible candidatura y eventual elección, pero si continúan los procesos judiciales que la acusan su futuro encierra la posibilidad de la prisión, o de un indulto por su personalidad o su investidura, o de un exilio como alternativa. Todo creando una enorme confusión política y social en medio del caos que ya tenemos por la situación de miseria que vive el país.
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La posible candidatura del doctor Lavagna, de ser apoyada ampliamente, evitaría la demorada decisión a través de las PASO y simplificaría la reunión en una sola persona, en un solo nombre la proclamación de una candidatura que busque la unidad. Pero lograr la unidad como condición para proclamar el candidato es hacer un planteo que parece imposible. Porque están las ambiciones de los otros postulantes y la situación política indefinida de la realidad de nuestros días.
Un caudillo triunfante puede esperar que sus partidarios le rueguen una candidatura, pero estando en el llano eso es muy difícil. La situación de don Hipólito Yrigoyen a comienzos del siglo XX era muy diferente por el caudal político, la popularidad y la estructura partidaria con que contaba, y no parece que podamos compararla.
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Lavagna ya fue candidato en 2007 y sabe de los sinsabores de la derrota, puesto que salió tercero. Pero enfrentaba a Cristina Kirchner en su mejor momento con un planteo "radicalismo vs. peronismo" que no se adecuaba al momento histórico.
Ahora se trata de la opción entre la cruda política neoliberal, o la comunidad organizada del Justicialismo. El momento histórico se presenta para favorecer el triunfo de su candidatura. Arrastraría no solo parte del voto peronista cautivo, sino también el voto peronista disperso de personas de clase media y empresarios nacionales. Y de radicales y de desconformes con Macri.
Por eso, Lavagna se equivoca si espera una previa proclamación totalizadora, y debe —si tiene una actitud en pro de la salvación nacional—, aceptar el llamado que le hace la República y lanzar con claridad y energía su candidatura.