DESDE SAN PABLO. A punto de finalizar la semana, crece de manera singular la alarma de Brasil frente a un eventual conflicto entre Estados Unidos y Venezuela. “Hay gran preocupación y el presidente Luiz Inácio Lula da Silva sigue día a día la situación”, revelaron fuentes del Palacio del Planalto.
Con 10.000 efectivos distribuidos en bases de América Central, no debería extrañar que “Donald Trump autorice una intervención directa”. Es una inquietud legítima dada la extensión de la frontera entre ambos países: son 2.200 kilómetros. Lo notable es que los dos ríos más caudalosos del mundo, el venezolano Orinoco y el brasileño Amazonas están unidos a través de un canal natural de 326 kilómetros.
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Lo cierto es que hoy se concretó la primera reunión en la Casa Blanca entre el negociador de Estados Unidos, Marco Rubio, y el de Brasil Mauro Vieira, ambos designados por los respectivos gobiernos para la recuperación de las relaciones bilaterales.
El canciller brasileño tenía en carpeta tres prioridades para conversar con su colega: la primera es el reclamo de Lula da Silva de poner fin a las sanciones que sufre su país, por los famosos aranceles de 50% y el bloqueo de las visas para los miembros de la Corte Suprema. La segunda es la reunión presencial entre los mandatarios; y la tercera, es la ofensiva americana contra Caracas, capaz de provocar una “muy fuerte desestabilización regional”.
En Brasilia, la diplomacia se mantuvo cautelosa. Saben que cualquier desaveniencia puede dar lugar al “sabotaje” de la nueva amistad entre las dos naciones, después de sucesivas confrontaciones discursivas. Pero, como siempre ha ocurrido durante los gobiernos, también ahora y ante una eventual guerra, los brasileños afirman estar en condiciones de ofrecer ayuda para la solución pacífica de los diferendos.
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El gobierno norteamericano esgrime como objetivo de la fuerte presión militar, que ya ejercen en el entorno marítimo venezolano, la destrucción de organizaciones del narcotráfico. De hecho, hundió mediante bombardeo cinco barcazas y mató 27 personas, sin que hayan pruebas reales de que había contrabando de drogas. Así lo revelaron el New York Times y el Washington Post.
Todo parece conducir a un proyecto real de Trump: derribar al presidente Nicolás Maduro. Así parece dar a entender el envío de tres aviones B-52 americanos, con capacidad para el transporte de bombas nucleares. Esas aeronaves fueron vistas en sobrevuelos a apenas 145 kilómetros de las costas venezolanas. Según señalan los medios periodísticos estadounidenses, el Departamento de Guerra ya ha desplegado en la región buques con misiles y barcos con infantes de marina que estaban en las proximidades de Yemen.
Por ese motivo, tanto China como Rusia, aliados íntimos de Maduro, enviaron sendos mensajes de advertencia a la administración Trump. El embajador ruso ante las Naciones Unidas Vasily Nebenzya, quien ahora preside el Consejo de Seguridad de la organización, condenó la "presión sin precedentes y las amenazas militares" de Washington y alertó sobre no cometer el "error irreparable" de lanzar un ataque directo contra la nación sudamericana.
En su visión, las aeronaves que ayer circundaron indican que “se está produciendo una actividad militar estadounidense a gran escala, lo que amenaza directamente la paz y la seguridad regional e internacional”. De acuerdo con el periodista brasileño Jamil Chade “la tensión se ha convertido en un tema prioritario en la agenda de la ONU”.
El columnista juzgó que “la crisis llega en un momento de especial fragilidad de América Latina, lo que lleva a un colapso de los proyectos de integración regional capaz de frenar las ofensivas extranjeras”.