Si fuese boxeo, el campeón ganó por puntos, peleando de local, con el público a favor y tarjetas amigables. A Donald Trump le bastó meter el clinch en cada segmento del debate para interrumpir la exposición de un Joe Biden que perdió por momentos el hilo de la argumentación e incluso la compostura. Pero no se trataba, a priori, de una pelea por el título mundial. El primer cruce televisivo entre los dos candidatos a presidente de Estados Unidos fue una serie interminable de interrupciones, golpes bajos y epítetos desagradables, que desnudaron la mediocridad de los postulantes y la degradación de la cultura política más influyente de Occidente.
Nunca antes un presidente en ejercicio había cuestionado y desacreditado el proceso electoral como Donald Trump. Nunca antes el intercambio de ideas y propuestas políticas brilló tanto por su ausencia. Nunca la polarización había imposibilitado la cooperación bipartidista y el diálogo entre republicanos y demócratas.
El "payaso" Trump y el "nada inteligente" Biden: un debate lleno de ataques personales
En el debate, cada uno le habló a sus audiencias. Trump tuiteó y Biden linkedineó. El presidente impuso su estilo bravucón y se robó el debate saboteándolo indiscriminadamente. Le quitó el ritmo a su rival interrumpiendo sus exposiciones, ante un moderador más cercano a Francisco Lamolina que a Javier Castrilli. Biden cayó en la trampa, enojándose y mandando a callar a Trump; y riendo cuando oía mentiras, incluso cuando hablaban sobre la pandemia o la crisis económica, temas sensibles para el electorado.
Programáticamente, las ideas de Biden parecieron más sólidas: denunció que Trump busca derogar la Reforma de Salud de Barack Obama con la mayoría conservadora en la Corte Suprema; detalló su plan económico verde, y abordó la violencia policial contra los afroamericanos. Pero su estilo oratorio fue, quizás, el peor de un candidato presidencial desde que se televisó por primera vez un debate en Estados Unidos en 1960, cuando se enfrentaron Ricard Nixon y John Fitzgerald Kennedy.
Trump fue el candidato del pasado y no del futuro, del odio y no de la unidad. Optó por desacreditar a su rival y defender su gestión, sin explicar qué hará en un eventual segundo mandato. Y cometió el gran error de la noche, al no condenar a los supremacistas blancos. El presidente acusó a Biden de "socialista" y de votar a favor de la Crime Bill, que encarceló a miles de afroamericanos; mientras que el demócrata pidió que mostrara su declaración de impuestos y lo acusó por la muerte de 200 mil estadounidenses durante la pandemia. El show del horror terminó con un veredicto dividido. Si la estrategia del debate era convencer a los independientes o a los pocos indecisos, ambos fallaron.
La buena noticia es que el debate, como sucede habitualmente, no influirá demasiado el próximo 3 de noviembre. El electorado votará a Trump, a Biden o simplemente se quedará en su casa, asqueada por la degradación de un sistema político que una vez, allá a lo lejos y hace tiempo, lo enorgulleció.
LD/FF