En abril Javier Milei viajó a Florida y concretó su segundo viaje a Estados Unidos, de los seis que realizó a lo largo de 2025. La cita estaba pautada en Mar-a-Lago, la residencia de su declarado aliado hemisférico Donald Trump. Habían pasado casi tres meses desde que el magnate republicano se había cruzado con Milei por segunda vez en la ceremonia de asunción presidencial en Washington —un "privilegio" reservado hasta entonces a líderes como el salvadoreño Nayib Bukele—.
Milei llegó a la mansión veraniega —devenida en búnker político de Trump— con la excusa de recibir el premio "León de la Libertad", otorgado por el grupo conservador American Patriot, pero con un objetivo político claro: finalmente sacarse la foto con el flamante presidente de la superpotencia global y cristalizar su cruzada por los valores del "mundo occidental" como eje ordenador de su política exterior.
Sin embargo, durante la gala —que combinó farándula y política al estilo de la década del noventa—, el encuentro no se concretó. En medio de una situación confusa, Milei no llegó a cruzarse con Trump por apenas unos minutos, pese a la necesidad de exhibir respaldo internacional en un momento delicado. La sombra de la corrupción en torno a la criptomoneda $Libra seguía erosionando la imagen del "fenómeno barrial" que había llegado a la tapa de la revista TIME, mientras el Gobierno corría contrarreloj para fortalecer las reservas del Banco Central en el marco de las negociaciones con el FMI.
Más allá del fastidio con parte su delegación —encabezada por el canciller Gerardo Werthein—, el contexto internacional tampoco ayudaba. Estados Unidos acababa de anunciar el llamado Liberation Day y avanzaba en una nueva escalada arancelaria con China. Un incremento arancelario del que Argentina no estuvo exento. En ese tablero, el apoyo de la tercera economía de Iberoamérica se volvió un activo para la estrategia trumpista, que volvió a colocar a la región como prioridad geopolítica bajo una nueva doctrina de seguridad nacional que se formalizaría meses después, conocida informalmente como Doctrina Donroe (por la letra inicial del presidente estadounidense).
La foto de la alianza hemisférica entre los referentes del conservadurismo regional —reunidos frecuentemente en las reiteradas cumbres de Conferencia de Acción Conservadora (CPAC)— llegaría recién seis meses más tarde, esta vez en la Casa Blanca. Para entonces, Trump ya se había convertido en el socio mayoritario de Milei: no solo lo respaldó con un swap de USD 20.000 millones anunciado por el secretario del Tesoro, Scott Bessent, sino que, de manera inédita, se inmiscuyó en la política doméstica argentina al apoyarlo públicamente en la prueba de fuego del experimento libertario: las elecciones legislativas de octubre.

Durante 2025, la política exterior argentina pasó a funcionar como un espejo del proyecto político del binomio Milei, a pesar de las quejas que miembros del cuerpo diplomático comenzaron a filtrar en off. El alineamiento con Estados Unidos no fue el único vector: la centralidad otorgada a Israel como causa "moral y estratégica" y el giro hacia una diplomacia orientada a los negocios y las finanzas redefinieron prioridades históricas de la política exterior argentina.
Lejos de la tradición argentina de equilibrios, pragmatismo y multilateralismo activo, la política exterior de Javier Milei se estructuró como una prolongación del relato interno: ajuste, motosierra y ruptura con el statu quo en función de prioridades económicas e ideológicas del mandatario, abanderado de la “batalla cultural” contra el progresismo. Ese rol tuvo una expresión explícita en la figura del secretario de Culto y Civilización, Nahuel Sotelo.
De la mano del canciller Gerardo Werthein y bajo directivas estrictas de Balcarce 50, la Cancillería pasó a funcionar como una herramienta de acompañamiento del programa económico y de los alineamientos ideológicos del Presidente, relegando cuestiones históricas de la política exterior argentina, como la Cuestión Malvinas, que no estuvo entre las prioridades del Gobierno.
Milei, Trump y la diplomacia personalista
El vínculo con Donald Trump funcionó como el eje ordenador de esa nueva política exterior. Más que una relación bilateral tradicional, se trató de una afinidad política y personal, en la que Milei encontró un referente, un aval y una narrativa compartida. La admiración explícita, los guiños discursivos y la construcción de una agenda común reforzaron la idea de una “relación especial” con Estados Unidos, reinterpretada en clave libertaria.
"Muchas gracias Presidente por su amistad", le respondió Milei a Trump vía X, luego de que el estadounidense respaldara su Gobierno y una eventual candidatura a la reelección.
Pero esa diplomacia presidencial —centrada en el liderazgo y menos en las instituciones— relegó foros como la ONU, G20 o el propio Mercosur, y priorizó escenarios donde Milei pudiera desplegar su discurso ideológico. "La Argentina saluda la presión de los Estados Unidos y Donald Trump para liberar al pueblo venezolano", dijo recientemente el presidente argentino desde Foz do Iguazú, en relación a los bombardeos de EE.UU. en el Caribe, condenados por buena parte de la comunidad internacional (incluida la UE) por presuntas ejecuciones extrajudiciales. En la región, el alineamiento tuvo efectos colaterales: silencios frente a Venezuela, distancia con Bolivia y una relación tirante con Brasil, en un Mercosur atravesado por internas y por el frustrado acuerdo con la Unión Europea.
De esta forma, el alineamiento con Washington se tradujo en una coordinación política, económica y militar inédita que solo se remontan al menemismo durante el momento unipolar. Desde la agenda de Defensa (con la decisión final en favor de los aviones caza F-16 estadounidenses) hasta el respaldo a las reformas económicas, Estados Unidos apareció como el principal sostén externo del Gobierno. Sin embargo, ese acercamiento no estuvo exento de tensiones internas en la propia administración estadounidense, donde algunos sectores observaron con cautela los gestos de Trump hacia Milei, particularmente el lobby sojero.
Israel como "causa moral"
Si Estados Unidos fue el ancla estratégica, Israel se consolidó como la causa moral de la diplomacia libertaria. El respaldo político a Benjamin Netanyahu —perseguido por la Corte Penal Internacional por crímenes de guerra y de lesa humanidad en Gaza, incluido el genocidio— las votaciones en la ONU contrarias a la tradicional postura "equidistante" argentina y el anuncio del traslado de la embajada argentina a Jerusalén occidental excedieron el plano bilateral para inscribirse en una narrativa civilizatoria: Occidente versus sus enemigos.
Ese alineamiento reforzó la identidad internacional del Gobierno, pero también abrió frentes de tensión con el mundo árabe, con países del Sur Global y dentro de la propia Cancillería. Las contradicciones quedaron expuestas cuando empresas israelíes vinculadas a proyectos energéticos en Malvinas chocaron con el discurso oficial de apoyo irrestricto.
Diplomacia de negocios: Werthein, Quirno y el giro económico
En paralelo al alineamiento ideológico de Cancillería (ejemplificado en la polémica carta al cuerpo diplomático), la política exterior adoptó un perfil marcadamente comercial y financiero. Primero con Gerardo Werthein como canciller y luego con su sucesor, Pablo Quirno, figura clave en la articulación económica de Luis Caputo, la Cancillería se orientó a facilitar inversiones, abrir mercados y respaldar el programa de reformas.
El RIGI, la reforma laboral y la reforma fiscal se convirtieron en piezas centrales de la narrativa externa y fueron los temas que más circularon en los eventos más convocantes del año: desde el Día Nacional de China hasta el Council of Americas. La diplomacia pasó a acompañar el ajuste y a dialogar directamente con CEOs, fondos de inversión y actores del establishment global. Energía, extractivismo, Vaca Muerta y proyectos estratégicos ocuparon el centro de la escena.
El peso creciente de figuras como el autor de la "Diplomacia de la Libertad", Alejandro Nimo, y la influencia de gurúes económicos marcaron una diplomacia orientada a "acompañar el mercado", en detrimento de la negociación política clásica para un país emergente. Esa lógica expuso una contradicción central: mientras se reivindica la profesionalización y la eficiencia, se desmantelan espacios técnicos en embajadas. Este giro implicó un quiebre con la diplomacia política tradicional: menos negociación multilateral, más lógica de negocios; menos carrera diplomática, más perfil CEO.
Malvinas: el costo estratégico
Más que un cambio de enfoque, el balance de 2025 muestra una ausencia de estrategia libertaria sobre Malvinas. "No es una prioridad", deslizó una fuente del Palacio San Martín a principios de año, después de que se acrecentaran las críticas por el furcio del Presidente en el 2 de abril, cuando habló de los "deseos" de los isleños (y no de sus intereses). La política exterior de Javier Milei desarmó los carriles diplomáticos tradicionales sin construir un esquema alternativo de presión, negociación o disuasión frente al Reino Unido.
A lo largo del año, la inacción coincidió con hechos concretos. La llegada de un nuevo embajador británico en Buenos Aires, David Cairns, con antecedentes y vínculos con el sector energético —en particular con empresas como Equinor— encendió alertas en sectores diplomáticos y especializados en el Atlántico Sur.
En paralelo, avanzó la explotación ilegal de hidrocarburos en las cuencas cercanas a las islas, con actores como Navitas Petroleum y Rockhopper, según reveló PERFIL, a partir de licencias ilegales otorgadas por el Reino Unido. La cercanía política de Milei con el Reino Unido agregó ambigüedad al reclamo soberano. El Presidente manifestó su intención de viajar a Londres en 2026 e incluso deslizó la posibilidad de reunirse con Nigel Farage, referente de la derecha británica, lo que provocó la queja del Gobierno fueguino, que cuestionó la falta de una hoja de ruta clara para los intereses estructurales argentinos.
Multilateralismo en retroceso
Las decisiones adoptadas en otros frentes también podrían incidir indirectamente en el reclamo por Malvinas. El alineamiento automático con Estados Unidos e Israel, el traslado proyectado de la embajada argentina a Jerusalén y las votaciones en la ONU marcaron un distanciamiento con bloques y países que históricamente acompañaron la posición argentina en foros multilaterales.
"Sin dudas, por esto Argentina va a pagar las consecuencias en el sistema multilateral frente al mundo árabe. Es un cambio de 180 grados de la política que ha tenido el Estado argentino", opinó Juan Rial, abogado y profesor de Derecho Internacional Público en la Universidad Nacional de La Plata, consultado por PERFIL.
En diplomacia, advierten fuentes consultadas, los apoyos no son abstractos ni permanentes: se construyen y se sostienen. El repliegue multilateral argentino y su retórica confrontativa podrían debilitar, en el mediano plazo, la capacidad del país para sumar consensos en resoluciones clave sobre el Atlántico Sur.
El giro también impactó en el perfil argentino en los organismos internacionales. En la ONU, las posiciones sobre derechos humanos, el concepto de "memoria completa" respecto a la violencia política setentista y el retiro de la OMS marcaron una ruptura con consensos históricos. Argentina dejó de ocupar un rol negociador para alinearse de manera previsible con Washington e Israel. Ese repliegue del multilateralismo redujo márgenes de maniobra y erosionó la capacidad de construir apoyos transversales, especialmente en temas sensibles como Malvinas o la agenda climática.
China, lo nuclear y la soberanía en tensión
El balance de 2025 deja una pregunta abierta: ¿la diplomacia libertaria llegó para quedarse o responde a una coyuntura política marcada por liderazgos personalistas? Los beneficios del alineamiento con Washington —respaldo financiero, apoyo político, señales al mercado— conviven con costos evidentes: pérdida de autonomía, debilitamiento del multilateralismo y el retroceso de Malvinas en la agenda internacional.
Pero también en la relación con otros actores de peso en el sistema internacional, como China, el segundo socio comercial de Argentina y que forzó a Milei a mostrar pragmatismo frente a los insultos previos.
Aunque el vínculo comercial se mantuvo por necesidad, crecieron las tensiones en proyectos estratégicos, tecnológicos y espaciales. La política nuclear —con la privatización de Nucleoeléctrica y los acuerdos con Washington— reabrió debates sobre soberanía, autonomía y dependencia.
ML