La ofensiva militar de Estados Unidos en el Pacífico, disimulada bajo la lucha contra el narcotráfico, catalizó el enfrentamiento ideológico entre el presidente Donald Trump y los líderes de centroizquierda en Sudamérica, principalmente Nicolás Maduro y Gustavo Petro.
El planteo se superpone con un realineamiento geopolítico que favorece la cooperación militar con gobiernos de derecha o pragmáticos, como el de Daniel Noboa en Ecuador.
Venezuela. El epicentro de la confrontación ideológica se sitúa en Venezuela. El gobierno de Trump ha designado formalmente a la administración de Maduro y sus colaboradores cercanos como un “régimen criminal” y un “cartel del narcotráfico”.
La acusación más grave se centra en el supuesto plan para “inundar a EE.UU. con cocaína” con el fin de socavar a la nación, lo que justifica la ofensiva militar bajo la etiqueta de “narcoterrorismo”.
Este enfoque se materializa en una cuestión legal que justifica cualquier incursión. El Pentágono y la Casa Blanca consideran a Maduro un “fugitivo” de la Justicia estadounidense, acusado de narcotráfico desde 2020.
Con este escenario, Washington fundamenta la fuerza militar (incluyendo ataques letales a embarcaciones) sin necesidad de una declaración de guerra formal, argumentando que se trata de combatir una organización terrorista. La retórica oficial ha sido constante: el secretario de Guerra, Pete Hegseth, ha llegado a calificar a los objetivos como “el Al Qaeda del hemisferio occidental”.
Otro punto central que le permite este tipo de argumentación es que Maduro ejerce una presidencial ilegal ya que las elecciones fueron un fraude donde nunca presentaron las actas que permitieran determinar su triunfo.
Venezuela sostiene que las acciones militares de Washington son una “agresión” imperialista y una amenaza de “cambio de régimen”. Maduro y sus aliados denuncian que la lucha contra las drogas es solo un pretexto para confiscar los recursos naturales de Venezuela, especialmente el petróleo.
En realidad, el petróleo ya viene siendo explotado hace años por compañías estadounidenses como Chevron. Recién hace un mes tuvo que frenar su actividad en Venezuela por presión de Trump. Pero el líder venezolano evita tocar el tema.
Colombia. La relación de Trump con el presidente de Colombia, Gustavo Petro, un líder de centroizquierda que promueve un enfoque de “Paz Total” con los capos del narcotráfico y un cambio en la fallida estrategia antidrogas, se deterioró hasta un punto de crisis bilateral.
La tensión escaló en los últimos días con acusaciones directas por parte de Trump, quien tildó a Petro de “mal tipo” y “lunático”, llegando incluso a sugerir que el mandatario colombiano es un “líder del narcotráfico” por negarse a combatir a los carteles.
La disputa central radica en el modelo antidrogas. Trump representa la línea dura de la guerra tradicional, enfocada en la erradicación forzada. Petro promueve una visión más social y económica, centrada en la descriminalización de campesinos, indígenas y jóvenes, la sustitución de cultivos ilícitos mediante la inversión y el fin de la violencia con los narcos. Muchos dudan en Colombia de que esto funcione.
La administración Trump ha castigado la visión de Petro suspendiendo la ayuda estadounidense a Colombia y sancionando a miembros de su familia y gabinete bajo la acusación de estar involucrados en el tráfico ilícito de drogas.
Además, ante las amenazas militares de EE.UU. contra Venezuela, Petro ha asumido una postura de defensa regional, señalando que cualquier operación militar unilateral en Venezuela sin la aprobación de los países involucrados constituiría una agresión contra toda América Latina y el Caribe.
Ecuador. En fuerte contraste con las posturas de Colombia y Venezuela, la administración de Daniel Noboa, un liberal de centroderecha, ha optado por una profunda colaboración en seguridad con EE.UU., creando un alineamiento estratégico crucial para el nuevo enfoque en el Pacífico.
La escalada de violencia interna en Ecuador, atribuida a bandas criminales ligadas al narcotráfico, ha llevado a Noboa a declarar un “conflicto armado interno” y a buscar desesperadamente cooperación militar externa.
Noboa no solo solicitó la cooperación militar estadounidense, sino que ha manifestado que el país está “abierto a tener bases militares internacionales”. Este ofrecimiento convierte a Ecuador en un socio estratégico clave para el Pentágono.
La posibilidad de establecer una base militar en Ecuador consolidaría la presencia de EE.UU. en el flanco Pacífico, la principal ruta de la cocaína.