Un panfletista reparte pegatinas que rezan “Lula 13” con el rostro del ex presidente de Brasil y favorito en las encuestas, y su candidato a gobernador de San Pablo, la mayor metrópoli industrial de la región que sirve de centro neurálgico de la política brasileña. “Lula es uno de los líderes más importantes de América Latina. Va a gobernar para todos, incluidos los fascistas”, dice Carlos mientras continúa con su acto de militancia. Al lado, Fabio custodia un local comercial situado en la icónica Avenida Paulista, la arteria principal de la ciudad. “Voto a Jair Bolsonaro porque no voto a un ladrón”, aclara.
A una distancia caminable, la lluvia no impidió que los dos candidatos que protagonizaron la campaña electoral de alto voltaje hicieran sus cierres con una militancia frenética. A diferencia de Argentina, en Brasil no existe la veda electoral. Hasta el último suspiro los políticos hicieron todo para torcer a los indecisos de cara a las elecciones de hoy, las más polarizadas en décadas.
La de hoy es una cita con la historia para Brasil. El próximo inquilino del Palacio de Planalto tendrá el desafío de revertir la delicada situación de la primera economía de Latinoamérica donde 33 millones de personas están sumergidas en la pobreza y 9,7 millones desempleadas. Asimismo, el aumento de combustible erosiona el poder adquisitivo junto con la inflación de dos dígitos, y el descontrol de la deforestación de la Amazonía provocó el virtual aislamiento internacional. Además, la incertidumbre reinará hoy en torno a la violencia que caracterizó la campaña, con un creciente número de ciudadanos armados, en la que hubo insultos, enfrentamientos y hasta asesinatos por motivos políticos.
El último sondeo da a Lula el 50% de los votos útiles frente al 36% de Bolsonaro
El electorado. Según el Tribunal Superior Electoral, 156 millones y medio de brasileños (de un total de 215 millones) fueron habilitados para acercarse a las urnas electrónicas para elegir presidente, gobernadores de los 26 estados y legisladores federales, provinciales y de distrito. Se trata del mayor electorado registrado en la historia del gigante sudamericano, que creció poco más del 6% respecto de 2018.
El 53% son mujeres, lo que contrasta con la baja participación política y el alto porcentaje que constituyen del total de indecisos. Sin embargo, la elección es histórica para el feminismo, dado que 9 mil mujeres se postulan a cargos públicos, el máximo registrado. A esto se suma que por tercera vez, las personas transgénero, transexuales y travestis (0,02 del electorado) votan con el nombre que eligieron y que figurará en la credencial de elector.
Como todo presidencialismo, la figura presidencial toma mayor relevancia, y detrás se alínea el resto de los candidatos para favorecerse del arrastre electoral. Esa premisa definió la campaña electoral en Brasil. Incluso fue reforzada por la costumbre de “asociar” la imagen de un candidato desconocido al de otro más conocido. Un ejemplo es el caso del asesor en lenguaje de señas del gobierno actual, que se presentó en la papeleta como “Fabiano, el intérprete de Bolsonaro”. La imagen y la identificación numérica del candidato son dos claves para una parte de una población que cuenta con 14 millones de analfabetos. Estos, junto con los jóvenes de 16 y 17 años y los mayores de 70, no están obligados a acudir a las urnas, como el resto de la población.
La campaña electoral estuvo marcada más por el antagonismo y las acusaciones cruzadas que por la discusión de los programas de gobierno. Si bien son siete los candidatos a presidente que se midieron en el último debate presidencial, dos ocuparon el centro de la escena: el ex presidente y cofundador del Partido de los Trabajadores, Lula da Silva, y el actual mandatario de ultraderecha y líder del Partido Liberal, Jair Bolsonaro.
La vuelta de Lula. Tras haber sido excarcelado de una cárcel de Curitiba, en agosto de 2021, el ex presidente Lula da Silva (2003-2011) anunció que se presentaría a las elecciones a presidente por sexta vez. El autodefinido “joven de 76 años” fue habilitado a competir tras la anulación de sus condenas por corrupción dictadas en 2017, en el marco de la megacausa de Lava Jato que enardeció a la ciudadanía brasileña, que ya sufría el embate de la recesión y la ola de inseguridad.
Se puede votar entre las 8 y las 17 y los resultados se darán poco más de una hora después
El juez que lo condenó a nueve años y medio de prisión fue Sérgio Moro, luego ministro de Justicia de Jair Bolsonaro, quien capitalizó el descontento popular en aquel momento.
A pesar de pasar casi dos años en una celda, Lula se mantuvo como el político más influyente. Finalmente el Tribunal Supremo Federal (TSF) anuló las condenas por cuestiones de “forma”. Además, su titular consignó que el juez Moro actuó con “parcialidad” en el proceso, algo refrendado por el Comité de Derechos Humanos de la Organización de las Naciones Unidas. Así, Lula saltó la proscripción: si bien todavía mantiene un alto nivel de rechazo de una parte de la sociedad que lo asocia a la corrupción, volvió al ruedo político en estas elecciones. “Queremos volver para que nadie más ose desafiar nuestra democracia y para que el fascismo vuelva a las cañerías de la historia de las que nunca debería haber salido”, dijo al oficializar su candidatura.
El líder petista, casado en terceras nupcias con Rosangela “Janja” da Silva en mayo de este año, buscará apelar no solo a su base electoral sino también a capitalizar el “rechazo” cercano al 52% que reúne su rival ultraderechista, que lo llevó a obtener respaldos históricos, como el del ex presidente Fernando Henrique Cardoso, con quien tuvo grandes diferencias en el pasado. Su campaña se basó en su legado político, en virtud de haber sido “uno de los mejores presidentes de la historia de Brasil”, según definió, en relación a su gestión reivindicada a nivel internacional por haber sacado de la pobreza a más de treinta millones de compatriotas, una cifra que contrasta con el retroceso actual. Frente al establishment se presentó como un “viejo conocido” y destacó su mote de hábil negociador entre el gobierno y la sociedad, que consiguió tras convertirse en el “autor del milagro económico brasileño”, en el que la economía creció en línea con el boom de las commodities. Su talón de Aquiles, no obstante, sigue siendo el fantasma de la corrupción asociado a su partido. “Gracias a lo que hicimos para combatir la corrupción, fue descubierta y los culpables fueron castigados”, dijo a modo de defensa en el último debate presidencial.
Reelección. Si bien a los oficialismos les fue mal en las elecciones del escenario económico apocalíptico de la pospandemia, en el caso del presidente de Brasil se suman otros factores de preocupación. Jair Bolsonaro, el ex capitán del Ejército nostálgico de la dictadura militar (1964-1985) busca un segundo mandato. A pesar de haber sido diputado federal durante 27 años, el presidente insiste en que es un “político antipolítico”, una especie de superación de la clase política brasileña condicionada por la “izquierda podrida”, a la que asegura haber venido a combatir.
“Durante mi gestión hemos acabado con la corrupción sistémica que existía en el país. Entre 2003 y 2015, el período en el que la izquierda presidió Brasil, el nivel de endeudamiento de Petrobras alcanzó los 170 millones de dólares”, dijo el presidente en la reciente Asamblea de la ONU.
Tras cuatro años de gestión, el jefe de Estado que designó a más de seis mil militares en cargos públicos, convivió con una confluencia de crisis económica, sanitaria y ambiental que condicionaron su gobierno, marcado por los exabruptos y las amenazas a la institucionalidad. Su negacionismo frente a la “gripecita” del covid (con un saldo de 680 mil muertos) y la desregulación de la política ambiental que arrasó con la Amazonía, profundizaron el bajo nivel de aprobación hacia su figura, lo que representó la principal dificultad de su campaña.
Si bien también cuenta con el apoyo del lobby de las armas, del agronegocio y del vasto electorado evangélico, Bolsonaro supo que sin el apoyo de las clases populares, y con un Lula libre, no ganaría la elección. Ni siquiera con aprobar el subsidio Auxilio Brasil, un aporte de 600 reales a los hogares pobres que no ayudó a mejorar su imagen.
“Las acciones del gobierno no resultaron en una mejora o reducción del rechazo de los pobres hacia Bolsonaro”, aseguró el doctor en Ciencias Políticas y analista de riesgo político, Creomar Lima de Souza.
Las últimas encuestas. Según la encuesta de Datafolha previo a los comicios, Lula obtendría el 50% de los votos útiles (sin contar blancos y nulos), frente al 36% de Bolsonaro. Si se diera este escenario, el líder de centroizquierda lograría la hazaña extraordinaria de desbancar a su némesis en primera vuelta y evitar el ballottage, pautado para el 30 de octubre. Sin embargo, con un 2% de margen de error, el escenario está más que abierto.
La votación se extenderá de 8 a 17, y poco más de una hora después se conocerán los resultados. Para entender los resultados habrá que prestar atención a las regiones del gigante sudamericano. Según la medición, Lula ganaría en los principales distritos, como el nordeste y el sudeste (suman 109 millones de electores), mientras que Bolsonaro se haría fuerte en el sur del país, y habría un empate técnico en las regiones del norte y centro.
La refundación de la democracia. En un último atisbo de aferrarse al poder, el presidente de ultraderecha atacó la base de la democracia brasileña: el voto electrónico. Sus constantes denuncias sin pruebas de “fraude” ensombrecieron la campaña de polarización e incertidumbre sin precedentes. Esto motivó al juez supremo y presidente del Tribunal Superior Electoral, Alexandre de Moraes, una pieza clave en esta historia, a iniciarle un sumario por “difusión de noticias falsas”, entre otros.
En la recta final de la campaña, encuestas mostraron que Bolsonaro perdió el apoyo de gran parte de los militares en el caso de que –tal como amenazó– desconozca el resultado electoral con base en la presunta fragilidad del mecanismo de votación, que incluso fue reivindicado por la embajada de Estados Unidos en Brasilia. Ironía mediante, su principal aliado internacional también servirá de garante este domingo.