En esta cumbre de jefes de Estado sudamericanos, que culminó ayer luego de un día de deliberaciones, no todo salió como gustaría a quiénes la saludaron y promovieron. El presidente Lula da Silva debió responder a la prensa brasileña y extranjera, que percutió sin dar descanso en la misma tecla: las relaciones con Venezuela. Pero también le preguntaron por la Argentina y hasta dónde llegará la ayuda comercial que le prometió al país y su colega Alberto Fernández, para amenizar las fuertes turbulencias económicas y políticas que lo sacuden.
Hay múltiples versiones de lo que Lula dijo, o quiso decir. Lo cierto es que sus palabras están grabadas y son concretas. Como en otras oportunidades, desde que asumió hace cinco meses, reiteró ante los periodistas ayer por la noche en conferencia de prensa: “Ustedes saben que yo tengo mucha voluntad, mucha disposición a realizar todo el esfuerzo para intentar ayudar a la Argentina a salir de la situación en la que se encuentra; no sólo por causa del pago de una deuda que no fue contraída por el presidente Fernández; sino también provocada por una sequía que les causó un perjuicio de 20.000 millones de dólares”.
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Recordó entonces su último viaje a Hiroshima, donde fue convidado a participar en la reunión del G7. “Allí conversé con muchos presidentes para que juntos evite colocarles un cuchillo en el cuello”. Fue en ese contexto que mantuvo un diálogo “largo y bueno” con la directora del FMI Kristalina Georgieva. “Le mencioné en ese momento que ellos debían tener en cuenta la sequía sufrida por los argentinos y también la pandemia”. Al concluir le sugirió que “no exijan que la Argentina haga un sacrificio insoportable para resolver los problemas del FMI”.
Las gestiones de Lula para cumplir con el compromiso de ayuda, fueron también un eje de su reciente visita a Beijing : “Conversé entonces con el presidente Xi Jinping para ver si el Banco de los Brics (Rusia, China, Brasil, India y Sudáfrica) podía ofrecerse como garante de pago de la financiación que Brasil dará a sus exportadores”. El plan consiste en alargar los tiempos para el desembolso de dólares por parte del Banco Central de Argentina por las importaciones. “No es prestar dinero al país sino una garantía para el dinero que Brasil pueda financiar sus exportadores. Son millones de dólares que nuestros empresarios venden a los argentinos. Ellos tienen que recibir el pago en dólares y, por la falta de divisas, Argentina tiene problemas”.
Para Lula da Silva “tendría que haber un Swap para garantizar el futuro pago de la Argentina”, pero el Banco de los Brics debe cambiar un artículo que impide financiar “los bancos de países que no son afiliados. “Y en ese punto parece haber dificultades”.
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Con relación a Venezuela, las críticas locales apuntaron a la “excesiva familiaridad” con el que Lula recibió a Nicolás Maduro. Si uno se atiene a las palabras emitidas por las bocas presidenciales, el venezolano se mantuvo en la misma línea de quién había convocado a la cima de América del Sur. Como era de rigor, el mandatario caraqueño aceptó que esta cita sería de un estilo diferente a aquellas armadas por el “progresismo” en sus épocas de auge: en esta, como en las próximas reuniones de Unasur, quienes participen deben aceptar la “diversidad ideológica” de los gobiernos de la región.
Para los medios locales, Lula erró al plantear por un lado la defensa plena de la democracia y los derechos humanos, mientras que por el otro costado “decidió olvidar los delitos de tortura y represión” cometidos por el “régimen dictatorial venezolano”. A esto apuntaron también las críticas de dos de los gobernantes, el chileno Gabriel Boric y el uruguayo Luis Lacalle Pou. A ambos les pareció incongruente firmar una declaración conjunto en un, y al mismo tiempo, tener a Maduro entre ellos sin formular un cuestionamiento sobre la “represión y tortura vigentes en Venezuela”.
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Desde luego, el tema tuvo su impacto en la propia reunión presidencial. Esta periodista supo por fuentes gubernamentales que el “Consenso de Brasilia” firmado por los jefes de Estado no tuvo la profundidad y alcance que le hubiera gustado a los organizadores brasileños. La coincidencia política se expresó en estos términos: “América del Sur constituye una región de paz y cooperación, basada en el diálogo y el respeto a la diversidad de nuestros pueblos, comprometida con la democracia y los derechos humanos, el desarrollo sustentable y la justicia social, el Estado de derecho y la estabilidad institucional, en defensa de la soberanía y la no interferencia en asuntos internos”. Los cancilleres de los 12 países serán quienes lleven adelante la reconstrucción de Unasur, con la idea de que las propuestas se concluyan en un plazo máximo de cuatro meses.