En 1913, una casualidad histórica quiso que Viena fuese el lugar en el que coincidieron personajes como Adolf Hitler, Iosif Stalin, el dictador yugoslavo Tito, el revolucionario León Trotsky y hasta el padre del psicoanálisis, Sigmund Freud. Por entonces, en su mayoría eran jóvenes en busca de oportunidades que merodeaban las calles, cafeterías y plazas de la ciudad que los cobijó, entrelazó sus destinos y les dio el puntapié para protagonizar los movimientos políticos y sociales que marcarían el siglo XX.
Hace 110 años, la esplendorosa capital del imperio austrohúngaro era una meca cultural, literaria y artística. En ese momento la histórica “puerta” de Europa occidental que supo contener el avance de los otomanos atraía a millones provenientes de otras partes del gigantesco imperio compuesto por quince naciones y mas de cincuenta millones de habitantes.
Las ideologías de todo tipo (marxistas, sindicalistas, antisemitas) traspasaron las fronteras porosas y protagonizaron los debates de la época en los cafés, una parte crucial de la vida de los vieneses, convirtiendo a la ciudad en una caja de resonancia del descontento de las masas que se atestaban en los centros urbanos.
Del liberalismo al nacionalismo
"Viena fue la cuna de los nuevos liderazgos políticos que cuestionaron al liberalismo que no lograba controlar a las masas, de líderes antisemitas y pangermanistas, como Schönerer o incluso joven Hitler que vivía en Viena en ese momento", comenta a PERFIL la historiadora Camila Perochena.
De esta manera, la ciudad fue el lugar donde se gestaron los liderazgos que cambiarían la historia política mundial. En especial el reconocido Café Central, que fue testigo de encuentros entre clientes que luego saltarían a la fama, siendo éste el espacio donde se conocieron el intelectual Trotsky y el obrero Stalin, devenidos en enemigos que se disputaron el liderazgo posterior a la Revolución Rusa (1917), el faro de las revoluciones. También lo frecuentaba un pintor frustrado que no llegaba a fin de mes, Adolf Hitler, quien se convertiría en el dictador de la Alemania nazi que obligaría a emigrar otro de los clientes del café vienés, el entonces reconocido médico Sigmund Freud, padre del psicoanálisis.
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Viena: el hogar de Hitler, Stalin, Trotsky, Tito y Freud
Enero de 1913. Lugar: Café Central. Calle Herrengasse 14, Viena, Austrohungría. El exiliado revolucionario ruso Lev Davidovich Bronstein, alias Trotsky, era habitué de ese espacio en el que fluían las ideas heredadas de Marx y Lenin.
El peso gravitacional del escenario cafetero era tal que llegó a los oídos del entonces canciller del imperio austrohúngaro, el conde Berchtold. Según una famosa anécdota, el ministro discutió con un político local respecto a las posibilidades de una revolución en Rusia, a lo que respondió: "¿Y quién liderará tal revolución? ¿Quizás el señor Bronstein desde el Café Central?".
Ahí fue donde se encontró con quien marcaría su destino final: Stavros Papadopoulos, conocido después como Iosif Stalin, un obrero compatriota que había llegado hacía poco a la ciudad con los apuntes de "El marxismo y la cuestión nacional", bajo el brazo. Papadopoulos fue uno de los nombres falsos que usó Stalin, nacido Iósif Vissariónovich Dzhugashvili y renombrado "Koba" por sus amigos.
"Nada en sus ojos transmitía amistad", dijo Trotsky, el fundador del Ejército Rojo (premonición mediante) respecto al primer encuentro con ese hombre "bajito, delgado y de piel grisácea" de origen georgiano que le ganaría el liderazgo de la Unión Soviética.
Otro de los obreros que probaban suerte en Viena en esa época era Josip Broz, un joven croata que más adelante saltaría a la fama como el mariscal Tito, creador de Yugoslavia y el Movimiento de Países No Alineados en el marco de la Guerra Fría, y, ante todo, y ferviente opositor al expansionismo soviético estalinista. En 1913, en tanto, era un trotamundos que trabajaba en la fábrica de automóviles Daimler en Wiener Neustadt, al sur de Viena.
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Por su parte, el médico psicoanalista recibido en 1886, Sigmund Freud, ya era famoso, a diferencia de los otros personajes con los que compartió las calles vienesas. Hasta tenía su propia clínica en la calle Berggasse. Si bien acudía al Café Central, prefería el elegante Café Landtmann, cercano a la universidad donde daba clase.
La cuna de los nuevos liderazgos
"Las multitudes, emergieron como un actor político que pusieron en jaque a la democracia liberal. En ese contexto surgieron distintas teorías sobre qué hacer con las masas. Como el individuo en masa se comporta de manera irracional, se necesitaba liderazgos que pudieran apelar a esas emociones", agrega Perochena.
Uno de los que capitalizaron estas ideas fue Adolf Hitler, otro de los clientes del Café Central en 1913; un aspirante a pintor que no llegaba a fin de mes y que veinticinco años después anexaría Austria a la Alemania del Tercer Reich, tras el desmembramiento del imperio austrohúngaro en 1918. Hitler vivía en una pensión en Meldermannstrasse, junto al río Danubio, un lugar que casualmente serviría de frente de batalla y albergaría a millones de muertos en el marco de la Segunda Guerra Mundial.
En ese escenario, posteriormente Stalin encargó el asesinato de Trotsky e intentó lo mismo con Tito, uno de los líderes que se resistieron al avance de los nazis al igual que el líder de la URSS, el gran artífice de la caída de Hitler. Previamente, el dictador nazi había forzado al exilio a Freud, el notable médico moravo de origen judío, en 1938.
CDI / MCP