Ecuador va hoy a las urnas en un escenario electoral atípico: aunque el gobierno de Rafael Correa atraviesa uno de sus peores momentos políticos en una década de gestión, el candidato del oficialismo, Lenín Moreno, llega como favorito a estos comicios presidenciales. La única incógnita es si el ex vicepresidente y delfín de Correa logrará o no imponerse en primera vuelta contra los opositores de centroderecha que lo persiguen en las encuestas: el banquero Guillermo Lasso (CREO-SUMA) y la ex periodista Cynthia Viteri (Partido Social Cristiano).
Las elecciones ecuatorianas tienen además una significancia regional: un triunfo sin ballottage de Moreno sería un bálsamo para las fuerzas de izquierda y centroizquierda latinoamericanas, que vienen de pasar un annus horribilis signado por la derrota del kirchnerismo en la Argentina, la destitución de Dilma Rousseff en Brasil, el No a Evo Morales en el referéndum de Bolivia y la crisis cada vez más profunda del chavismo en Venezuela. Una victoria del correísmo marcaría una contratendencia aliviadora para dichas fuerzas.
Al igual que en la Argentina, en Ecuador es necesario obtener más del 40% de los votos y ganar por más de diez puntos de diferencia para evitar la segunda vuelta. Un promedio de las últimas encuestas de las tres principales consultoras del país (ver infografía) otorga 34% a Moreno, 19% a Lasso y 14% a Viteri. Sin embargo, la contienda seguirá abierta hasta último momento debido al alto porcentaje de indecisos. Al cierre de los sondeos, cerca del 30% de los ecuatorianos no sabía aún a quién votar, lo que también habla de la singularidad de estos comicios en un país en el que la polarización política ha sido la norma en los últimos diez años.
La Constitución le impide a Correa ir por su re-re-reelección. En 2009 y 2013, el mandatario ganó las elecciones con el 52% y 57% de los votos. Aquellas victorias fueron fruto de un programa económico que sacó a un millón de personas de la pobreza, redujo los índices de desigualdad, logró pleno empleo y amplió la inversión social como nunca antes en la historia del país.
Esta vez, sin embargo, su partido, Alianza País, no llega a las urnas de la forma que hubiera deseado. Ecuador lleva casi dos años en recesión, producto de la caída de los precios internacionales del petróleo, la principal fuente de ingresos de la economía ecuatoriana. Tras haber aplicado una política modelo de desendeudamiento, Correa es hoy cuestionado por una creciente y multimillonaria deuda con China por vía de financiamiento directo o preventas petroleras.
Aunque el propio presidente nunca se vio envuelto en sospechas de corrupción, el gobierno afrontó en los últimos meses acusaciones mediáticas y judiciales contra varios de sus funcionarios. La última y más resonante de ellas involucra al actual vicepresidente, Jorge Glas. Al mismo tiempo, el estilo confrontativo de Correa, útil en los primeros tiempos de gestión para fortalecer su posición política, tampoco contribuye a despejar el desgaste natural de diez años en el poder ni el hastío de históricos votantes correístas que hoy reclaman, al menos, un cambio de tono por parte de quien suceda al mandatario.
Pese a todo, el oficialismo llega como favorito. “Aunque es cierto que la hegemonía política del correísmo se vio afectada en los últimos dos años, el proyecto de Correa tuvo mucho éxito en algunos aspectos claves desde el punto de vista electoral –dijo a PERFIL el sociólogo ecuatoriano Franklin Ramírez, profesor e investigador de Flacso Ecuador–. Logró romper con el tradicional clivaje regional de la politica ecuatoriana y articular una presencia territorial a escala nacional. Alianza País funciona como una coalición de facciones que tiene un núcleo duro de votantes de cerca del 30%”.
A eso se suma la fragmentación de la oposición: sus dirigentes intentaron emular el modelo de la Mesa de la Unidad Democrática (MUD) venezolana, pero terminaron prevaleciendo las diferencias personales. Por eso los comicios de hoy también son vistos como una suerte de primarias de la derecha ecuatoriana.
Déjà vu. Al analizar a Moreno como aspirante a la presidencia, es inevitable pensar en sus similitudes con la candidatura de Daniel Scioli en la Argentina. “Moreno nunca fue el candidato predilecto de Correa, sino el que le impusieron las encuestas –observó Ramírez–. Fue vicepresidente, es discapacitado y siempre mostró un carácter conciliador. Busca diferenciarse del estilo confrontativo de Correa y dialoga con todos: empresarios, sindicatos, partidos. Incluso tiene una visión económica menos intervencionista”.
Al inicio de la campaña, Moreno había asumido parte del discurso del cambio. “Pero, a medida que fue avanzando, no pudo despegarse del relato de la ‘década ganada’ –dijo Ramírez–. Esos vaivenes le quitaron consistencia programática-ideológica y generaron desconcierto en buena parte del correísmo”. Para Correa es capital que Moreno gane en primera vuelta: el ballottage se interpretaría como un mensaje inequívoco contra su legado y, por transición, contra su eventual regreso al Palacio de Carondelet.