A un año del retiro de Afganistán de las tropas encabezadas por Estados Unidos, el régimen talibán ha quedado fuera de foco de la comunidad internacional hasta la reciente ejecución en Kabul del líder de Al-Qaeda, Ayman Al-Zawahiri.
La pandemia y la invasión rusa de Ucrania capitalizaron toda la atención mientras el régimen talibán, en su regreso al poder, restringió las libertades de las mujeres como en ningún otro confín del planeta: se las priva de educación secundaria y no tienen acceso a ningún otro trabajo que no sea en los sectores de la sanidad o la educación.
Bajo las barbas de los fundamentalistas, las mujeres no pueden salir de sus casas si no son acompañadas por un varón, excepto que se trate de tramos cortos, ni ir por la calle con el rostro descubierto. Para las más pobres y vulnerables, incluidas las que carecen de tutor, el miedo a los castigos arbitrarios puede ser abrumador.
Desde el 15 agosto de 2021, cuando el caos se apoderó el país por la partida de las tropas y la desesperación de aquellos que querían huir, la economía se ha desplomado al menos un 30%. Los talibanes, no reconocidos en el exterior, recibieron sanciones y escasa ayuda del exterior.
La clase media de antaño se ha visto sumida prácticamente de la noche a la mañana en la pobreza y el hambre. Al menos la mitad de la población depende ahora de la ayuda alimentaria si puede conseguirla.
Una generación entera de afganos educados ha huido o está buscando una salida. No es de extrañar la desesperación por marcharse, dado que los talibanes llevan años persiguiendo a los profesionales de los medios de comunicación, la sociedad civil y el gobierno para asesinarlos.
Estados Unidos estaba convencido de que una aplastante victoria militar tras la voladura de las Torres Gemelas en 2001 iba a permitirle imponer su voluntad política en un país diverso. Falló en el cálculo.
BL PAR