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POBREZA

Agustín Salvia: “El estrés económico subió aunque el índice de pobreza baje”

El director del Observatorio de la Deuda Social de la UCA advirtió que la enorme mayoría de las argentinos no puede ahorrar y que a muchos no les alcanza para cubrir sus necesidades.

 Agustín Salvia
Agustín Salvia | Cedoc

El director del Observatorio de la Deuda Social de la UCA, Agustín Salvia, aseguró que, si bien hay una caída de la pobreza, no se registró una mejora en la capacidad de consumo de los hogares por la suba de los costos fijos. “El conurbano ha sufrido más esta situación de estrés económico”, dijo en Modo Fontevecchia, por Net TV, Radio Perfil (AM 1190) y Radio JAI (FM 96.3).

Agustín Salvia es investigador principal del CONICET, director del Observatorio de la Deuda Social de la UCA, sociólogo especialista en temas de estructura social, y especialmente en los hogares de menores recursos con exclusión juvenil, estrategias de evaluación de políticas sociales.

Lo estamos llamando porque el Presidente dijo este fin de semana que 11 millones de argentinos salieron de la pobreza del año pasado a este, y que la pobreza medida en forma interanual pasó del 54,8% en el primer trimestre de 2024 al 31,7% del primer trimestre de 2025, es decir, una disminución de más de 23 puntos porcentuales según las estimaciones del Observatorio de la UCA. ¿Esto es verdad?

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A ver, mirá, estamos hablando de un indicador estadístico que trata de representar las capacidades de consumo de los hogares y que se aproxima a los fenómenos de la realidad, y que no es la realidad. Y que, si bien cabe señalar que ha habido una mejora económica con respecto al primer trimestre, o primer semestre incluso…

Pero si comparamos primer trimestre del ‘24 contra el primer trimestre del ‘25, sin duda la situación es económica y socialmente mucho más estable, más equilibrada, con más baja tasa de inflación, con recuperación relativa de las remuneraciones, de las jubilaciones, y que los alimentos han caído por debajo del nivel medio de precios. Todo esto es cierto, lo cual habla de una mejora genuina en las capacidades de consumo.

Cualquier otro indicador —que no sea incluso los que permiten medir la Encuesta Permanente de Hogares— da cuenta de la recuperación de alguno de estos factores que intervienen sobre las oportunidades y potencialidades de consumo de los hogares. Sin embargo, el termómetro se desajusta en contextos de alto nivel de inflación y también se desajusta cuando baja la inflación.

El termómetro se desajusta cuando cambia el sistema de precios de una economía. Entonces, hace que, tanto por la dinámica de aumento de precios — hay un desfasaje entre el momento en que los hogares reciben un ingreso y cómo evolucionan los precios— o cuando cae la inflación, hay también un desfasaje entre el momento que se reciben los ingresos y se gastan. Este desfasaje, en términos metodológicos para la medición de la pobreza, hace que falle la precisión, por una parte.

El segundo aspecto que hace que se modifique el termómetro es que, si en ese contexto tenías las capacidades de consumo basadas en un conjunto de bienes y servicios de gasto corriente y/o gastos fijos, y los gastos fijos se aumentan por demás que los insumos de los gastos corrientes —algo así como transporte, comunicación, gas, luz, agua versus alimentos o vestimenta o productos de limpieza, cuando eso ocurre, efectivamente los hogares perciben que tienen más ingresos,, pero no tienen más capacidad de consumo, porque buena parte de ese ingreso lo tienen que destinar a consumos fijos. Y no tienen consumos corrientes.

Entonces, acá viene la paradoja: que en realidad, saliendo de la crisis del primer trimestre, no viene aumentando significativamente ese consumo de los hogares, porque hay que depositar más dinero en gastos fijos.

Es decir, que el informe de Pensar, del PRO, lo que marcaba es que el salario disponible después de pagar aquello que es obligatorio —que son los servicios públicos, la luz, el gas, los impuestos, el alquiler y las expensas— es 10% menor que en noviembre de 2023.

Es decir, antes de que asumiera Milei. Es decir que el aumento en aquellas cosas que nadie puede dejar de consumir es mayor que el aumento en aquellas cosas que la gente puede dejar de consumir. Entonces, la gente deja de consumir aquello que no es obligatorio pagar primero, entre lo que también está la comida.

Sí. En ese sentido, uno podría decir: los hogares, con respecto a la situación anterior al 2024, al promedio de 2023, en realidad tienen menos capacidad de consumo corriente que la que tenían en ese momento. Y las cifras parecen, por lo tanto, incluso por debajo. Las cifras de pobreza aparecen por debajo de esos valores. Pero lo que busca medir el índice de pobreza —que es esa capacidad económica de los hogares— lo mide mal, porque en todo caso mide consumos que devienen no por la mejora económica, sino por un cambio en el sistema de precios.

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Y, por otra parte, déjame agregar que también el INDEC mejoró durante el 2024 la medición o la captación de los ingresos de los hogares, lo cual, vis a vis una mejora estadística de medición que hay que valorar y reconocer, también afecta el valor de los índices y la comparabilidad de los índices en el contexto de la serie. No sé si se entiende.

No. ¿O sea que hubo un cambio en la asignación de los recursos por hogar que hace el INDEC a través de un algoritmo o de una asignación matemática distinta?

No, no el INDEC debería haber actualizado la canasta básica y el índice de precios, es un proceso lento.

Por ejemplo, el de la provincia de la Ciudad de Buenos Aires es distinto que el nacional porque le da menos consumo de diarios en papel, para poner un ejemplo.

Si, eso hay que hacerlo. Pero no me refiero a eso, porque una parte de esta mejora real, genuina, está asociada a que las encuestas que hace el INDEC, la Encuesta Permanente de Hogares, logran captar más ingresos que los que lograba captar antes.

Es decir, hay siempre un conjunto de subregistro de ingresos en los instrumentos de encuesta. Ahora logró captar más porque mejoró el instrumento, y porque la gente, o las personas, logró contestar más claramente, más completamente, todos sus ingresos. Entonces, hay menos subregistro de ingresos.

Perdón, o sea: ingresos que también estaban antes, nada más que no se registraban.

Exactamente. Podríamos decir que antes, en todo caso, la pobreza sería menor que la que se veía, si hubiésemos medido con el mismo instrumento, o con el mismo contexto —en este caso, mejoras en el instrumento y mejoras por la caída de la inflación—, hace que la gente conteste más ingresos que antes.

Entonces, parte de esta caída de la pobreza también se explica no solo por esta falla del termómetro en cuanto a no considerar los cambios en el sistema de precios, sino también por una mejora del instrumento de medición, que captura más ingresos que antes.

Ahora, la mejora es genuina. Pero entonces, ¿qué ocurre con la percepción, la autopercepción y con los consumos? Hay un indicador que generamos hace poquito, lo veníamos teniendo hace mucho tiempo, pero es autopercepción de insuficiencia de ingresos, que se denomina en el campo académico "estrés económico". Y el estrés económico aumentó en 2024, no disminuyó.

Qué interesante ese concepto de estrés económico. Me gustaría que lo desarrollaras.

Sí, es la autopercepción, a partir de la experiencia, de si el hogar pudo ahorrar o no durante el último mes y si le alcanzó o no para cubrir sus necesidades. Obviamente, las necesidades son distintas para distintos estamentos sociales, pero el parámetro de la experiencia permite captar a través de una especie de acuerdo intersubjetivo acerca de lo que es cubrir las necesidades.

Logra captar que todos los segmentos sociales en Argentina durante el 2024, salvo el ventíl superior, perciben un mayor estrés económico. Que significa que no pudieron ahorrar, o se redujo la capacidad de ahorro, y sobre todo —en el caso del estrés económico— que no les alcanzó para cubrir lo que necesitaban para las necesidades de consumo del mes.

Esto está correlacionado con este hecho que estábamos hablando, de que hay un cambio de sistema de precios. Correlaciona con que caen las ventas en los supermercados, que aumenta el endeudamiento con tarjeta de crédito y también los impagos de la tarjeta de crédito. Es decir, los hogares están pidiendo crédito para cubrir consumos que después no terminan pagando. Y el ingreso corriente no alcanza para cubrir los gastos corrientes.

El índice de pobreza medido por ingresos, a través de esta metodología de línea de pobreza que se usa habitualmente, falla. Está produciendo mediciones que no sé si se alejan o se acercan a la verdad. La verdad no la podemos aprehender tan rápidamente ni tan directamente. Pero lo que sí es cierto es que estamos haciendo comparaciones en el tiempo que no tienen la misma vara.

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Podríamos decir que el termómetro se rompió.

Y si no se rompió, por lo menos está afectado. Quizás nos permite medir de aquí en más con más precisión la pobreza, siempre y cuando no cambiemos alguna otra metodología. Pero las estadísticas en Argentina, Jorge, tienen este problema. No podemos reconstruir series históricas oficiales de datos sociales, de datos económicos y sociales, de más de cinco años, seis años. Cada gobierno, cada estructura política, cada ciclo político-económico altera ese termómetro de una u otra manera, haciendo que después no podamos comparar bien cuánto fue el éxito o el fracaso de su gestión.

¿Puede ser que se dé de manera distinta esa percepción en el AMBA que en el interior de la Argentina? Por ejemplo, me contaban en la ciudad de Buenos Aires que la cantidad de personas revisando contenedores es mucho mayor que la que había en 2023. Y las personas en situación de calle también es mucho mayor que la de 2023.

Ahí está toda la discusión si es producto de la población de la ciudad de Buenos Aires o que la ciudad de Buenos Aires es más amigable para personas en esa situación que puedan venir de municipios vecinos. Pero bueno, integrando el AMBA como un conjunto, más allá de distintas jurisdicciones políticas. ¿Puede ser que en el interior la situación de la pobreza sea distinta?

El fenómeno es bastante heterogéneo. La recuperación de los salarios es muy heterogénea. Se ha abierto mucho la brecha, la desigualdad al interior de la mejora de los salarios. Unos mejoran, otros empeoran, se estabilizan... esto también pasa en el interior en términos de que la actividad económica en algunas provincias, en algunas ciudades, ha quedado sostenida porque el Estado ha seguido manteniendo un gasto en inversión o gasto público, y esto hace que todavía se sostengan consumos. En otros, porque hay actividades económicas nuevas que son dinamizadoras. En otros, porque justamente bajan esas actividades productivas o económicas tradicionales y se produce un efecto más corrosivo.

En el Gran Buenos Aires tenemos un problema particular, efectivamente el estrés económico aumentó más. Pero aumenta más por varios factores. Primero, una gran cantidad de población, una gran concentración de población. En los conurbanos no tenemos un proceso económico de reactivación clara. La industria viene y la construcción han estado muy afectadas. Buena parte de la población del conurbano vive de la actividad industrial, de la actividad de la construcción, y eso genera la actividad de consumo en el comercio. Y todo esto estábamos viendo que estaba relativamente más paralizado.

Efectivamente, el conurbano ha sufrido más esta situación de estrés económico, incluso en donde la pobreza tiende a bajar menos, en términos de su medición actual. Y dentro de ese contexto, tampoco crece el empleo. Lo que está creciendo es el subempleo marginal, indigente. Esto que estábamos diciendo: la búsqueda de alimentos en contenedores o de la actividad informal, dedicarle más tiempo a la venta ambulante, al comercio informal, o a los servicios... en términos de tiempo dedicado al trabajo no registrado, informal, de baja productividad, pero con remuneraciones no mucho mejores.

Bueno, Argentina, en este shock de cambio de ciclo, de este fin de ciclo postconvertibilidad —y todavía en una transición a no sabemos qué—, está atravesando un proceso de empobrecimiento estructural mayor, , y de mayor desigualdad. A pesar de las mejoras que se han logrado en materia macroeconómica y de inflación, que son por demás valorables.

¿Se parece más al resto de América Latina?

Si, es casi sistemático el proceso. Es como si hubiese una fuerza natural a emparejarnos. Como si la tendencia natural de los procesos económico-político a nivel histórico fuese de convergencia. Argentina era un caso raro en América Latina, y tenía que converger hacia su estructura natural, a su estructura media.

Con un problema, que es que construimos instituciones, construimos expectativas, construimos cultura, educación, salud, proyectos de vida en una sociedad que hace 30, 40 años proyectaba todavía ser una sociedad parecida a los europeos. Y hoy por hoy, claramente, una sociedad fragmentada en tres, con un fuerte componente de clase media vulnerable. No ya en ascenso, sino muy vulnerable, que no va a desaparecer, pero que va a ser muy vulnerable.

Mientras que experimentamos en otros países un proceso de crecimiento, de expansión de esas clases medias, con procesos de mayor inclusión.

La convergencia se da con un descenso argentino y un ascenso de nuestros vecinos.

Exactamente. Y con una cristalización de 25, 30% de una sociedad que está en una economía informal que, intergeneracionalmente, podrá salir, pero generacionalmente no. Es decir, si uno pensaba en los discursos político-económicos y los proyectos de Alfonsín en los 80, o de Menem en los 90, o incluso de principios de los 2000 con Kirchner, esos segmentos se podían incorporar a algún proyecto de país, a un proyecto de desarrollo estratégico. Bueno, quedó claro que ninguno logró. Que cada ciclo genera un mayor nivel de expulsión, de exclusión, una nueva capa de exclusión.

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Y lo que tenemos hoy es la cristalización de una pobreza, de una economía informal pobre. Y el gran éxito de este gobierno ha sido —creo, sí, efectivamente—, cuando estábamos hablando recién, la tasa de indigencia, que está alrededor del 7%, que seguramente podrá llegar a bajar al 6-7%, tiene que ver con una mayor contribución de los programas sociales, una mayor asistencia social.

Se duplicó la Asignación Universal, las tarjetas Alimentar, las pensiones no contributivas… Todo esto ha hecho que haya mayor dependencia de ese segmento más pobre de la sociedad argentina de los programas sociales. Esto le ha permitido compensar la caída de los ingresos y la actividad laboral informal.

Pero, básicamente, no tiene —con base en esos ingresos— posibilidad de salir de la pobreza, ni mucho menos de llevar adelante un plan de vida de progreso social. Entonces, esa situación del 25-30% cristalizado en la pobreza y en la informalidad, va a estar por mucho tiempo. Y esperemos que no siga creciendo. Y que, intergeneracionalmente, la población vaya saliendo de esa situación.

E incluso con muchas dificultades en un contexto de un mundo que cambia tecnológicamente. Y donde las inversiones que puedan venir, de pequeña y mediana empresa y que puedan motorizar el mercado de trabajo en Argentina —bajo una hipótesis de que eso ocurra—, va a absorber a los segmentos de clase media que están hoy subocupados, con cierto nivel de educación y calificación, o a la crema de esos segmentos más pobres, en un contexto de crecimiento sistemático.

Pero ese segmento va a quedar postergado estructuralmente en Argentina. Y va a requerir de políticas activas de Estado, tanto nacional como provincial. Si uno quisiera decir “quiero salir, quiero lograr esa Argentina distinta”, habrá que ver si eso es parte del proyecto político de cualquier coalición que se proponga en Argentina. Sacar a ese tercio de la pobreza extrema es, quizás, una deuda social. Una deuda moral.

Claudio Mardones: ¿Qué papel juega este nivel de empobrecimiento en el escenario preelectoral? El prolongado endeudamiento y las dificultades para poder acceder a un trabajo formal. Algunos dicen que ese es un combo letal, especialmente en los sectores más postergados. ¿Vos lo ves así?

Sí, sí, lo veo así. Por eso, bueno, el indicador de aumento de solicitudes de crédito, tomas de crédito y también de los impagos de esos créditos. La morosidad es un indicador que tiene que llamar la atención.Por otra parte, el empleo formal no crece.

De hecho, solo está creciendo el empleo precario, el cuentapropismo informal, o incluso monotributista. Pero no crece el empleo. Lo cual, a ver, dejemos un poco el escenario preelectoral, pero en términos del ciclo, es como si lo mejor del ciclo se hubiese logrado. Y se habría estabilizado la situación.

No se percibe una situación de agravamiento claro, pero sí, es de estancamiento. Y es como que estos niveles de pobreza medidos por ingreso —que estarían en 32%, que quizás con los desajustes que hubo, las mejoras de medición, comparado vis a vis, estaría en 34-35%—, pensar que estaríamos en los mismos niveles que cuando estábamos en los ajustes del 2014 o del 2018... tendríamos niveles de pobreza cuando no estábamos bien.

Entonces, la situación no es buena, es muy frágil. Y la única posibilidad de salir de esos niveles va a ser con crecimiento económico. No solo de los sectores agromineros o intensivos en tecnología exportadora, sino con más capacidad de que se desarrolle el mercado interno, en los segmentos intermedios de la industria, de la construcción, del comercio y de los servicios, algo que no está disparándose. Entonces, como no dispara, no reactiva el cambio. El crecimiento demográfico —aunque ha caído significativamente— viene en contra.

CM: Pero además estás hablando de que las expectativas están sobre sectores que, si hay una reactivación, no impactan en los sectores urbanos. Es decir, que parece que esta meseta que vos estás describiendo se va a prolongar en los conglomerados urbanos de todo el país. ¿Vos lo ves así?

Sí. Estructuralmente veo eso. Con ciclos. Más allá de que haya mejoras o empeoramientos, es posible que haya —vamos a suponer en el mejor de los escenarios— que se reactive parte de los segmentos intermedios del empresariado, asistiendo a este crecimiento de la agrominería exportadora.

Supongamos que eso ocurra: eso va a tomar parte de la crema de los trabajadores subocupados hoy en clases medias. Sin embargo, hay un techo. Y ese techo también significa un cambio en el nivel de demanda que debería proyectar tanto la oposición como el oficialismo.

Porque lo que hoy está satisfaciéndose es cómo bajar la inflación, pero va a venir —no muy lejano en el horizonte, va a venir— la demanda de efectivamente mayor inclusión social a través del trabajo. Más empleo y mejores salarios. Y esto no es mágico. Se logra con políticas de Estado y de desarrollo.

MC