El Área Metropolitana de Buenos Aires (AMBA) atraviesa una ola de calor inédita, con nuevos récords a diario. El verano de 2023 ya es el más cálido en la historia argentina, por delante de la temporada 1988-1989. Más allá de las escenas de hartazgo y abatimiento en las calles, la situación agrava la sequía en el campo, complica el inicio de clases y pone al sistema eléctrico al límite.
Aunque no siempre es fácil trazar correlaciones directas, la organización World Weather Attribution asegura que el cambio climático causado por la acción humana -fundamentalmente las emisiones de gases de efecto invernadero- hace 60 veces más factible que sucedan esta clase de eventos. Considerando los niveles de emisión actuales, serán cada vez más intensos y frecuentes.
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Atentos al contexto, desde Greenpeace difundieron los resultados de una encuesta que toma la temperatura a esta dinámica preocupante. Entre septiembre y octubre del año pasado respondieron 1.247 personas del AMBA, el 82% menores de 57 años.
Las conclusiones son claras: una amplia mayoría considera que Argentina está muy (42%) o algo (48%) afectada por la crisis climática, y al 58% le preocupa mucho. Entre sus principales causas, señalan a la deforestación (77%), el exceso de basura (60%) y el uso de energías fósiles (petróleo, gas y carbón, 49%). Curiosamente, sólo dos de cada diez culpan a la agricultura y a la ganadería intensivas. El calor extremo ocupa el tercer lugar entre las consecuencias más mencionadas, detrás de la pérdida de biodiversidad y el deshielo de los polos.
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“La escasa acción estatal y la continua promoción de la industria de combustibles fósiles a nivel nacional no hacen más que profundizar” estos impactos, criticó Luisina Vueso, coordinadora de la campaña de océanos de la ONG. En esa línea, insistió en recordar también los incendios de bosques, humedales y pastizales, y las inundaciones. Una agenda ambiental a abordar ya mismo si se quiere resolver un problema demasiado caliente.
JL
