Resulta difícil dimensionar completamente el impacto que tuvo el swap de divisas gestionado por la administración de Donald Trump y su secretario del Tesoro, Scott Bessent, en el triunfo electoral de Javier Milei. Lo que sí puede afirmarse categóricamente es que la trayectoria económica previa a la llegada de aquel préstamo auguraba un escenario económico desastroso. La cotización del dólar libre habría escalado mucho más, los precios de los alimentos se habrían disparado en consecuencia y, muy probablemente, el resultado de las elecciones nacionales hubiera sido otro. Esta asistencia financiera ha provocado que la estabilidad económica y política del Gobierno de Milei se encuentre, inevitablemente, ligada al destino de la administración Trump.
Paralelamente, la magnitud de la injerencia de Trump y Bessent en una elección nacional extranjera a través de un préstamo tan significativo -en un momento en que el propio Congreso estadounidense debatía el presupuesto y un posible shutdown mantenía cerradas reparticiones estatales- obligó a ambos funcionarios a justificar su acción ante sus adversarios internos.
Esto generó uno de los momentos más llamativos del debate, cuando Bessent se despachó llamando "peronist" a la senadora demócrata Elizabeth Warren, quien había criticado abiertamente el swap con Argentina. De pronto, el debate político en Estados Unidos, enfocado en un préstamo a un país extranjero, adoptó una dinámica familiar para los argentinos: la descalificación de un adversario basada en etiquetas tan polarizantes como "peronista" o "antiperonista".
En un tuit, Bessent compartió una imagen de Warren como si fuera Eva Perón y escribió: “Si bien ella permanece mayormente enfocada en cantar "Don't Cry for Me Massachusetts" y votar en contra de pagar a los empleados del gobierno, @SenWarren de alguna manera también ha encontrado el ancho de banda reciente para amenazar a los grandes bancos sobre sus políticas de préstamos".

Además, el propio Trump se ufanó del triunfo de Milei y se lo adjudicó parcialmente. Luego de felicitar al presidente argentino por el triunfo dijo que él le había dado un fuerte apoyo y mencionó a Bessent, quien estaría “haciendo un importante trabajo en América del Sur”. Trump se refiere a que la posición de los Estados Unidos en la región en general y en Argentina en particular, es “muy importante”. Es decir, tiene mucha influencia en nuestras decisiones y un gran poder de condicionamientos.
Como premio de Trump por haber ganado la elección en Argentina, el nombre de Bessent suena como un posible presidente de la Reserva Federal de los Estados Unidos, la FED. El presidente de la FED tiene un mandato de cuatro años, que es confirmado por el Senado y puede ser reelegido para mandatos sucesivos. Es probable que el funcionario pueda ser titular del organismo ocho años más a partir de 2026.
Además, Trump reconoció que finalmente gracias al swap, el Tesoro de los Estados Unidos “hizo mucho dinero”. Como si esto fuese poco, el presidente norteamericano este lunes una publicación de Eric Daugherty, subdirector de noticias de un medio estadounidense llamado Florida’s Voice, luego del triunfo de Milei en las elecciones legislativas. Aquel posteo, hecho en Truth Social, menciona irónicamente a Juan Grabois.
“El candidato peronista de izquierda argentino, Juan Grabois, acaba de afirmar que las elecciones argentinas de hoy fueron ‘duras’ porque el jefe de campaña del partido de Javier Milei es el presidente Donald Trump. ¡Según informes, el partido de Milei está teniendo un excelente desempeño!“, escribió Daugherty.

Trump compartió este posteo contra Grabois, haciéndose cargo de las acusaciones del dirigente de Patria Grande y escenificando al mismo tiempo su poder.
Si el destino de la estabilidad económica de Argentina está tan estrechamente entrelazado con la suerte política de Trump, se vuelve imperativo preguntarnos cuál es el panorama real en Estados Unidos, cómo se encuentra la imagen de Donald Trump, si Estados Unidos realmente tiene asegurada la victoria en su disputa geopolítica con China, o el presidente Milei está arriesgando el futuro del país al apostar por un caballo perdedor en la arena global.
En un momento de extrema polarización en la política norteamericana, la gestión del presidente Trump se encuentra bajo la lupa, enfrentando simultáneamente desafíos internos y externos que redefinen el panorama electoral. A pesar de los tambores de una economía que, en ciertos sectores se ha mostrado robusta, la desaprobación de su administración persiste.
Las últimas encuestas de imagen revelan una división muy marcada: mientras una minoría férrea, cercana al 48%, aprueba su desempeño, la desaprobación se mantiene en un sólido 52%, según sondeos recientes de CNN/SSRS. La gestión económica, particularmente la inquietud por el costo de vida y los posibles efectos de los aranceles en la inflación, ha generado el mayor rechazo, con un 66% desaprobándola en algunos estudios. Su única área de aprobación mayoritaria es la seguridad fronteriza.
Este clima de insatisfacción ha sido palpable en las calles. Trump ha tenido que enfrentar marchas masivas que, si bien son variadas en sus causas, convergen en el rechazo a sus políticas y estilo de gobierno, como en Argentina.
Desde protestas por la política migratoria hasta el cuestionamiento de su autoridad, las manifestaciones han servido como un termómetro constante del descontento, a menudo superando en número y fervor a los mítines de sus propios seguidores. El recuerdo de momentos de tensión, como el asalto al Capitolio de 2021, subraya la profundidad de la división cívica que atraviesa el país.
Esta serie de protestas se sintetizaron en la convocatoria denominada “No Kings” (o "No a los reyes"). Como su nombre lo indica, cuestiona el autoritarismo de Trump y se plantea como una defensa de la democracia.
Por otro lado, mientras el presidente Trump intenta consolidar su base, una nueva amenaza política emerge en su propio bastión: la ciudad de Nueva York. La irrupción de Zohran Mamdani, el candidato a la alcaldía por el Partido Demócrata, ha inyectado una dosis de disrupción y progresismo que desafía directamente la narrativa de Trump.
Mamdani, un asambleísta estatal con una plataforma de bienestar social y una postura firme contra la cooperación con las redadas federales de inmigración, lidera las encuestas en la Gran Manzana con una ventaja de dos dígitos. Su avance es tan significativo que el propio presidente Trump ha reaccionado con inusual ferocidad, amenazando públicamente con cortar la ayuda federal a Nueva York si Mamdani es elegido e incluso sugiriendo la posibilidad de su arresto, calificándolo de "comunista". Esta confrontación en el distrito natal del presidente pone de manifiesto la capacidad del candidato demócrata para galvanizar el voto progresista y exponer la vulnerabilidad de Trump en las zonas urbanas.
En un spot de Mamdani enfocado para latinos, el candidato de izquierda mostró su carisma y, en español, expresó: "Me postulo para que esta ciudad sea más accesible para todos. Voy a congelar la renta, asegurar que los autobuses sean más rápidos, y gratis y ofrecer cuidado a los niños menores de cinco años". Hay que diferenciar con el progresismo argentino, mucho más solemne. Este hombre puede pasar a ser el alcalde de la ciudad más importante del mundo.
En el plano económico global, las discusiones sobre el préstamo de 20 mil millones de dólares del Tesoro de Estados Unidos a Argentina se han convertido en un tema delicado, entrelazando la política exterior, el comercio y la estrategia geopolítica frente a China. Es por eso que el país parece "argentinizarse": un funcionario le dice "peronista" a una senadora opositora, un candidato propone lo que Trump también podría llamar "peronismo" y Argentina es uno de los focos de la discusión interna norteamericana.
La controversia desatada por el financiamiento del Tesoro de Estados Unidos al gobierno de Milei ha generado una profunda indignación en el corazón del electorado de Donald Trump: los farmers o agricultores norteamericanos. Lo que se concibió como una jugada geopolítica para contrarrestar la influencia china en América Latina se convirtió en un tiro por la culata comercial, afectando directamente a un sector clave para el Partido Republicano, la zona centro productiva.
El enojo se originó tras el anuncio del préstamo de Argentina, seguido por la decisión del gobierno de Milei de eliminar temporalmente los aranceles a la exportación de granos, incluyendo la soja. Esta combinación tuvo una consecuencia inmediata y perjudicial para los productores norteamericanos: China, el mayor comprador mundial de soja, que históricamente adquiere sus volúmenes en este período del año, se volcó a comprar soja argentina a precios más competitivos. Las cifras mostraron a China comprando decenas de cargamentos argentinos, desplazando las exportaciones estadounidenses que ya estaban penalizadas por los aranceles impuestos por Trump en el marco de la guerra comercial.
El senador republicano por Iowa, Chuck Grassley, uno de los estados con mayor producción de soja, advirtió: “Los agricultores están muy molestos por la venta de soja de la Argentina a China justo después del rescate de Estados Unidos”. La American Soybean Association (ASA), la principal entidad del sector, emitió un comunicado urgente en el que su titular, Caleb Ragland, expresó: “La frustración es abrumadora.
Los precios de la soja en Estados Unidos. están cayendo, la cosecha está en marcha, y los agricultores leen titulares no sobre asegurar un acuerdo comercial con China, sino que el gobierno de EE. UU. ha subsidiado indirectamente a sus competidores”. En esencia, la ayuda financiera destinada a un fin geopolítico terminó, para los farmers, canalizando soja sudamericana barata hacia Pekín a costa de la rentabilidad y el acceso a mercado de los productores domésticos norteamericanos.
La situación forzó a la administración Trump a moverse rápidamente para calmar a su base electoral y proteger los intereses comerciales. La última novedad es un gesto de distensión comercial con China. El secretario Bessent, anunció un preacuerdo con Pekín para destrabar las exportaciones de soja de EE. UU. y la propia China, a horas de un encuentro entre los presidentes Trump y Xi Jinping, concretó la compra de al menos tres buques de soja norteamericana para embarcar en diciembre/enero, poniendo fin a cinco meses de interrupción en las compras.
Este movimiento, celebrado por la secretaria de Agricultura, Brooke Rollins, como un “fuerte acuerdo comercial y un paso positivo para nuestros agricultores”, busca recuperar el terreno perdido, aunque el impacto total de la soja argentina ya liquidada en el mercado internacional sigue siendo un factor de presión en las cotizaciones globales.
¿Trump está gobernando como un rey?
Ahora que mencionamos la relación entre Estados Unidos y China, nos podemos dedicar a esta disputa geopolítica y tratar de desentrañar si fue correcto que Milei se alinee tan decisivamente con Estados Unidos. Se trata de un conflicto estructural que enfrenta a una potencia consolidada (EE. UU.) contra una potencia en ascenso (China), reflejando la tensión entre el unipolarismo y la búsqueda de recrear un orden mundial bipolar.
Este enfrentamiento se materializa en varios frentes. Primero, en una intensa guerra comercial caracterizada por la imposición de aranceles punitivos mutuos a miles de millones de dólares en bienes, iniciada en 2018. El objetivo principal de Washington es reducir su crónico déficit comercial y forzar a Pekín a cesar prácticas que considera desleales, como el robo de propiedad intelectual y la transferencia tecnológica forzada. China, por su parte, acusa a EE. UU. de unilateralismo y de abusar de su poder comercial.
Un segundo frente, aún más crítico, es la batalla tecnológica o el intento de "desacoplamiento". Estados Unidos utiliza restricciones de exportación y listas negras para limitar severamente el acceso de empresas chinas a insumos clave como chips, semiconductores y software de origen americano, con el fin de frenar el avance chino en áreas estratégicas como la Inteligencia Artificial, 5G y la computación cuántica.
China ha respondido con su estrategia de la "doble circulación", que prioriza la innovación y el consumo doméstico para asegurar una menor dependencia de las cadenas de suministro extranjeras.
Finalmente, la disputa se extiende al control de recursos estratégicos, como las tierras raras, minerales indispensables para la alta tecnología y la industria de defensa, donde el dominio chino permite a Pekín amenazar con la restricción de su suministro, forzando a EE. UU. a buscar alianzas para diversificar sus fuentes.
En cuanto a las últimas novedades de octubre de 2025, la situación ha virado hacia una tregua táctica. Tras una cumbre entre los presidentes Donald Trump y Xi Jinping, ambos líderes acordaron reducir las tensiones. Trump anunció una reducción del 10% en algunos aranceles impuestos a China, a cambio de una promesa de mayor cooperación china, especialmente en el control de precursores de fentanilo. Además, en un gesto comercial clave, China reanudó la compra de grandes volúmenes de soja estadounidense, buscando aliviar la presión sobre los farmers norteamericanos.
Este acuerdo se alcanzó después de que China hubiera endurecido su control sobre las tierras raras, llevando a la Casa Blanca a amenazar con aranceles del 100% como represalia. Sobre los pronósticos de desenlace, los autores se dividen en tres grandes escenarios.
Hay quienes, como los ideólogos del ala más dura en EE. UU., apuestan por un desacoplamiento estratégico, o decoupling, viendo la disputa como un juego de suma cero donde la única salida es dividir la economía global en bloques rivales, lo que implicaría grandes pérdidas de eficiencia.
Otros analistas, como los defensores de la "trampa de Tucídides", popularizada por Graham Allison y se basa en la observación del historiador griego Tucídides sobre la Guerra del Peloponeso, que atribuyó a "el ascenso de Atenas y el temor que esto infundió en Esparta proyectan directamente una guerra que desembocó en lo militar.
Un tercer grupo, desde la economía, defiende que el desenlace más racional y inevitable a largo plazo es el acoplamiento estratégico, donde las pérdidas económicas mutuas causadas por los aranceles y las restricciones fuerzan a ambos a un regreso negociado y regulado de lazos comerciales y tecnológicos, aunque esta opción parece ser la menos probable en el corto plazo dada la primacía de los intereses geopolíticos. La tregua reciente apunta hacia el escenario de Competencia Administrada, una pausa necesaria sin resolver la rivalidad de fondo.
Determinar si Argentina hizo "bien" al alinearse con Estados Unidos en el contexto de la rivalidad geopolítica con China es una pregunta compleja que no admite una respuesta simple, sino que se evalúa a través de lentes de beneficio económico a corto plazo, estrategia de desarrollo a largo plazo y soberanía política, tal como lo analizan diversos autores.
Desde una perspectiva de beneficio político-económico inmediato y la necesidad de estabilización financiera, la alineación con Washington podría considerarse una jugada oportuna. El apoyo explícito del Tesoro estadounidense, materializado en líneas de swap o asistencia financiera, se percibe como un "blindaje" que otorga credibilidad y acceso a mercados de crédito occidentales en un momento de alta turbulencia económica.
Autores enfocados en la estabilidad macroeconómica, como el economista Domingo Cavallo o analistas cercanos al Fondo Monetario Internacional (FMI), podrían argumentar que en el corto plazo, el acceso al capital occidental es vital, y una alineación geopolítica es el precio que se debe pagar para asegurar esa liquidez. En este sentido, la reciente tregua con China en la compra de soja estadounidense, impulsada por EE. UU. tras la queja de sus farmers, demostró la capacidad de Washington para influir en temas que afectan directamente la economía agroexportadora argentina, aunque también reveló la fragilidad de la posición argentina, cuya soja fue utilizada como pieza de canje.
El analista Andrés Malamud tiene una visión optimista sobre el desarrollo que implica la relación de Milei con Trump. En una entrevista con Ernesto Tenembaum y María O’Donnell en el canal Cenital, dijo: "España está desarrollada porque está en la Unión Europea (UE). Si estuviera en América latina, no sería desarrollada. Y si Uruguay estuviera en la UE, sería desarrollado. Toda Europa fue reconstruida por el Plan Marshall. El desarrollo es por invitación". Más adelante, Malamud dijo que no sabe si realmente Milei podrá aprovechar esa “invitación” al desarrollo de Estados Unidos o cómo efectivamente podría aprovecharse. Sin embargo, es interesante pensar en la oportunidad que implica.
Tanto Europa como Japón y luego Corea del Sur fueron apoyados por Estados Unidos férreamente después de una guerra. ¿Hay hoy una guerra? ¿El conflicto de Estados Unidos con China llega al nivel de tensión militar similar al de la guerra fría? ¿Será un conflicto de estado que trasciende a Trump?
Sobre este aspecto del análisis, el experto de política internacional Bernabé Malacalza se refirió en Modo Fontevecchia a cómo el desarrollo tecnológico de Estados Unidos apunta al desarrollo militar. "Estados Unidos, en esto de la seguridad, entiende que la carrera tecnológica es central para alimentar la carrera militar. Entonces, de pronto tenés CEOs en el Pentágono y generales en Silicon, porque hay una convergencia. Se entiende que las armas nucleares, incluso la nanotecnología y todo el desarrollo nuclear, se va a adaptar a los drones y se va a adaptar a la IA. Estados Unidos se va preparando hacia ese mundo", explicó.
Además, el analista señaló que los 15 milmillonarios que hay en el mundo son norteamericanos, y no chinos, para marcar la superioridad tecnológica-capitalista de Silicon Valley.
Sin embargo, desde una óptica de estrategia de desarrollo a largo plazo y soberanía, autores de la corriente del pensamiento estructuralista latinoamericano o de relaciones internacionales, como Osvaldo Rosales o Jorge O. Armijo de la Garza, señalan serias desventajas en la alineación incondicional.
Ellos argumentan que el principal motor del crecimiento económico global y la inversión en infraestructura es China. Alinear a Argentina contra Pekín, forzando un "desacoplamiento" tecnológico o comercial, implica un riesgo de perder acceso al mayor mercado de commodities, lo que golpea directamente el sector agropecuario, y de frenar inversiones clave en energía, minería y tecnología, vitales para el futuro productivo del país.
Rosales, por ejemplo, destaca que la disputa entre EE. UU. y China es una "guerra más geopolítica que comercial" y que la política más inteligente para los países en desarrollo es mantener una "autonomía estratégica" para negociar con ambos bloques.
Al inclinarse excesivamente hacia Washington, Argentina corre el riesgo de convertirse en un "peón geopolítico" perdiendo margen de maniobra y volviéndose vulnerable a las presiones de una sola potencia. La historia argentina, según estos autores, está llena de casos donde la dependencia excesiva de una sola potencia resultó en crisis económicas y pérdida de poder de negociación.
En última instancia, la decisión de alinearse con Estados Unidos, aunque pueda ofrecer oxígeno financiero inmediato, impone un costo de oportunidad significativo al limitar la capacidad de Argentina para aprovechar las inversiones chinas y su rol en un futuro mundo multipolar, transformando una ventaja (ser un proveedor clave para ambos) en un dilema de exclusión. La elección de "bien" o "mal" dependerá, entonces, de si el gobierno prioriza la estabilidad de corto plazo o el desarrollo autónomo y diversificado de largo plazo.
Producción de texto e imágenes: Matías Rodríguez Ghrimoldi
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