La revista Science recuerda una historia inquietante. En 1934 un paleontólogo alemán bautizó a un insecto volador gigante que había vivido hace 300 millones de años como Rochlingia hitleri, en homenaje al líder que acababa de tomar el poder, y a Hermann Röchling, un influyente comerciante de acero antisemita.
Tres años después, un entomólogo austríaco, también admirador del Führer, nombró Anophthalmus hitleri a un escarabajo ciego de las cuevas eslovenas.
Desde hace algunos años, los neonazis vienen pagando millones de dólares por esos especímenes. La demanda es tan intensa que están al borde de la extinción.
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El fenómeno llama la atención sobre otros nombres problemáticos en el reino animal, como Hypopta Mussolinii, una mariposa descubierta en Libia, país invadido por el fascista italiano; o -en una decisión distante al homenaje- Neopalpa donaldtrumpi, una polilla de pelusa rubia y pequeños genitales.
El 20% de los nombres de más de un millón y medio de animales son epónimos (originados por personas) y el 10% topónimos (referidos a lugares), lo que implica que cientos de miles de ellos podrían cuestionarse bajo argumentos éticos. Los nombres de buena parte de las 1.500 especies de vertebrados africanos, por ejemplo, reflejan la historia imperialista del continente.
A pesar de esos homenajes -velados o no tanto- a racistas y colonizadores, la Comisión Internacional de Nomenclatura Zoológica (dedicada a “obtener y desarrollar estabilidad y consenso en la nominación científica de animales”) descarta cambiarlos, ya que los científicos podrían empezar a usar distintos nombres para referirse a la misma especie, desestabilizando todo el sistema.
No es un argumento que satisfaga a buena parte de la comunidad de investigadores. “¿En qué otra esfera de la actividad humana todavía queda algo bautizado por Hitler?”, se pregunta la botánica Estrela Figueiredo, de la Universidad Nelson Mandela.
“Los códigos deben cambiar y adaptarse, como el resto de la sociedad”. Y en una frase con resonancias especiales en nuestro país, el ornitólogo Marcos Raposo fue más allá: “No podemos priorizar la estabilidad por sobre la justicia social”.
