Varias explosiones, atribuidas a misiles, golpearon esta mañana la ciudad occidental de Leópolis, en Ucrania, a 70 kilómetros de la frontera con Polonia. Allí murieron, al menos, unas 11 personas.
En el otro extremo del país está a punto de caer el último bastión de las tropas ucranianas: Mariúpol, sobre el Mar de Azov, una de las principales metas de los rusos en su esfuerzo por lograr el control total de la región del Donbass. De esta forma, ensamblarían un corredor terrestre, en el este del país, desde la anexionada península de Crimea tras el referéndum ilegal de 2014.
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En el corazón industrial de Ucrania, los separatistas, respaldados por Rusia, controlan parte del territorio. El costo del asedio a Mariúpol fue terrible: los rusos mataron al menos 21.000 personas y sólo quedan 120.000 habitantes en la ciudad. La población, antes de la guerra, era de 450.000 personas.
Rusia se ensañó con la segunda ciudad de Ucrania, Járkov, también en el Este, en el primer día de la Pascua ortodoxa, religión mayoritaria en los dos países. Cuando miles de sus ciudadanos iban a bendecir las tradicionales ramas de sauce que conmemoran la entrada de Jesús en Jerusalén, una decena de misiles sembraban el terror en su casco urbano.
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Tras no haber logrado tomar la capital de Ucrania, Kiev, y la humillante pérdida del barco insignia de su flota del Mar Negro, el Moskva, los rusos prometieron prometieron redoblar sus ataques. Mariúpol, marcada por la destrucción y la crisis humanitaria, lleva semanas sitiada.
