OPINIóN
Análisis

Alberto Fernández, Cristina Kirchner y Mauricio Macri: los culpables

¿Sirve de algo echarle la culpa de todos los males a una persona? ¿Es justo? ¿Progresa? Podemos hacernos un sinfín de preguntas, pero queda claro que sentenciar de culpa a alguien no construye nada y ayuda a otra cosa: que las campañas sean en base a ello… a echar culpas.

 Alberto Fernández, Cristina Fernández y Mauricio Macri 20211021
Alberto Fernández, Cristina Fernández y Mauricio Macri | CEDOC

En Argentina y, en varios países latinoamericanos, se concentra el poder en una sola persona: el o la presidente. Tiene la última palabra, la responsabilidad y siempre la culpa.

Buscar un culpable es una tarea, de las tantas, que muchos periodistas llevan a cabo. Se cree que está de moda que alguien cargue con todo el peso, pero en realidad siempre un hecho fue culpa o gracias a Uno -o eso nos hicieron creer-.

Lamentablemente Argentina forma parte de los países que se denominan “hiperpresidencialistas”, es decir, que concentran el poder en el presidente. Esto no quiere decir que sea autoritario, ni que termine en una democradura o blanda. De hecho, este sistema es democrático, fue muy bien definido por Guillermo O’Donnell como “democracia delegativa”.

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No cualquier político está preparado para tamaña labor, creo que por eso se lo ve incapaz a Alberto Fernández. Más allá de la crisis económica con la que asumió y la pandemia, lo observo limitado a manejar tanto poder. Sólo personajes geniales como Néstor Kirchner y Cristina Fernández lograron convivir con en él. Y Mauricio Macri también. Si bien los primeros tomaron esa postura de “duros” y de ir siempre al choque, Mauricio intentó disfrazar su imagen como el “blando”, la víctima.

Como he dicho anteriormente, no necesariamente este tipo de democracia lleva a la constitución de un régimen autoritario, pero sí puede convertirse en un sistema duradero e incierto. La manera más eficiente de superar la democracia delegativa, según O’Donnell, es con el fortalecimiento de las instituciones democráticas. Básicamente “rehacer” el país. Viéndolo a largo plazo creo que el país va por ese fin, pero en los tiempos que vivimos -donde todo es veloz y lo tenemos instantáneamente- si no lo tenemos ya, no lo queremos.

El hiperpresidencialismo es burdo e idiota, creer que una persona lo puede todo es infantil, pero delega responsabilidades. Miremos Brasil. Un país donde siempre la culpa la tiene el presidente de turno, que en parte es cierto pero: ¿cómo podemos hacer para que la culpa se reparta? Si se nos dificulta repartir poder, pues repartamos culpa, al fin y al cabo, van de la mano.

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¿Sirve de algo echarle la culpa de todos los males a una persona? ¿Es justo? ¿Progresa? Podemos hacernos un sinfín de preguntas, pero queda claro que sentenciar de culpa a alguien no construye nada y ayuda a otra cosa: que las campañas sean en base a ello… a echar culpas. Año 2015 la culpa fue de Cristina; año 2019 la culpa fue de Macri; 2021 la culpa es de Alberto. ¿Argentina elige presidentes y luego los culpa? ¿Por qué los (viejos) culpables terminan ocupando cargos, como el caso de la actual vice?

Echarle la culpa a Macri de la situación económica logra tres cosas. La primera es exonerar a los antecesores de él. La segunda es la simplificación del problema, error garrafal si se pretende resolver la crisis. La tercera es hacer uso político de la culpa. Ahora saque a Macri, ponga a Cristina y lea nuevamente el párrafo.

Con sólo observar los debates que hubo en esta semana podemos concluir con que hay tres corrientes: la fuerte que se echa la culpa entre sí y alimenta la grieta, la que se cree superior a la grieta y le echa la culpa a los “fomentadores” y la tercera… que son los famosos moralistas que llenan sus discursos con “valores”.

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Este es el mercado de la culpa o, si se quiere ver de otra forma, es la vocación de la nueva forma de política post menemismo: elegir, culpar y elegir nuevamente. Porque esta política -algunos la llaman clase, yo prefiero denominarla élite- no suma al bien común, no es próspera. Es una élite pedante, enferma de poder. El día que la élite se renueve, dialogue entre ella y escuche las demandas de la sociedad, empezarán a construirse -o reforzarse- las instituciones democráticas con las que contamos.

La cuna del problema está ahí, en la élite que es ciega, sorda y muda. Las crisis fuertes hacen tambalear a las élites, así como descubrimientos o revoluciones. Que las partes de esta élite dialogue entre sí es un buen paso para lo que viene después: la renovación de la misma.

Para cerrar no quiero que confundamos este tipo de culpa con lo que es un hecho delictivo. Es decir, tanto Macri como Cristina son investigados en diversas causas. Allí es la Justicia quien debe sentenciar si hubo delito y, si existió, determinar quiénes son los culpables. Pero como el Poder Judicial no funciona, a la sociedad poco le importa qué dice, hace y omite.