En el año 2023 se van a cumplir 40 años de democracia y las tendencias y prácticas autoritarias no han desaparecido. La democracia constantemente se pone a prueba en el nivel local y municipal y se vuelve escándalo nacional cuando la ejercen algún poder federal en desmedro de otro poder o de la sociedad civil.
En este sentido, una tendencia que Anne Applebaum ha hecho extensiva y publicada recientemente, recae en el estudio de una economista conductual que por su especial trabajo y conclusiones entiende que nos puede ayudar a comprender buena parte de nuestros procesos políticos.
Anne Applebaum cita a Karen Stenner, quien reflexiona con suma claridad sobre la probabilidad que un porcentaje importante de la población sea, o en muchos casos transite por un momento, de lo que ella denomina estado de rasgos conductuales autoritarios o autoritarismo conductual.
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En este sentido, habría una posibilidad de que estas personas lleven a cabo acciones y toleren pocos hechos que sean divergentes con las perspectivas que se sostienen.
Lo importante en esta reflexión es que, este estado puede sostener o acrecentar un piso porcentual social y político electoral alto con preferencias a elegir y legitimar: lo conocido, el status quo y el orden. Y por todo esto, rechazar de plano la complejidad, la diversidad, la diferencia identitaria, entre otros hechos que salen del marco de preferencias y explicaciones posibles sobre cómo los otros deben vivir la vida en sociedad.
Por esto, estas posiciones personales autoritarias ponen en discusión la naturaleza intrínseca de la democracia pluralista y el poder alternado en tanto el conflicto y el debate público son los motores de este régimen.
Esto es ni más ni menos que decir entonces que, siempre en nuestros regímenes democráticos hay una cuota de autoritarismo emergente o por emerger y hacerse notar y no se relaciona directamente con el cuerpo ideológico que justifique sus conductas. Es indistinto para Karen Stenner si el marco interpretativo que lo justifique es localista, tradicionalista, nacionalista, conservador o marxista. Es sólo una cuestión de actitud, parafraseando a Fito Páez.
De ser así, la democracia tiene un germen latente de potenciales actitudes políticas autoritarias y micro acciones cotidianas opuestas al cambio e innovación o apertura a la progresión de las instituciones y hábitos sociales. Ante esto, el autoriactivismo, como aquí lo denominamos, es un fenómeno más habitual y menos excepcional de lo que muchos puedan creer.
Pero también, entender esto nos obliga a llevar a la práctica el famoso ejercicio de tolerancia liberal en donde el límite, quizás no sea el poco claro expresado oportunamente por Karl Popper, pero sí es el de la reflexión contextual y fatigosa en pos de sostener un equilibrio y la pluralidad que los incluya y contenga tanto a autoritarios de doctrina y/o actitud pero también a anárquicos y liberales de doctrina y/o actitud.
La democracia argentina: ni tanto ni tan poco
Por esto, el balance en estos años de democracia sigue siendo positivo a pesar de las pérdidas económicas personales y familiares. Hemos dejado como práctica habitual de solución de disputas electorales la pérdida de vidas, derramar sangre y ocultarse por odio o pensamiento político. La herramienta común son las elecciones periódicas y no las acciones directas
Aún así, los desafíos siguen siendo los mismos, como los del primer día: ética, calidad, claridad y transparencia en la gestión pública y en las peticiones y acciones de lobby del sector privado con o sin fines de lucro.
Y que a la democracia no se le puede pedir solucionar lo que no le es factible exigir. Lo que es factible exigir es contener y convivir con el autoriactivismo y los anarcoliberales dentro de la reglas de juego que establece la democracia plural e inclusiva y el régimen constitucional vigente.