Así como con el aporte de inmigrantes se construyó una sociedad, el Palacio Barolo en Buenos Aires es obra de dos personalidades italianas, uno propietario, otro profesional, que creyeron en las posibilidades que la realidad local ofrecía. Su arquitectura, instalada sobre una de las arterias más importantes de la ciudad, constituye una de las expresiones de mayor elegancia, sobriedad y refinamiento.
Cuando en las primeras décadas del siglo una serie de arquitectos italianos comenzaron a llegar al país, se constituyeron como parte activa en la construcción de la ciudad. Entre ellos se destacó la figura de Mario Palanti.
Nacido en 1885, se graduó en Milán y llegó a la Argentina en 1909, a fin de dirigir las obras del Pabellón de Italia para la Exposición del Centenario de la Revolución de Mayo. Aquí permaneció por más de dos décadas y desplegó una extensa producción arquitectónica, tal como: Hotel Castelar de Avenida de Mayo 1142, Cine Roca de Avenida Rivadavia 3736, Banco Francés e Italiano de las calles Pte. Perón y San Martín, entre otras tantas expresiones, que se caracterizaban por una amplia inventiva formal y cierta audacia en la combinación de los materiales.
Sin lugar a dudas, su obra más singular la constituye el Palacio Barolo, levantado en 1921, sobre la Avenida de Mayo 1370.
Cuando en 1890 Luis A. Barolo llegó de Italia al país, instaló los primeros telares de tejido de punto y al poco tiempo producía sus cultivos de algodón en la provincia del Chaco. Tales actividades le permitieron financiar la construcción de su propio palacio. Pero en la inauguración oficial del edificio no pudo contarse con su presencia: la muerte lo había sorprendido meses antes.
Palacio Barolo, 100 metros de esplendor
La génesis del edificio era el eslabón de un ambicioso proyecto integral, en el que se pretendía enmarcar lumínicamente el acceso a la desembocadura del Río de la Plata como signo de bienvenida a los visitantes extranjeros que arribaban por barco desde el Atlántico, mediante faros situados en las ciudades capitales de ambos países que lo limitan.
Desde esta perspectiva, proyectó y construyó dos edificios gemelos, en ambas márgenes del río y en áreas centrales de la ciudad, de carácter multifuncional y de gran altura, sobre los que se erguían cúpulas robustas para soportar faros de un arco voltaico con alto poder.
El Palacio Barolo de Buenos Aires, concluido en mayo de 1923 e inaugurado un par de meses después, había sido concebido como edificio para oficinas, que incluía restaurante y salas de reunión en pisos altos, contaba con un faro en su cúpula capaz de emitir una luz visible desde Montevideo. En la costa oriental, Palanti levantó el Palacio Salvo, que albergaba un hotel, departamentos y área comercial en planta baja, ubicado frente a la Plaza de la Independencia, en la capital uruguaya.
Se trató de una propuesta de resolución similar para un lote de esquina, en el remate de la arteria principal de la ciudad, la Avenida 18 de Julio de Montevideo. Esta alegoría fue utilizada también, para emitir “mensajes” a la sociedad a través del uso de luces de colores desde los faros.
Así, por ejemplo, en 1923 se expresaría el resultado del denominado “enfrentamiento pugilístico del siglo”, mediante la emisión de una luz verde, que significaría la victoria del representante local, o la roja su derrota.
La inserción en el tejido
Cuando se autorizó la apertura de la Avenida de Mayo, el Concejo Deliberante determinaba, por Ordenanza Municipal del año 1885, que “las construcciones sobre la nueva avenida no deberán exceder los 20 metros de altura, ni podrán emprenderse sin la aprobación de la Oficina Municipal, a fin de que las fachadas se ajusten a un mismo plano arquitectónico”.
El edificio proyectado preveía una altura sobre la línea municipal de 70 metros, 86 metros en el punto más alto de su cúpula y el faro giratorio llegaría a los 100 metros. Evidentemente, tal intento superaba más de cuatro veces la altura máxima reglamentaria.
Fue necesario, entonces, que el profesional responsable, con el consentimiento del propietario, elevara a la Intendencia de la ciudad, junto con los planos del edificio, una solicitud de autorización para exceder la altura establecida. El permiso especial le fue concedido argumentándose que “su torre, junto con las construcciones vecinas, ayudaría a enmarcar la cúpula del Congreso Nacional, como remate del eje”. Así, el Barolo se convertía en eslabón en la era de los primeros rascacielos porteños. Su silueta, sin perder singularidad, se integra cómodamente en el centro de la avenida.
El espacio del Palacio Barolo
En un terreno entre medianeras, de 31 metros de frente y 44 metros de fondo, con frente a calles paralelas -la citada avenida y la calle Hipólito Yrigoyen -se trazó un pasaje peatonal, con una superficie cubierta total de 17 mil metros cuadrados, distribuidos en 18 pisos y dos subsuelos.
A diferencia de lo que generalmente puede suponerse, su estructura no es una combinación de perfilería y mampostería, sino que fue ejecutada íntegramente en hormigón armado. Esto no sólo manifiesta el dominio de la técnica sin precedentes en el país sino, más aún, constituye una de las primeras expresiones del mundo en la utilización de tal tecnología.
El esquema seguido presenta una secuencia de oficinas a lo largo de una circulación, lo suficientemente ancha para actuar como patio cubierto y definir fachadas interiores, en las que intervienen pilastras, cornisas y capiteles de carácter muy expresivo, con gran fuerza formal y modelados en relieve.
Mediante una sucesión de arcadas, la galería toma la altura de tres niveles, flanqueada por los locales comerciales. A ambos lados de una rotonda central se disponen dos núcleos verticales que contienen la caja de escalera y dos ascensores cada uno. Manejado plásticamente, se vincula la galería con los halls de ascensores, a través de activas relaciones con los balcones.Los últimos niveles van disminuyendo en superficie y la volumetría general se escalona hasta rematar en la torre sobre la avenida.
El emblema del palacio
Palanti exploró hondamente el resultado formal de su edificio. De este modo, la estructura de la fachada respetó un esquema clásico generado en basamento, desarrollo y remate.
Para una mejor observación del faro, el remate en cúpula se encuentra dispuesto sobre la línea municipal de la Avenida, si bien la distribución en planta clamaría por su ubicación baricéntrica. Entonces, nueve resultaron las bóvedas de acceso al edificio, siete las divisiones de su torre, veintidós los módulos de oficina por bloque y veintidós los pisos que conforman la altura total de cien metros, catorce de basamento, siete de torre y uno del faro.
Palanti fue un estudioso de La Divina Comedia, de Dante Alighieri, un poema compuesto entre 1304 y 1321, que narra el viaje del propio Dante a través del más allá. Y el Palacio hace explícita referencia a ello: la planta del edificio está construida en base a la sección áurea y plantea tres divisiones, tal como la propia pieza literaria: Infierno, Purgatorio y Paraíso.
Las nueve bóvedas de acceso representan los nueve pasos de iniciación y las nueve jerarquías infernales; el faro representaba los nueve coros angelicales. La altura del edificio es de 100 metros y 100 son los cantos de la obra de Dante; tiene 22 pisos tantos como estrofas de la obra.
El “Barolo” sintetiza en el presente los conceptos de presencia y continuidad. Sus usos originales y el estado de preservación resultan prioridad para sus actuales propietarios. El arquitecto Palanti retomó e impulsó elementos ya explorados en nuestro medio, pero les incorporó su toque de originalidad casi exclusivo.Un modelo de grandiosidad y preciosismo, de elegante inserción urbana y de artística renovación de las formas vigentes, caracterizan su obra. Palanti jugó con la ficción y encontró una realidad.
El palacio está allí, intachable, inmaculado, ahora y por siempre, para su gloria personal y para la dicha de quienes se conmueven ante los rasgos de la buena arquitectura.