OPINIóN
Elecciones 2022

Italia: en busquéda de un poder neutral y preservador

Han surgido varias hipótesis sobre los sucesores de Sergio Mattarella. Entre las posibles candidatura, sin embargo, una ha adquirido una particular importancia mediática y política: la de Silvio Berlusconi.

Elecciones en Italia
Elecciones en Italia | AGENCIA AFP

El lunes 24 de enero, el Parlamento en sesión conjunta y los delegados regionales se reunirán para la elección del próximo presidente de la República Italiana.

En las semanas anteriores a la convocatoria han surgido varias hipótesis sobre los sucesores de Sergio Mattarella. Entre las posibles candidatura, sin embargo, una ha adquirido una particular importancia mediática y política: la de Silvio Berlusconi.

En general, cuando se intenta delinear el perfil institucional que que podría ocupar el cargo en el Quirinale, nos ayuda el concepto acuñado por Benjamin Constant, según el cual el Presidente de una República debe ser la expresión de un pouvoir neutre et preservateur.

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El intelectual ginebrino en el escrito “Fragments” (1810) pone en evidencia que el presidente cumple una función de equilibrio y salvaguardia en la vida de una república, interviniendo, como supremo garante de la constitución, todas las veces que ésta sea amenazada por conflictos entre el ejecutivo y el legislativo. En este sentido, en sustancia, el presidente desempeña una función de juez-árbitro, para la cual se exige plena imparcialidad y equidistancia. Por esta razón Constant define el presidente como poder neutral, es decir no activo, al no poder, en ningún caso, reemplazar -ejecutando vicariamente funciones legislativas o ejecutivas- a los dos poderes que debe juzgar.

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El paradigma de la figura del Presidente, representado en uno de los clásicos del constitucionalismo moderno, adquiere los contornos de la antítesis exacta de quién es y ha sido el presidente de Forza Italia. Su carrera política, en efecto, ha sido una sucesión de promesas (repetidas constantemente durante las campañas electorales e incluso mientras ocupaba el cargo de presidente del consejo de ministros), que luego puntualmente han sido incumplidas (reducción de la presión fiscal, simplificación administrativa, disminución del gasto público), más bien en muchos casos su acción de gobierno no sólo ha desatendido los programas-eslóganes, sino que se ha encaminado por un senda diametralmente opuesta.

Los gobiernos de Berlusconi han visto un aumento considerable del gasto público, sin ninguna ventaja tangible, dado que el mismo ha financiado a menudo obras inútiles y además no llevadas a cabo (emblemático el caso de la estructura La Maddalena para el G8 de 2009), con el único resultado de hacer aún más precaria la situación de las finanzas públicas.

Dejando de lado los procesos judiciales que lo han visto imputado y la sentencia definitiva por fraude fiscal, creo que el desprecio que Berlusconi ha expresado por las reglas y procedimientos de la democracia liberal y el menosprecio de las instituciones que ha determinado su conducta (un caso significativo es el de la condena por corrupción en la compraventa de senadores), lo hacen estructuralmente inadecuado para desempeñar las funciones de Jefe de Estado. Esta tarea ciertamente no puede compaginarse con la de quien ha creído poder ser legibus solutus, utilizando la mayoría parlamentaria para aprobar leyes ad personam. La lista sería realmente enorme, pero, entre varios, simbólico es el caso del así llamado Lodo Alfano (Ley núm. 124 de 23 de julio de 2008), después declarado inconstitucional con sentencia de la Corte Constitucional de 7 de octubre de 2009, núm. 262. Esa ley, de hecho, violaba los artículos 3 (párrafo 1: todos los ciudadanos son iguales ante la ley) y 138 de la Constitución italiana.

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Lo que en cierto modo preocupa aún más que la posible elección de Berlusconi es, sin embargo, la actitud de un sector de la opinión pública. Junto a las críticas e indignación expresadas por constitucionalistas autorizados y algunos diarios, hay periódicos e intelectuales cortesanos que abogan acríticamente en favor de la causa del Cavaliere y quien, en fin, de manera tibia e indiferente, contemplan el acontecimiento, en una perspectiva de abdicación moral, así justificando la separación entre política y cultura y entre pensamiento y acción.

Creo que una cuestión tan delicada y decisiva en el equilibrio político-institucional del País no se puede considerar como un tema secundario en virtud de la emergencia del Covid y de los problemas económicos y financieros que aquejan a Italia. Es absolutamente necesario el valor moral de una elección que sea capaz de identificar a una figura destacada, expresión de la unidad nacional y que garantice el cumplimiento de la Constitución. Necesita una persona con la que sea posible identificarse, una figura que se haya distinguido por batallas en favor de los derechos humanos, civiles y políticos, una personalidad que haya demostrado responsabilidad, equilibrio y espíritu de diálogo, invitando a las fuerzas de la República a colaborar. En el Quirinale se precisa una persona consciente del deber de representar la imagen de Italia en el mundo y que una en su obra los valores liberales y democráticos, la historia y la cultura secular del País.