Hoy se conmemora el fallecimiento del don Martín Miguel Juan de Mata Güemes Montero de Goyechea y la Costa. En esa ocasión, una partida española comandada por José María Valdés, el Barbarucho, ingresó en la ciudad de Salta y tramó una emboscada mientras estaba en casa de su hermana Magdalena, conocida como Macacha. El caudillo fue alcanzado por un proyectil mientras escapaba. Sin orificio de salida, llegó al campamento de Chamical para planificar la recuperación de la ciudad, pero languideció hasta su deceso en la Cañada de la Horqueta.
Nacido el 8 de febrero 1785, fue un caudillo tardíamente reconocido en el panteón de los próceres. La élite salteña contemporánea a su vida al principio lo apoyó como el mal menor cuando había que mantener cierto orden social y consolidar la defensa de la región ante los atropellos de los ejércitos de Lima y Buenos Aires. Luego lo marginó porque puso en entredicho muchos de sus intereses políticos y económicos. Los vínculos con Buenos Aires también fueron conflictivos. El caudillo demostró una autonomía en la estrategia política y militar durante los años revolucionarios y se temía que se convirtiera en un nuevo Artigas.
De hecho, un episodio destacado fue cuando el Director Carlos Alvear le indicó a José Rondeau, jefe del Ejército del Norte por entonces, que desplace a Güemes de sus funciones. Para ello encomendó la tarea a Martín Rodríguez, futuro gobernador de Buenos Aires. Pero cuando cruzaron diligencias, Güemes se refirió a los paisanos insurrectos como “mis gauchos”, los “bravos defensores de la patria” y le sugirió: “absténgase de tener diferencias ni incomodar a los gauchos”. La amenaza escudada con 600 fusiles tuvo efecto.
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Generalmente se lo visualiza desde dos visiones antagónicas que generan un serio perjuicio al pensamiento político e histórico nacional. O se lo mira desde el “clientelismo”, donde el caudillo manipula a las clases populares como si fueran agentes pasivos; o se lo observa desde el “romanticismo” y se atribuyen características y concepciones sobre la independencia y la libertad innatas, una idealización de su figura. Las imágenes espejadas se retroalimentan e imposibilitan que como sociedad sorteemos el laberinto que proponen esas dos formas de abordaje sobre la cuestión de la política y las clases populares.
¿Quién fue don Martín Miguel de Güemes? El “don” no es un agregado de estilística narrativa. Para la época fue un prefijo que antecedía a las notabilidades, a lo que se llamaba la “gente decente” en contraposición a la “plebe” urbana o los pastores, labradores y “castas” de la campaña, esa zona rural subordinada al poder político de las ciudades que poseían Cabildos. La vecindad implicaba la pertenencia de una patria, ese ámbito limitado de la jurisdicción y muy diferente al actual concepto.
Las élites de cada ciudad eran sus “vecinos” y gozaban de privilegios. Era una figura socio-jurídica que antecedió a la moderna categoría de “ciudadano”. “Vecino” era aquel de casta “española” o “blanco” que tenía propiedad en la ciudad y casa poblada, es decir, una familia extendida a su cargo en legítima unión matrimonial. Tenía privilegio a participar de la vida política y de portar armas por ejemplo. Por caso, el padre de Martín Güemes fue un peninsular ilustrado originario de Santander, don Gabriel de Güemes Montero, un Tesorero de la Real Hacienda de la Corona y su madre fue María Magdalena Goyechea y la Costa, una familia de antiguo linaje y arraigo de Jujuy. Tuvo varios hermanos, entre los cuales cabe nombrar a quien fue miembro del Cabildo de Salta hacia 1815 que opera políticamente para que Martín Miguel de Güemes sea elegido como Gobernador Intendente; y su hermana Macacha Güemes tuvo un rol destacado en la organización de Los Infernales, las fuerzas gauchas. Pero es justo recordar que si bien fue parte de la élite, no estuvo en los escaños más encumbrados de la sociedad.
La experiencia militar del caudillo, previa a los inicios de la guerra revolucionaria, era extremadamente vasta. Fue miembro de un batallón del Regimiento de Infantería asentado en Salta, organizado tras las revueltas andinas de 1780, que ante los temores a un ataque inglés fue remitido a Buenos Aires en 1805. Así participó tanto de la Reconquista en 1806 como de la Defensa en 1807. Como ayudante de Santiago de Liniers, realizó una maniobra militar osada en la que una fuerza de caballería capturó el navío Justine que había encallado en las orillas del Retiro ante una bajada abrupta de la marea. La valentía en el campo de batalla signaría su vida.
Tras los episodios de la Semana de Mayo, su trayectoria fue sinuosa en el Ejército Auxiliar del Perú al menos hasta 1814, con una relación conflictiva con Juan José Castelli, Manuel Belgrano, Carlos Alvear y José Rondeau. Si bien con Manuel Belgrano después trabaría un vínculo genuino a través de las epístolas, en 1812 lo separó del ejército. Diferente fueron la relaciones amistosas entabladas con Manuel Dorrego, quién lo presentó con José de San Martín.
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Con la Revolución de 1810, Salta fue una ciudad disputada con vehemencia entre las fuerzas que respondían al polo porteño y al altoperuano. Es que el conflicto afectó directamente al circuito comercial histórico que dio dinamismo a la zona. El camino de la plata, que iba desde el Potosí hasta Buenos Aires, arrastró positivamente a las economías regionales que abastecían de alimentos y textiles al centro productivo a cambio de réditos en plata. En ese esquema, Salta fue proveedora de mulas para la explotación minera, un animal de carga eficiente para las condiciones de altura, clima y capacidad de carga requerida. De hecho, algunas familias salteñas formaron compañías con otras potosinas, anudadas por enlaces matrimoniales. Esto produjo una valorización de las tierras rurales salteñas que empujó a su apropiación jurídica. Un ascenso de comerciantes que demandaron pasturas. Los pequeños y medianos productores, entre ellos muchos indígenas, entraron en fricción con los precios de los arrendamientos. Los que estaban en la frontera con el Chaco tuvieron, además, los conflictos propios de dos sociedades en tensión, con períodos de exposición a los ataques y otros en donde predominó una paz negociada. El problema no era sólo ideológico o político, era económico.
Las derrotas de Vilcapugio y Ayohuma de 1813 fueron seguidas de un avance de los realistas sobre Salta a inicios de 1814. Los pequeños y medianos productores empezaron a sufrir el saqueo de sus bienes para el abastecimiento de las tropas reales. Los gauchos y paisanos comenzaron a defender sus territorios con una estrategia guerrillera, de hostigamiento y ataque a los enemigos. Como ha demostrado la historiadora Sara Mata de López, fue entonces que se consolidó el liderazgo de Güemes quien ordenó la resistencia y conformó un cuerpo de milicianos que crecería con velocidad. Desde allí construyó un capital político y simbólico enlazando sus intereses con los deseos y reivindicaciones del paisanaje rural.
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¿En qué consistían esas aspiraciones? Pues, cuestiones muy concretas. Mientras los paisanos estuvieron alistados a las milicias, gozaron de un “fuero gaucho” que implicó que ante cualquier inconveniente con el orden fueran juzgados por sus oficiales, es decir, fuera del ámbito ordinario del Cabildo. Así, existió una permisividad por parte de Güemes a los actos de insubordinación de peones y esclavos como de las familias arrendatarias para con los patrones y propietarios. Entre estos fue fundamental la exención de los pagos de arrendamientos y alquileres de la tierra. Las tensiones de una sociedad jerárquica, desigual y racializada se expresaron en la guerra revolucionaria que erosionaba la otrora incólume sociedad colonial.
El caudillo tuvo la capacidad de articular las políticas revolucionarias con la efervescencia popular contra los realistas. Si se convirtió en el “Padre” y “Protector” de los gauchos no fue porque el paisanaje rural fuera un actor pasivo o manipulado, sino extremadamente activo que motorizaba la Revolución en un sentido deseado.
La potencialidad plebeya revolucionaria, expresada a través de los vínculos que lograron construir con las dirigencias emergentes, fue dinámica e históricamente situada. Esto quiere decir que respondían a aspiraciones, sueños y experiencias de vida que conformaron una identidad concreta. Don Martín Miguel de Güemes expresó una de las vertientes más radicales en estos años de guerras. Y su importancia radicó no sólo en sus victorias contra los realistas en el actual noroeste argentino, sino en lograr articular el autonomismo local y regional con los intereses populares frente al centralismo porteño.