OPINIóN

Del boca en boca a las “fake news” de hoy

Que el padre de Alexander Fleming rescató a Churchill de un pantano; que Franklin remontó su barrilete en plena tormenta y que a Newton se le cayó una manzana en la cabeza… casi todo indica que nada de esto sucedió. Es decir, si la desinformación existió siempre, ¿por qué hoy es más grave?

Fake News de la ciencia 20251211
Fake News de la ciencia. | Captura web

El incidente ocurre a fines del siglo XIX en la finca Lochfield, en el condado escocés de Ayrshire. Uno de los protagonistas es Hugh, un modesto campesino que sostiene una familia especialmente numerosa con su arduo trabajo.

Un día, mientras desempeña las tareas propias de la granja, escucha gritos de socorro procedentes de una ciénaga cercana a su propiedad. Sale corriendo hacia el lugar y encuentra a un niño aterrorizado, hundido hasta la cintura, gritando y luchando por liberarse del lodo negro que lo aprisiona. Hugh se arroja al pantano y consigue rescatar al niño de una muerte horrenda.

Al día siguiente, un suntuoso carruaje se detiene frente a la casa del granjero. Un noble de distinguido atuendo desciende del vehículo, se presenta como el padre del niño rescatado y ofrece una suma de dinero como recompensa por haber salvado la vida de su hijo. Hugh se niega, no puede aceptar un pago por lo que considera el comportamiento correcto ante semejante circunstancia.

Esto no les gusta a los autoritarios
El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.
Hoy más que nunca Suscribite

En ese momento el hijo del agricultor asoma a la puerta.
-¿Es ese su hijo?- pregunta el noble.
-Sí- responde Hugh.
-Le propongo un trato: Permítame costearle a él el mismo nivel de educación que mi propio hijo disfrutará- plantea el noble-. Si el muchacho se parece en algo a su padre, sin duda se convertirá en un hombre del que ambos estaremos orgullosos.

Esta vez Hugh no puede negarse, y acepta el trato.

Gracias al sustento recibido, el hijo del granjero asiste a las mejores escuelas y, más adelante, se gradúa con honores en la Facultad de Medicina del Hospital St. Mary de Londres. En unos años llega a ser conocido en todo el mundo por un hallazgo substancial (1928) que salvará muchas vidas.

Tiempo después, el mismo muchacho librado del pantano enferma de neumonía y se cura gracias al tratamiento descubierto por el hijo del campesino.

¿Cuál es el nombre del noble inglés?: Randolph Churchill.
¿El nombre de su hijo?: Winston Churchill.
¿Y el del hijo del granjero Hugh? Alexander Fleming, el descubridor de la penicilina.

La encantadora anécdota aparece publicada en numerosos sitios de la web y en varios libros, incluso en algunos de divulgación científica cuyos autores sigo y admiro. Por su abordaje de cuestiones universales como la bondad y la gratitud, el relato parece impregnado del delicado aliento de un cuento de hadas, con moraleja incluida. Tiende un puente entre dos realidades: la del padre trabajador que pese a su condición humilde rechaza el dinero ofrecido, y la de la familia rica, vinculada al poder, cuya generosidad habilita el acceso a una formación privilegiada a quien difícilmente la hubiese tenido. La principal beneficiada por esa cadena virtuosa es, ni más ni menos, la humanidad.

Por su abordaje de cuestiones universales como la bondad y la gratitud, el relato parece impregnado del delicado aliento de un cuento de hadas, con moraleja incluida"

Impresionado por la historia, encaro una búsqueda virtual para averiguar más detalles. Descubro entonces que la misma anécdota es trascripta aquí y allá con ligeras alteraciones que no modifican, sin embargo, su carácter heroico. Algunas páginas arguyen, por ejemplo, que el propio hijo del granjero es el que libra a Winston de ahogarse. Esta variante es prontamente descartada, porque considero bastante improbable que el niño Alexander pudiera rescatar a Winston, siete años mayor.

“Están contratando personas falsas y ni se dan cuenta”: la nueva amenaza silenciosa en el mercado laboral remoto

A medida que avanza la exploración en distintas fuentes, mi desconcierto se incrementa. Primero leo que no hay constancia de que Churchill haya estado a punto de ahogarse en Escocia a esa edad ni a ninguna otra. Tampoco existen registros de que Randolph pagara la educación de Alexander. Un blog sostiene que en 1943 Winston efectivamente enferma de pulmonía, pero se sabe que en esa ocasión no recibe penicilina sino sulfamidas.

Más adelante me entero de que Kevin Brown, biógrafo del médico escocés, asegura que el propio Fleming calificó a esta anécdota como “una fabulosa mentira”. En fin...

Para mi decepción, todo parece demostrar que el incidente es falso. Formó parte del capítulo El Poder de la Bondad, en el ciclo de Programas de Devoción para la Juventud, fruto de la imaginación de dos guionistas de una revista religiosa estadounidense en los años ´50.

La hipótesis más reciente asigna el origen del mito a un tal Arthur Keeney, periodista de la misma nacionalidad que desarrolló tareas en la Oficina de Información Bélica durante la Segunda Guerra Mundial.

Al día siguiente le comento el caso a mi amigo Gerardo.

- ¿Conocés la anécdota del matemático francés Henri Poincaré con una panadería de su barrio?- es su respuesta.
Como la desconozco, me la cuenta:
- Poincaré notó que allí hacían baguettes de peso menor al que decían ofrecer. ¿Cómo se dio cuenta? Pesaba su pan cada día, y casi siempre resultaba ser inferior a 1 kg. Muy rara vez igualaba o excedía ese peso. Sabía, desde luego, que el peso no podía mantenerse constante, pero era esperable que, al cabo de meses, los valores tendieran a una distribución normal. Es decir, el número de panes de algo menos de 1 kg debía ser comparable a la de “excedidos”.

Como eso no ocurría, la estadística dejaba expuesta la deshonestidad del panadero. La simpática historia es algo más extensa, y figura en múltiples libros porque enseña cómo la ciencia puede revelar fraudes en distintos campos, incluso en la vida corriente. ¿Te gustó?

- Sí, claro, me encantó- le respondo- Un poco obse resultó ser monsieur Poincaré, pero qué genio...
- El relato aparece en un excelente estudio sobre el azar de Alberto Rojo- continúa Gerardo- El autor quedó tan maravillado con los panes como vos con tu anécdota escocesa, y buscó el texto original de Poincaré. Como ya sospecharás, no lo encontró, y tampoco ninguna referencia a él. El más remoto antecedente que deparó su pesquisa fue una historieta alemana de épocas de racionamiento por causas bélicas; en ella, la anomalía con los panes es advertida por un ignoto "profesor de matemática”. Vaya uno a saber si no circuló una anécdota similar aún antes...

Estamos inmersos en esta enmarañada realidad de fake-news, videos trucados y miríadas de información trucha circulando por las redes"

La charla me convoca nuevas asociaciones, y repaso un puñado de leyendas muy difundidas que carecen de sustento real.

No hay evidencias, por ejemplo, de que a Newton le cayera una manzana en la cabeza, que en plena tormenta Franklin remontara el barrilete con la llave, que Arquímedes corriera desnudo por la calle gritando ¡Eureka! al hallar el principio de la hidrostática. ¿A quién se le ocurrió proclamar que Einstein era un mal estudiante, si a los 15 años ya dominaba el cálculo diferencial e integral?

Me detengo en uno de los experimentos citados con más frecuencia en materiales de ciencias: aquel famoso en que Galileo deja caer balas de cañón desde la Torre de Pisa, para mostrar que en el vacío todos los cuerpos caen con la misma aceleración. Hoy se sabe que el ilustre italiano no efectuó la prueba. Si la hubiera hecho, habría constatado el punto de vista aristotélico: que la rapidez de la caída depende del peso y del tamaño de los cuerpos.

Varios trabajos (2020/23) de la Universidad de Oxford alertan sobre la rapidez de propagación de contenidos falaces sobre todo en redes sociales"

Claro, eso es lo que sucede en el aire. Por eso es posible que la experiencia haya sido realizada, como manifiestan algunos, por su adversario ideológico Giorgio Coresio. Los que aún pregonan que Galileo plasmó el experimento, ¿imaginan que el aire pisano se comporta como el vacío?

Llegado este punto, advierto que estas historias espurias dejan, al menos, una enseñanza: que siempre hay que chequear la autenticidad de los orígenes. En un plano cotidiano, cuántas veces somos destinatarios de frases, poemas, pedidos de ayuda y otros mensajes virtuales, todos de dudosa procedencia. Con liviandad acrítica aceptamos textos adjudicados a Borges, García Márquez, Chaplin, Lincoln o Carl Sagan, aunque se nos despliegan rebosantes de cursilerías, trivialidades y lugares comunes.

Una serie de trabajos (2020/23) de la Universidad de Oxford alertan sobre la rapidez de propagación de contenidos falaces sobre todo en redes sociales, que carecen de los procesos de verificación de los (buenos) medios de comunicación tradicionales.

La desinformación puede expresarse mediante un amplio espectro de sucesos totalmente inventados, textos sesgados, imágenes editadas o aplicadas a un contexto que no es el de origen, datos manipulados, titulares que no guardan relación con la descripción de la noticia...

En los últimos años la producción de información viciada se ha "industrializado" y es cada vez más "profesional", potenciada por los imponentes alcances de la IA. Se pone énfasis en documentos multimedia que suscitan más credibilidad que los textuales y aseguran una súbita respuesta pasional. Precisamente es esa intervención emocional la que lleva al usuario a eludir todo chequeo y compartir el mensaje de inmediato.

A sabiendas de todo esto, inmersos en esta enmarañada realidad de fake-news, videos trucados y miríadas de información trucha circulando por las redes, no sería insensato tomarse un tiempito antes de pulsar el botón de "enviar".