La democracia a nivel global se encuentra en un momento de crisis profunda, que se manifiesta de muchas formas distintas y atraviesa generacionalmente a quienes nacieron y crecieron en América Latina después de las últimas dictaduras, y a quienes, por otra parte, nacieron hacia finales de los noventa y comienzos de los años dos mil. El concepto mismo fue cambiando a través del tiempo incluyendo mucho más que elecciones, derechos políticos y libertades civiles. Hoy, la democracia como la conocíamos se ve puesta en jaque una y otra vez por líderes que abiertamente desafían aquel concepto original, alimentados por una ciudadanía disconforme y descontenta, que siente que la promesa democrática de la transición no estuvo a la altura de sus expectativas.
Este desenlace no es un capítulo aparte, ya que la política regional ha ido dando señales de esta crisis desde que Hugo Chávez ganó las elecciones en Venezuela en 1998. La crisis del sistema de partidos venezolano y la incapacidad de los partidos tradicionales para canalizar las demandas de la ciudadanía se repitió en Perú, donde la reciente destitución de Castillo, luego de intentar cerrar el congreso, muestra que el costo de la fragilidad institucional es una crisis de gobernabilidad permanente. La frustración con los partidos fomentó el surgimiento de candidaturas y liderazgos disruptivos, con discursos cuestionablemente democráticos como el de Bukele en El Salvador o la presidencia de Bolsonaro en Brasil. En esta misma línea se inscribe Milei con una campaña que se sostiene sobre el rechazo a la política tradicional y un mensaje que cuestiona sin miramientos el desempeño de la democracia en la Argentina. En Chile, pese a haber perdido las elecciones de segunda vuelta en el 2021, Kast se consolida en la nueva extrema derecha buscando diferenciarse de los partidos de siempre negándose a firman el último acuerdo por una nueva Constitución.
El debilitamiento democrático que se observa en la región se alinea con una tendencia mundial hacia la autocratización de la política. La consolidación de los partidos de extrema derecha en Europa encuentra en Italia, con la reciente elección de Meloni, un ejemplo más del poderío de este discurso antiinmigrante, profundamente conservador que moviliza el sentimiento nacionalista en países como Hungría, Francia o España. América Latina no es ajena a las mismas presiones migratorias, especialmente a la diáspora venezolana en los países del continente, que enfrenta a las sociedades a una nueva era de multiculturalidad y pone a prueba los sistemas políticos y sus capacidades para canalizar este nuevo fenómeno.
La política se polariza, las elecciones son cada vez más competitivas, los márgenes de victoria más estrechos y las promesas de cambio cada vez más ambiciosas. Los nuevos liderazgos, en su mayoría hombres blancos de mediana edad y escasa trayectoria política, aseguran querer profundizar la democracia, purgarla de sus fallas, librarla de la corrupción de la política tradicional. El plan de acción es atractivo para los votantes cansados y desilusionados con lo mismo de siempre. Cuando lo conocido no logra entregar resultados, la ciudadanía está dispuesta a confiar en alternativas nuevas con líderes fuertes capaces de desafiar la inmovilidad democrática. Esto se hace sacrificando justamente democracia, a base del debilitamiento institucional, liderado en las reformas constitucionales que garanticen la continuidad en el poder, cuestionando los resultados electorales o las mismas instituciones responsables de velar por la integridad electoral.
La crisis de la democracia se evidencia empíricamente en los índices internacionales que la evalúan anualmente, tanto desde la sociedad civil como desde los organismos internacionales y la academia. En todas las mediciones e informes internacionales hay un denominador común: la calidad democrática está en declive, desafiada por liderazgos que buscan garantizarse súper poderes con pocas revisiones institucionales, y por autócratas que aprovecharon las limitaciones de la pandemia para profundizar el control sobre sus ciudadanos, coartando las libertades civiles y desafiando los derechos humanos. La democracia viene perdiendo terreno a manos de los regímenes híbridos y las autocracias. Es decir, son más los regímenes democráticos que se pierden por año que las democracias que se consolidan. Esta tendencia muestra que la época de la consolidación democrática de la pos-transición no solamente llegó a su fin, sino que además está iniciando un proceso de reversión, donde el mundo se orienta a un formato nuevo de regímenes que aún es difícil terminar de definir. No serán gobiernos autoritarios como los de antes, pero sin dudas tampoco se ajustan al concepto de democracia que conocíamos hasta hoy.
*Profesora de la Universidad Alberto Hurtado, Chile. Red de Politólogas - #NoSinMujeres.