OPINIóN
ELECCIONES 2019

Sorpresas y algunas alianzas difíciles de creer ¿y ahora qué?

Con este bochornoso cierre de listas, para unas PASO que son a esta altura poco más que una formalidad (y una formalidad que sale bastante cara), se hace más evidente que nunca la necesidad de adaptar y reorganizar los partidos políticos para futuras elecciones.

Últimas horas de negociación para el cierre de listas.
Últimas horas de negociación para el cierre de listas. | Cedoc

Las cartas ya están echadas. Por fin tenemos las listas sobre las que se estuvo especulando durante meses. Nueve precandidatos a la presidencia, ninguno de los cuales compite por el mismo frente. Sorpresas y algunas alianzas difíciles de creer. Tenemos las listas, ¿y ahora qué?

Salgan como salgan las elecciones, gane Fernández, Macri, Lavagna, Espert o del Caño, las cosas van a tener que cambiar. Con este bochornoso cierre de listas, para unas PASO que son a esta altura poco más que una formalidad (y una formalidad que sale bastante cara), se hace más evidente que nunca la necesidad de adaptar y reorganizar los partidos políticos para futuras elecciones.

El reciclado de candidatos debería ir llegando a su fin, porque muchos han tomado caminos que ya no tienen retorno. Está bien que en política a cada rato decimos “este no vuelve más” y después lo vemos reaparecer bajo otro sello partidario, pero es dudoso que la política y la vida institucional argentina resistan mucho más tiempo este reciclado. En parte, esta necesidad de renovación fue leída por las principales fuerzas nacionales.

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En las tres fórmulas que mejores se posicionan en las encuestas aparecen nombres asociados con la presidencia de Duhalde y con los primeros años del kirchnerismo: Lavagna, Alberto Fernández, Pichetto. Son candidatos traídos de una época en que la política tuvo que saber reconstruirse ante el reclamo de “que se vayan todos”. Hoy con esto no parece suficiente.

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La renovación pasa por buscar caras nuevas, no las mismas caras de siempre con distinto maquillaje. Si lo pensamos desde la perspectiva de los jóvenes que nacieron cerca del 2001, y que ahora votan por primera o segunda vez, la política es un escenario estático y repetitivo. Los políticos son una clase anquilosada. A lo sumo pueden cambiar de camiseta, y el mercado de pases siempre está abierto. 

Desde el discurso se enuncia mucho a los más jóvenes, pero en lo concreto se busca poco hacer que se sientan integrados. Las nuevas generaciones tienen otra forma de comunicar, de recibir y evaluar información, y los mensajes y vehículos tradicionales no les llegan. Los partidos los aburren, la rosca los descoloca, les interesa asociarse en acciones colectivas. 

Los líderes juveniles se empiezan a foguear en una acción que es política, pero no siempre partidaria. Comienzan a emerger en los grupos de trabajo comunitarios, que buscan el contacto directo con la gente, en la calle, en las iglesias, los barrios y los centros de enseñanza. Están abiertos a formarse, a ser incluidos en un proyecto político y trabajar por una sociedad más justa y equitativa. Pero según sus propias formas, no según las formas de la política tradicional. 

Son disruptivos: este es un adjetivo que viene del inglés disruptive y se usa para nombrar a todo aquello que produce una ruptura brusca. En su libro El dilema del innovador, Clayton M. Christensen acuñó el término “innovación disruptiva”. Con este término se refería a tecnologías cuyo potencial inicialmente parece cuestionable pero terminan redefiniendo el mercado. Christensen empezó a observar este fenómeno en su investigación de la industria informática, y pronto se descubrió que la teoría podía aplicarse a muchas otras áreas. La política no es la excepción.

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En estos términos puede explicarse que la campaña de Espert sea, en 2019, una de las que mejor llegada ha tenido entre los más jóvenes. Espert ha construido un mensaje sencillo, que apunta a preocupaciones cotidianas y funciona por fuera de las estructuras partidarias. Él mismo reconoce que busca romper con un discurso estatista instaurado desde hace décadas en el discurso de todo el arco político argentino. “Nuestro mensaje es: que nadie te diga lo que tenés que hacer”, resume Espert. Un punto que aúna a la perfección el programa político con un sentimiento de rebeldía muy propio de la juventud.

Los jóvenes también son impacientes; los aburren los formalismos y las reuniones interminables. Si alguien les habla más de cinco minutos, agarran el celular y se acceden a otro mundo donde la información fluye de otra forma. También está ahí la clave para llegar a ellos, en una comunicación que debe escapar a los mensajes vetustos y al tono condescendiente. Su inclusión debe apelar a sus propios intereses, a las causas que consideran justas y que los movilizan, como el aborto y las cuestiones de género.

Hace rato que los partidos políticos vienen sacrificando su identidad en nombre de las necesidades del momento. Las estructuras partidarias, en consonancia, quedaron aplastadas por el personalismo. Esta política, construida según las conveniencias del contexto, no está capacitada para recibir y entusiasmar a una nueva generación. Más que nunca es necesario refundar los partidos, ¿pero podrán hacerlo los mismos de siempre? Quizás también tengan que venir los más jóvenes a explicarnos cómo se hace.

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D.S.