Una mala persona no llega nunca a ser buen profesional” dijo contundente en una entrevista el padre de la teoría de las inteligencias múltiples, Howard Gardner. Afirmación que nos evoca a realizar, al menos, una reflexión en torno a la vinculación entre persona, y profesión. La integralidad y dignidad de la persona humana y su razón de existencia y trascendencia han sido objeto de análisis desde tiempos inmemorables. La búsqueda constante de la felicidad se encarna en un equilibrio integral entre la salud corporal, mental y comunitaria, objetivo estrechamente vinculado con el bienestar integral.
Ese mundo feliz que soñada Aldous Huxley cuya máxima era el conocimiento como más alto bien, la verdad como valor máximo y todo lo demás subordinado murió repentinamente en el imaginario colectivo de una sociedad, donde la relatividad le ganó la pulseada a la verdad, dejando un camino distorsionado para encontrar el equilibrio de la felicidad.
Cualquier tipo de organización incluyendo las empresariales procuran nutrirse de buenos profesionales para alcanzar sus metas, por ende, necesitan cada más vez más de buenas personas. No es indiferente gestionar una compañía en donde la libertad, la confianza y la empatía convivan con la rentabilidad, la productividad, la tecnología y el desarrollo. Hace décadas que dejó de ser una mera utopía el gerenciamiento humano en el mundo de los negocios. No hay empresas sin personas, y, por lo tanto, no hay resultados exitosos sin que se alcancen con liderazgos talentosos colmados de plena humanidad.
Sin dudas, el gerenciamiento empresarial del siglo XXI nos trae grandes desafíos en torno a las cuestiones ambientales, a la gestión de la diversidad y la inclusión, al impacto social del negocio, a la buena gobernanza, a la ética y la transparencia, la disrupción de la tecnología, la longevidad planetaria, entre otros. Todos tienen en común una lógica empresarial del cuidado fundada en una pirámide de valores universales que unen el rumbo de nuestra existencia: la verdad, la vida, la libertad, la igualdad, la Justicia, los derechos, la dignidad. Un cuidado cada vez más motivador para transformar el bienestar individual en bienestar comunitario, y, por ende, también empresarial.
Las compañías están cada vez más comprometidas con la creación de valor social, se han transformado en actores visiblemente responsables en la generación de condiciones materiales, pero también espirituales necesarias para que las personas desarrollen sus potencialidades y desplieguen sus dones y talentos. Son portadoras de valores, co-creadoras, co-responsables co-transformadoras, son fuerzas vivas y dinámicas de una sociedad en movimiento. El rol del empresariado no puede ser dejado al azar, porque una acción incoherente, que se viraliza millones de veces a través de un tuit, no solo provocará pérdida de ganancias y empleos, sino la pérdida de credibilidad y legitimidad en la era de la fugaz tecnología. No le bastará en los próximos años generar y administrar riqueza sin sentido, sino que del legado que deje a la humanidad dependerá su propia subsistencia.
Un liderazgo humanista empresario en el que la persona se transforme en el centro de las decisiones en torno al mundo de los negocios y las finanzas, es la clave para promover el desarrollo humano integral y resolver los grandes desafíos que nos interpelan. El paradigma del bienestar y del cuidado en el mundo corporativo llegó para quedarse, es un avatar que trasciende el mundo de los negocios para calar hondo en el ADN más profundo de la humanidad: su trascendencia.
*Directora del Centro de Management Humanista Empresarial, Escuela de Negocios de la UCA.