OPINIóN
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El colapso de los imperios y la crisis ambiental

El economista y escritor Jacques Attali advierte que las mismas dinámicas que llevaron al colapso de grandes civilizaciones vuelven a manifestarse en pleno siglo XXI, a pesar del enorme potencial global para el progreso.

Cambio Climático 25092025
Un océano de paneles solares azules ondula sobre las dunas ocres del desierto de Kubuqi, en Mongolia Interior, un ejemplo brillante de la casi inconcebible transición energética de China. | AFP

Cada generación considera que vive una era sin precedentes, con desafíos únicos. Sin embargo, una y otra vez se repiten patrones y motivaciones que han debilitado y destruido civilizaciones o, por el contrario, las han fortalecido y llevado a prosperar. Aprender del pasado requiere reconocer sus simetrías y resonancias.

Un ejemplo fundamental es la evolución del poder mundial. Cuando una potencia dominante se enfrenta a dos rivales, suele triunfar el que evita el conflicto directo con la potencia principal. A fines del siglo XVIII, Gran Bretaña prevaleció sobre los Países Bajos, potencia dominante del período, mientras Francia, que eligió la guerra, nunca llegó a convertirse en superpotencia. A comienzos del siglo XX, Estados Unidos se impuso sobre el Reino Unido en gran medida por los conflictos que los británicos mantuvieron con Alemania.

Nueva munición de la geopolítica

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Otra lección es que los imperios colapsan cuando ya no pueden financiar la seguridad de sus territorios y rutas comerciales. El Siglo de Oro español terminó cuando la Corona dejó de poder sostener el gasto militar para defender sus colonias. El dominio británico dependía de una supremacía naval imposible de mantener. La Unión Soviética cayó al confundir grandeza con sobrearmamento.

Incluso las civilizaciones mejor posicionadas pueden derrumbarse por errores no forzados. A principios del siglo XX, Occidente parecía encaminado hacia una prosperidad ininterrumpida: la electrificación, el automóvil, el teléfono, la radio y la aviación aceleraban el progreso, y la pobreza y la guerra parecían en retirada. El comercio global crecía, la democracia se expandía, y los vínculos entre las monarquías europeas eran estrechos. Hasta se había diseñado una arquitectura para resolver conflictos internacionales.

La Primera Guerra Mundial truncó esa edad dorada. Los inventos liberadores se convirtieron en armas de destrucción, y la ilusión de progreso murió en las trincheras. Europa quedó atrapada durante décadas en guerras, odio, humillación y revanchismo. Pese a la creencia de que “esta vez sería distinto”, el continente ardió nuevamente.

El mundo actual atraviesa una paradoja similar. La humanidad posee un potencial inmenso. La transición energética puede poner fin a la era de los combustibles fósiles; los avances científicos permiten imaginar la cura de enfermedades, fuentes casi ilimitadas de energía limpia y la liberación del ser humano de tareas arduas. Muchas naciones ya reconocen la urgencia de enfrentar el cambio climático y proteger el planeta. La juventud se moviliza, las mujeres ganan espacios de decisión y las sociedades dialogan frente a desafíos compartidos.

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Sin embargo, el peor escenario se despliega. El autoritarismo se expande y amenaza incluso a democracias consolidadas. La inteligencia artificial (IA) podría destruir miles de millones de empleos, impulsar nuevas armas y erosionar capacidades cognitivas. El ambiente sigue deteriorándose; el aumento del nivel del mar, la sequía y la caída de cultivos ya fuerzan migraciones masivas. Las guerras se multiplican y los conflictos por agua y alimentos aumentarán.

Los gobiernos democráticos permanecen paralizados, aplazando reformas esenciales hasta después de cada elección. Con la globalización en retroceso, resurgen el miedo al otro, la nostalgia por una pureza inexistente y el desprecio por el conocimiento. Todo ello alimenta al populismo, mientras la inteligencia colectiva se diluye frente a la ira individual.

Lo más inquietante es que enfrentamos desafíos comunes sin precedentes: el cambio climático, la pobreza, los riesgos epidémicos y el mal uso de la tecnología, especialmente la IA. Saturados de pantallas y videojuegos, y obsesionados con rivalidades nacionales, dejamos de pensar en el futuro global y cedemos el poder a intereses geopolíticos estrechos. Así mueren las civilizaciones. Quizá así muera la civilización humana.

Evitar este desenlace exige recordar las lecciones del pasado. Es tiempo de pensar como una única especie humana y enfrentar unidos los desafíos compartidos. La cooperación global debe imponerse al egoísmo de los Estados nación. Los intereses de las futuras generaciones deben estar primero, lo que implica una nueva centralidad del altruismo. Tal vez algún día veamos 2025 como el año en que la humanidad pudo girar hacia el abismo, pero eligió la vida.

*Jacques Attali, fundador del Banco Europeo para la Reconstrucción y el Desarrollo, fue asesor especial del presidente francés François Mitterrand y es autor de 86 libros.
Project Syndicate.