OPINIóN
Efemérides 23 de abril

El libro: entre el saber, el lujo y el desuso

Los libros están caros en el país y los creyentes del dogma denominado Mercado creen que su dios equilibrará todo, como si ese dato no fuera producto de relaciones comerciales desiguales. Según UNICEF, 7 de cada 10 niños pobres argentinos no puede comprarlos. ¿Tema cerrado?

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Situación crítica en el mercado de las editoriales | Télam

Hace unos meses el escritor argentino Hernán Casciari afirmó en una entrevista que la lectura, en el momento histórico en el que vivimos, es para ricos. Esta posibilidad de detenerse, frenar el tiempo por un par de horas y sumergirse en historias, relatos e ideas que otras personas condensaron de manera escrita sería, según este autor, algo exclusivo para quienes tienen la vida resuelta, materialmente hablando, y cuentan con la posibilidad de estar sin hacer nada más allá del acto que involucra la lectura. 

La afirmación de Casciari, en su momento, generó cierta polémica, aunque invitó a la reflexión de un tema que no suele estar en la agenda de los grandes medios.

¿Quiénes consumen libros en la actualidad? ¿Esto es un privilegio más que un derecho para todas las personas? ¿Estamos volviendo a sociedades pre modernas donde sólo una elite accedía al conocimiento objetivado en libros? 

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En la Argentina actual, estas preguntas, vinculadas a los libros, pueden ser extrapoladas al consumo masivo de diversas expresiones culturales, tales como el cine, el teatro, las galerías de arte o los recitales. Su acceso, a partir del desfinanciamiento estatal y la crisis económica, es cada vez más restrictivo. No sólo por los precios de los libros o las entradas per se, que cada vez son más elevados respecto de los salarios, sino también por las condiciones de pobreza creciente en las que vive buena parte de la población, que la aleja de este tipo de consumos para conducirla a un presente de supervivencia casi extrema.

La lectura, en el momento histórico en el que vivimos, es para ricos

Y es que, producto de una crisis que se arrastra hace años, como solución a todos los problemas que atraviesa nuestro país, diversos sectores insisten en hacer prevalecer la idea de que el mercado va a equilibrar todo, como si este fuera algo natural y no producto de relaciones comerciales desiguales que siempre buscan aumentar las brechas y perpetuarse en el tiempo. 

En esa línea, según estas ideas suscriptas por las nuevas derechas, serían cada vez menos necesarias las inversiones en políticas culturales, por ejemplo, debido al poder de equilibrio de un mercado que opera libremente a través de la oferta y la demanda.

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Sin embargo, desde esta perspectiva, cabe preguntarse, ¿qué va a hacer el mercado con aquellos niños, niñas y adolescentes (NNyA) que están en situación de pobreza? ¿Qué bienes culturales y educativos les ofrecerá? ¿Qué condiciones generará para que los aprendizajes ocurran y las desigualdades se reduzcan? Según el último informe de UNICEF, los NNyA pobres en Argentina son 7 de cada 10. Y la cifra va en aumento.

Esta desigualdad estructural debe ser abordada urgentemente. Y de manera integral, logrando el acceso a todos los derechos, incluidos aquellos vinculados con la cultura y educación de calidad. Es falsa la dicotomía que quieren imponer de que el Estado debe elegir entre financiar un plato de comida o un libro. La justicia social es con ambos. Así está consagrado en nuestra Constitución y en los tratados internacionales que nuestro país ha suscrito. Este es el verdadero puente para que la movilidad social ascendente y la justicia social, tantas veces prometidas, sean una realidad en nuestras sociedades.

Por eso, en este Día Mundial del Libro, el foco puede estar en su democratización. De los libros, en plural, tanto en su formato físico como digital, para que se conviertan en productos cada vez más populares y menos elitistas, al alcance de todas las personas. Esto debe ir acompañado de mejoras en las condiciones de vida, que permiten su consumo y producción. 

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Lo mismo debería ocurrir en todas las expresiones culturales: está demostrado que el contacto con géneros, formatos, autores e historias diversas contribuye al desarrollo social, a la formación de identidades comunes, y a la generación de diálogos cada vez más críticos y menos dogmáticos, elementos claves para una ciudadanía pacífica y comprometida con los derechos humanos.

En ese entramado, la educación cobra un papel central: ser el legado de lo transitado a las nuevas generaciones y a la vez construir nuevos horizontes comunes. 

Este 23 de abril, en Argentina, además de celebrarse el Día Mundial del Libro, se defienden en las calles algunas de las banderas que necesitamos levantar más que nunca, para que gobierne quien gobierne, el Estado no se desentienda de sus obligaciones y alcancemos, de una vez, un desarrollo inclusivo con justicia social sin dejar a nadie atrás.

*Llic. y prof. en Comunicación Social (UNLP) y Diplomado en Desarrollo, Políticas Públicas e Integración Regional (FLACSO)