OPINIóN
Desatados

El poder del logos abre la caja de Pandora

La fuerza casi mágica de la palabra se vuelve peligrosa en manos de un tirano. Los líderes políticos deben asumir que, en el camino del cursus honorum que han elegido, perderán muchas libertades, entre ellas, la de poder expresarse en forma injuriosa.

Caja de Pandora
Caja de Pandora | Agencia Shutterstock

“En el principio era el Logos y el Logos estaba ante Dios, y el Logos era Dios”, anuncia el Evangelio de San Juan, 1:1

Para los griegos, el término logos fue un vocablo central en su filosofía; su polisemia hizo que su traducción a otras lenguas fuera también múltiple: en castellano, se lo traduce por “palabra”, “expresión”, “pensamiento”, “discurso”, “concepto”, “verbo”, “razón”, “inteligencia”; en el texto evangélico citado suele sustituirse por “Palabra” o “Verbo”.

Lo cierto es que en todos los casos se trata de significados muy potentes que no dejan indiferente ni a quien los escucha ni a quien los dice.

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En efecto, la palabra, el discurso, la expresión, tienen el misterioso poder, casi mágico, de sobrevivir al personaje, real o ficticio, que, al articularlos hizo de ella o de él un objeto sensible, sujeto a la alternativa de su difusión sin límites.

Y es ese mágico poder de cuasi eternidad de la palabra, oral o escrita, que la hace peligrosa para tiranos y déspotas: pueden ser poderosas herramientas de cambio, capaces de inspirar movimientos, revoluciones y transformaciones en la sociedad.

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Los innumerables libros quemados - e intelectuales asesinados-  a lo largo de la historia dan cuenta de ello. Borges recuerda la extraña paradoja del emperador chino, Shih Huang Ti, constructor de la muralla china, que asimismo dispuso que se quemaran todos los libros anteriores a él, quizás ante el temor que éstos se refiriesen a la infamia de su madre, desterrada por libertina.

Curiosamente, y si es cierto lo que escribió Platón en su Apología, Sócrates fue acusado de engañar a los atenienses precisamente por su habilidad en el hablar, la potencia de su palabra era como la del pez torpedo, cuya electricidad deja inmóvil a quien se le cruza.

Y ese estupendo poder de la palabra se vincula estrechamente con la defensa de la libertad de expresión, reconocida normativamente a partir del Bill of Rights de Inglaterra de 1689; es derecho es una de las caras de la moneda que debe asegurarse en toda sociedad democrática.

La otra cara de esa moneda tiene que ver con el ejercicio responsable y adecuado de ese derecho, teniendo en cuenta, precisamente, la ya comentada potencia que implícita o expresamente, posee la palabra; como sostenía John Stuart Mill, el principio de libertad dispone que el individuo tenga libertad de acción sobre todo aquello que no afecte a los demás, otra fórmula que establece los límites del ejercicio de los derechos.

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El discurso violento, el insulto, la desvalorización de personas o instituciones por parte de líderes de opinión o de figuras públicas, pueden tener consecuencias particularmente graves debido a la influencia y la visibilidad pública que los mismos pueden poseer. 

La naturalización de tales actitudes puede dar lugar a su adopción veloz por parte de sociedades polarizadas y erosionar el tejido democrático de las mismas, dificultando la cooperación y el diálogo.

Los lideres y dirigentes, que buscan y aceptan ese rol en la sociedad, deben asumir que, en el camino de ese cursus honorum que han elegido perderán muchas libertades, entre ellas, la de poder expresarse con la absoluta libertad de la que gozaban cuando fatigaban el llano. 

Siempre deben tener en mente que sus palabras gozan de un poder y de una fuerza hercúleos. Hubieron palabras dichas que dieron como resultado una noche terrorífica de cristales rotos y hubieron palabras dichas o no dichas, previas al asalto al Capitolio norteamericano.

Como es sabio tenerlo presente, la caja de Pandora es muy fácil de abrir, pero no tanto de cerrar.