Casas enfiladas, casas enfiladas,
casas enfiladas.
Cuadrados, cuadrados, cuadrados.
Casas enfiladas.
Las gentes tienen ya el alma cuadrada,
ideas en fila
y ángulo en la espalda.
Yo misma he vertido ayer una lágrima,
¡Dios mío!, cuadrada.
Cuadrados y ángulos (Alfonsina Storni)
Las sutilezas para permear en el inconsciente humano pueden adquirir distintas modalidades, la disciplina es una de ellas. No existe mayor triunfo que el dominio propio. Ese dominio puede operar por convicciones o por imposiciones. Cuando la imposición se naturaliza, logra con éxito atravesar la delicada valla de lo fijado desde afuera para adoptarlo como propio.
Cómo reparar es la misión que plantea el coronavirus
La invisibilidad de la COVID-19 habilita una serie de registros que avanzan a pasos agigantados no encontrando aún en su recorrido obstáculos que la detengan. Esta obsesión por los contagios de la peste despierta pánico social, parálisis individual y, al mismo tiempo, toma de medidas en gobiernos a lo largo del globo con impacto en estilos de vida, sistemas productivos y poder de policía.
Espacios cerrados, recortados, vigilados, registrados lleva a la proliferación exponencial de una mayor concentración de poder de los poderes políticos con una contracara: la docilidad almática de los ciudadanos.
Esa invisibilidad es la que opera en las minuciosas redes de poder que se tejen en todo entramado social. El poder en tanto relación de fuerzas y situación estratégica en una sociedad en un momento determinado, está en todas partes. Para Michel Foucault (1926-1984) se trata de una red productiva que pasa a través de todo el cuerpo social. “A la peste responde el orden; tiene por función desenredar todas las confusiones: la de la enfermedad que se transmite cuando los cuerpos se mezclan… Contra la peste que es mezcla, la disciplina hace valer su poder que es análisis”.
La pandemia, nuestro futuro y la mámushka
La parálisis generada por el temor automático habilita la jugada del hegemón. “El temor que me espantaba me ha venido, y me ha acontecido lo que yo temía” (Job 3:25)
La conmoción social que inmediatamente se trasluce en un desorden mental activa dispositivos disciplinarios.
Así como la imagen de la lepra de antaño, hoy esta pandemia se erige como el sueño político que pone en marcha aparatos de poder disciplinarios. Protocolos rigurosos atravesados por lógicas de contralor contornean espacios administrativos, sanitarios, políticos que tienden a individualizar cuerpos, enfermedades, síntomas.
Espacios cerrados, recortados, vigilados, registrados lleva a la proliferación exponencial de una mayor concentración de poder de los poderes políticos con una contracara: la docilidad almática de los ciudadanos.
Permeados por el temor de lo inmanejable olvidamos la importancia de la “distancia crítica”. La producción comunicacional también es parte de esta lógica arquitectónica del poder que avala la embestida disciplinaria de los gobiernos.
Objetos de la información pero jamás sujeto de la comunicación. Aquí está la garantía del orden, no hay peligro de complot. El mayor efecto es llevar al contagiado y, a la sociedad en su conjunto, a un estado consciente y permanente de visibilidad garantizando así el funcionamiento cuasi instantáneo del poder.
Pandemia fase 3: el cambio que no se ve
El despertar de la docilidad podemos asociarlo al concepto de contrahegemonía desarrollado por Antonio Gramsci (1891-1937). Una invitación a otro tipo de desarrollo almático. Liderazgo moral, intelectual y agregaría espiritual que lejos de montarse en estrategias de ataque frontal, abracen un despertar de las conciencias cauterizadas por el temor.En este tiempo de la historia mundial, ¿seremos capaces como individuos de vislumbrar un futuro libre con plena ausencia de pensamientos que limiten nuestro gozo para una vida plena?