Hechos concretos nos ayudarán a calcular el alcance, pero sobre todo la profundidad, de otro regreso de la receta liberal.
El sobredimensionamiento del Estado en Argentina se sostiene en cuatro pilares: 1) Las jubilaciones por moratorias y pensiones no contributivas que según datos de la consultora IDESA son el 54% del total, 2) los subsidios energéticos, 3) el aumento del empleo público en 800.000 puestos desde 2011 (mientras que, en el mismo período, el empleo privado registrado creció cero) y 4) la multiplicación de planes sociales.
Estos cuatro pilares nos dan una imagen fiel de una nueva sociedad. Construida principalmente a partir de 2003, podemos definirla como una segunda sociedad peronista.
Pero, si esta es la segunda, ¿Cómo fue la primera? Los pilares de la anterior sociedad peronista eran distintos: 1) cientos de empresas del Estado y empleados de esas empresas del Estado, 2) la Patria Contratista, es decir, el gran empresariado que parasitaba a las empresas públicas, 3) una extendida industria liviana, muy protegida, con sus respectivas masas obreras y 4) sindicatos fuertes en casi todas las ramas de actividad.
¿Qué sucedió con la primera sociedad peronista construida a partir de 1945? Como lo puntualizó el historiador Tulio Halperín Donghi, todos los intentos para desmantelarla fracasaron hasta que finalmente la hiperinflación generó el consenso de que así no se podía seguir. No fueron los militares ni los radicales quienes llevaron adelante su demolición, fue el mismo Partido Justicialista. Es justamente por eso que hoy, desde el no-peronismo, escuchamos una reivindicación de Carlos Menem.
De esa primera sociedad peronista queda algo: hay industrias protegidas como la automotriz pero muchas menos que en 1989, de los sindicatos se mantiene fuerte un reducto que el sociólogo Juan Carlos Torre denomina “aristocracia obrera” (bancarios, camioneros), sigue habiendo empresas estatales deficitarias como Aerolíneas pero nada que ver con las decenas del pasado y la Patria Contratista es menos gravitante (se personifica muy bien en la reciente licitación de los caños para el gasoducto de Vaca Muerta con un único oferente: Techint).
Todos estos elementos sumados e interactuando unos con otros describen al país en el que hoy vivimos y que no consigue que sus cuentas cierren ni que quienes tienen recursos para invertir confíen y lo hagan. Y como las cuentas no cierran y quienes tienen dólares para invertir no lo hacen, tenemos una de las mayores inflaciones del planeta. Una inflación que se acelera, porque, además, hay que enfrentar un creciente endeudamiento. Ese endeudamiento se toma para tapar el persistente agujero fiscal pero, principalmente, para ganar elecciones.
Acabamos de describir una sociedad disfuncional con una economía estancada desde hace diez años. Una sociedad que se empobrece desde 2012.
Inevitable que busque, enojada, nuevos liderazgos para abandonar el estancamiento.
Derechización, debacles y renovaciones generacionales
La derechización
Es en ese contexto que Javier Milei crece en las encuestas. Es en ese contexto que sospechosamente las grandes consultoras (muchas contratadas por el Gobierno de la Ciudad) no publican sondeos de cómo terminaría una primaria entre Patricia Bullrich y Horacio Rodríguez Larreta. Es en ese contexto que suenan como candidatos peronistas en 2023 figuras a la derecha de Alberto Fernández.
Y la forma de medir cuán fuerte será la derechización es con este último punto: si el año que viene, un PJ unido unge un nuevo candidato más liberal que progresista se legitima rotundamente que no habrá más salida de esta crisis que por derecha. La ansiedad de Cristina Kirchner por retener la Provincia de Buenos Aires hace cada vez más posible ese escenario, porque necesita traccionar votantes moderados desde la boleta nacional.
Pero aún así, aún con un volantazo hacia los liberales, nada asegura que el próximo presidente lo vaya a aprovechar.
Mauricio Macri, por ejemplo, lanzó la reparación histórica y empeoró el déficit en jubilaciones, después las ató a la inflación y siguió cavando en el pozo, también traspasó decenas de miles de millones de pesos a Emilio Pérsico y Juan Grabois con la Ley 27.345 llamada de “trabajadores de la economía popular” que multiplicó los planes sociales y, además, la cantidad de empleados del Estado continuó aumentando. Ni hablar de que -desatando sospechas de corrupción- vendió activos del Estado que daban ganancia como centrales eléctricas o las acciones de Petrobrás, no que daban pérdida como Aerolíneas o Yacimientos Río Turbio.
Es decir, Mauricio Macri empoderó aún más a la segunda sociedad peronista que describimos al principio de esta columna. Inevitable entonces que emerjan outsiders como Javier Milei y José Luis Espert. Porque el rol del no-peronismo no es fortalecer a la sociedad peronista, tampoco es hacerle pequeños retoques, o gobernarla sin transformarla con los espejitos de colores que sugiere Jaime Durán Barba.
El rol del no-peronismo es desmantelar esta estructura.
Y es de esa manera que podremos medir cuán efectivo es el giro a la derecha: cuánto logra desarticular el próximo gobierno el esquema de crecimiento del empleo público, jubilaciones sin aportes, planes sociales, energía subsidiada, aristocracia obrera, Patria Contratista residual como la de la causa Cuadernos, las industrias no competitivas y las empresas estatales crónicamente deficitarias.
Para el desmantelamiento de la primera sociedad peronista hubo que esperar a que lo haga el mismo Partido Justicialista. El mismo que después creó otra y que sólo hay que asomarse por la ventana para entender que ya agoniza. El electorado del PRO, de la UCR y de Javier Milei está tratando de asegurarse que esa historia no se repita, que esta vez sean sus líderes los que no le tengan miedo a la dura transformación.