La comunicación pública del gobierno nacional para atender la situación de pandemia viene siendo deficitaria en ejemplaridad por no cumplir objetivos de prevención, y para peor, muestra opacidad, incoherencia, contradicciones y falsas expectativas de modo permanente en la triada comunicadora: Alberto Fernández, Ginés González García y Carla Vizzotti.
A esto, como fenómeno político con impacto social, lo debemos ver críticamente en tanto muestra la falta de integridad en la gestión y el discurso público, en clave 360º, en la que se debe integrar holísticamente la estrategia y táctica, comunicación interna y externa, los medios y redes, como un sistema de gestión realmente unificado (Elizalde y Riorda, Comunicación gubernamental más 360º que nunca) sin el cual se pueden dar múltiples efectos negativos o no queridos sobre las expectativas sociales y las conductas individuales.
Hablar de integridad en la comunicación pública 360º es reconocer entonces la obligación de alentar y mantener la transparencia pública en actos y comunicaciones de modo alineado, consistente y conforme a evidencia, valores, principios y normas éticas y legales, para priorizar el objeto público de coordinación de expectativas -en pandemia: advertir o alertar, concientizar sanitariamente y establecer escenarios potenciales no idílicos- por sobre los intereses que puedan ocasionar un desvío de objeto o un aumento en el riesgo y hasta potenciales crisis.
Brotes, rebrotes y sigue faltando comunicación
Definida la integridad en la comunicación pública, su déficit en tiempos de pandemia nos permite visualizar una sucesión de hechos que han alentado su poca eficiencia en tanto los funcionarios no sostuvieron en el imaginario el necesario cambio de actitudes, no provocaron adhesiones masivas (si, en cambio en otros temas de agenda legislativa) ni formaron una masa crítica preventiva suficiente que nos encuentre pensando realmente en la situación de riesgo en el que estamos inmersos como comunidad.
Cuando digo esto, pienso colectivamente, en tanto hemos visto que ante los mínimos atisbos de relajación legal se acrecentaron los contagios de modo automático -no sólo por las actitudes de los jóvenes en el verano- y también los sesgos de quienes creen que realmente no pasa nada o que dicen saber cómo sortear la pandemia con sólo representarse autosuficientes, superados o mantienen vigentes noticias falsas, fake news o teorías conspirativas y pensamiento mágico.
Por esto, la comunicación pública con fines a consagrar acuerdos y coordinación hasta la fecha no estuvo disponible como bien fundamental de una democracia republicana. Sólo alentó rupturas en la credibilidad y la reputación de los comunicadores afectando consensos políticos varios y afectando, además y como si fuera poco, a los consensos técnicos y científicos.
Esto último es un daño político considerable producto de la politización y los vaivenes de la agenda ejecutiva y el presente año electoral, todo lo cual, lejos de restar le suma mayor gravedad a la situación si se pone en riesgo la credibilidad de quienes son los principales actores en materia de salud pública.
Se conjetura entonces que esto ocurre cuando lejos de la responsabilidad la guía son las convicciones o el mero decisionismo producto de pensar sólo a partir de sesgos, o doctrinas, para adecuar la realidad al relato para que nada nos deje de confirmar lo que preferimos creer.
El muestrario de lo antedicho, desgraciadamente, es extenso y no parece tener freno: desde el no va a llegar a la Argentina, pasando por un planteamiento de dilema erróneo y conferencias de prensa poco claras sobre escenarios futuros, actos populares masivos de alto riesgo, hasta la actualidad, en que se anuncia como programa que se va vacunar a esenciales para el mes de marzo, pero de modo imprevisto, se anunció que vamos a vacunar a más personas con una sola dosis para la misma fecha. Pero ahora todo cambio y volvieron a comunicar que van por las dos dosis. ¿Y mañana que nos deparará?: ¡sorpresa!
Para evitar rebrotes se necesita coherencia
Este es un muestrario exprés de frases y anuncios tributarios de la aleatoriedad oficial, y su correlativo desconcierto social, o la falta de real de visión sistémica y acción que enmarque al objetivo general y a los sucesivos actos operativos que deben ser sostenibles para alcanzar una meta de coordinación de expectativas. En resumen, lo que no arrancó bien, nunca fue ajustado o corregido, y casi 10 meses después, parece sin claridad, empatía y rumbo.
Finalmente, como sociedad no podemos continuar actuando de modo aleatorio, arbitrario y atentatorio respecto de los bienes públicos que debemos exigir y conservar como son la veracidad, certeza y pacificación pública en el estado de opinión pública y actividad social bajo tiempos de covid-19. Más integridad para atenuar el riesgo debería ser un eje instaurado de gestión de la comunicación pública.