El Presidente Alberto Fernández encabezó el domingo 27 de junio un acto en el Centro Cultural Kirchner para efectuar un homenaje a los casi cien mil muertos por Covid-19, según expresó, agregando que “Los llevaremos siempre en nuestra memoria”.
En la ceremonia estuvieron los gobernadores, algunos ciertamente cómodos, otros incómodos y alguno con traje de amianto. También dieron el presente, para visibilizar la diversidad cultural, representantes de los diversos credos del país y finalmente, algunos representantes de los trabajadores esenciales.
A esa postal, le faltó la vicepresidenta, le faltaron ex presidentes, le faltaron familiares de víctimas el Covid-19, le faltó empatía, verdaderas condolencias y principalmente, entender que un homenaje de estas características tiene como objeto clausurar un estado de conmoción, de dolor, de emergencia y principalmente de crisis. Todo esto faltó.
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Pero además, lo que se vio y escuchó durante el homenaje fue un híbrido en materia de hechos culturales. Fue una acto religioso en espacio estatal. Hubo una suerte de neo liturgia cívica pero que al no conmover, al no obtener amplio apoyo social sino un amplio repudio en medios y redes, lejos estará de lograr lo que se busca: reconstruir la religión cívica en clave kirchnerista. El principio de esta insolvencia eventual tiene raíz en la caída de credibilidad de la autoridad presidencial y en un discurso sin rumbo cierto desde el inicio de la pandemia.
La sociedad hoy sigue esperando, como bien se ha dicho, más vacunas que velas, más perdón y pedido de respuestas por actos sospechados de corrupción que actos simbólicos con un marco de solemnidad y entonación cercana a un único credo político partidario o en tono ficcional de poca ejemplaridad.
No aprendieron, quienes armaron el evento ni el presidente, que los actos de crisis deben posibilitar la clausura del dolor para poder reconstruir relaciones y credibilidad, los unos a los otros. Debe aportar verdad, tranquilidad, volver a una rutina y tiempo de acompañamiento. Todo esto nunca tuvo lugar, en pocas horas la contradictoria agenda de gobierno comunicaba cierres al ingreso al país de modo intempestivos y pruebas de vacunas cruzadas por falta de cobertura en la segunda dosis, ya en pleno invierno.
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Lo que falta entonces, es que no vivamos más con naturalidad la liturgia diaria sanitaria con una imagen televisiva o en redes en donde nos encontremos con una una imagen del Ministerio de Salud informando muertes, infectados, porcentajes de camas, e incluso los nuevos actos administrativos rutinarios que marcan las zonas de alerta epidemiológica o a organismos de Migraciones haciendo malabares para dar respuesta a lo inexplicable.
Pero recalquemos, sigue siendo mucho más lo que falta que lo que ocurrió –sin descontar lo que vendrá– y lo que se quiso hacer en ese acto homenaje, que bien puede quedar para el anecdotario de hechos en donde queda en evidencia que más que respeto y honor ante personas las cuales de modo involuntario han fallecido, estuvimos ante nuevos seudo eventos o seudo actos de gestión y comunicación pública -política y cultural- con tinte de sumisión al poder federal y con vistas a buscar un encuadre de alineamiento social. Muy feudal la foto para los tiempos que corren.
El mensaje no fue claro y quizás estemos ante un seudo evento político olvidable con el paso del tiempo con lo cual la memoria, que tanto se expresa valorar, quede en un vacío y hasta casi irrespetuoso para las víctimas. Un momento pensado quizás para bien pero con resultados ineficaces, de segundo orden, que termina deconstruido y sin resignificación relevante en clave curadora, sanadora, o que acompañe al dolor social de modo real y por tanto memorable.
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Lo que sí resulta memorable, lamentablemente, es que transcurridas estas últimas décadas, el común denominador de gran parte del gobierno nacional es el tratamiento de todas las efemérides y homenajes con propósito revisionista, los cuales deben ser deconstruidos y resignificados en un solo sentido: dogmático. Esto último, no tiene relación con el pluralismo, la diversidad ni el desarrollo democrático social y cultural que tiene como valor clave al cambio y a la participación.
Por todo lo anterior, es importante entender que la gestión cultural de los momentos e hitos históricos pueden formar un sentido y una identidad si el mensaje nace con autoridad, se desarrolla en un contexto que atiende al clima de opinión pública y reconoce que no opera en el vacío, e impregna en la memoria si hay empatía, si hay un reconocimiento del otro. Todo esto faltó.
* Javier A. Cubillas. Analista de Asuntos Públicos.