OPINIóN
Escándalo

Juan Ameri, el rostro de la desvalorización política

Más allá del bochorno, lo sucedido en el Honorable Congreso de la Nación representa la tragedia que atraviesa la sociedad en Argentina.

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El diputado Juan Emilio Ameri, protagonista de un escándalo por actitud indecorosa en la sesión de Diputados. | Télam

Los hechos que han colocado al diputado Juan Ameri en el centro de la palestra pública son ya de conocimiento público, pero más allá del bochorno, lo sucedido en el Honorable Congreso de la Nación representa la tragedia que atraviesa la sociedad en Argentina.

Un sinfín de escritos y análisis históricos contemplan a los momentos más críticos de las naciones como los puntos en donde se necesita que la política conduzca con precisión y coraje los destinos de la comunidad, y principalmente sostenga la convicción moral de salir hacia adelante.

Cada tragedia sólo es superada con un liderazgo que pueda hacer converger el espíritu de los ciudadanos hacia la reconstrucción y la reconciliación, dirimiendo todas las tensiones que una deteriorada situación económica y social puede llegar a generar. Sin embargo, la política en Argentina se ha convertido en una fábrica de malas noticias.

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En el marco de una pandemia que ha dejado hasta la fecha más de 600.000 infectados y cerca de 15.000 fallecidos, entre la polémica reforma judicial, el paro de la policía bonoarense, el supercepo, la “sarasa” del ministro Guzman, y ahora la bochornosa situación del diputado Ameri, la sociedad no ha recibido de la dirigencia política más que problemas, cuando deberían brindar soluciones.

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En este sentido resulta doloroso ver cómo las instituciones y especialmente las personas encargadas de representarlas y darles valor agregado, pisotean frecuentemente la virtud que debería guiar el ejercicio de la función pública, y con ello todas las expectativas que la sociedad sostiene al respecto.

En los últimos años ha imperado la idea de que la política perdió el contacto con la realidad y con la gente. Esta hipótesis no solamente es validada con los últimos acontecimientos, sino que genera una perspectiva aún más preocupante, la gente también está decidiendo desconectarse de la política.

La frustración y decepción sostenida puede empujar a que la sociedad conciba a la mediocridad presente en la política como un factor repugnante, y decida retirarse a la indiferencia, o inclinarse hacia tesis anti políticas que terminan colocando en tela de juicio a la democracia como el arquetipo institucional necesario para la vida civilizada.

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La sociedad argentina es testigo de la devaluación, no sólo de su moneda, sino de casi todos los aspectos de su vida pública. En medio de la peor recesión económica desde el 2001, el ministro de economía sostiene pura “sarasa” en la presentación de su presupuesto. En el marco de una gran crisis ética, el presidente Fernandez expone reiteradamente criticas a la meritocracia. Y ahora, en el órgano más representativo del Poder Público, donde el pueblo legisla a través de sus representantes, el diputado Ameri ha mostrado de manera bochornosa el nivel de descomposición que atraviesa la política argentina.

Esta progresiva desconexión entre la sociedad y la política, augura el peor de los destinos. Un país sin convicción política es un país donde progresivamente se descomponen los incentivos de vivir en sociedad.

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Como seres humanos, hemos decidido asociarnos para salvaguardar nuestra integridad, propiedad y libertad, y poder así desarrollar plenamente nuestro proyecto de vida. La sociedad argentina no ve ninguna de estas expectativas satisfechas, y tampoco consigue en las personas que ha designado para administrar la cosa pública la intención o capacidad de lograrlo. Un país que pierde la fe en la política, deja de creer que puede resolver sus problemas en comunidad, por lo que se convierte en una nación que deja de creer en sí misma.

 

* José Manuel Rodríguez. Responsable de Comunicación y Desarrollo de la Fundación Federalismo y Libertad. Estudiante de Ciencias Políticas en la Universidad del CEMA.