“Paradójicamente (fue) en Shabat”, acertó Daniel Berliner en la Agencia Judía de Noticias, sobre la convocatoria del Presidente a la Asamblea Legislativa en el horario inusual de las 21, tras la salida de la primera estrella. Berliner es una palabra autorizada. Publicó allí el posteo que Javier Milei había subido temprano a su cuenta en X: un nuevo capítulo sobre la entrega de la Torá a los Hijos de Israel en el monte Sinaí. Las tablas de piedra, que habían sido rotas por Moisés en un acceso de ira, son ahora reescritas. Una alusión a la ley ómnibus, retirada del recinto (¿también en un arrebato?) ya hace casi un mes. En las alegorías a las que recurre Milei, él siempre es Moisés.
En un mensaje de algo más de una hora, el Presidente volvió a plantear una refundación de la Argentina. Lo que distingue a este hombre de sus antecesores en esta búsqueda no es la convicción, la energía o incluso la profundidad o el extravío de su propuesta. Podría decirse que a Milei lo diferencia la falta de inhibición, de pudor.
La ambición de Milei es desmesurada: con las tablas de Moisés bajo el brazo, ahora propone una revolución. El pasado, como dijo anoche, para él es el "Antiguo Régimen”. No quedará vestigio en pie. Si pudiera, cambiaría el calendario. Los plazos de la revolución se miden en decenios o “en cien años”, como dijo.
Como se sabía, el mensaje tuvo tres partes. En la primera, el Presidente expuso el resultado de una auditoría preliminar sobre lo que recibió. Fue un tramo en el que, con desbordes, el discurso reflejó el estado de cosas. Milei no llegó a la Casa Rosada de la nada. Es el resultado de una sucesión de fracasos. Apuntar a los responsables, denostar, humillar, incluso a sus potenciales aliados, es un ejercicio que le ha dado rédito. Catorce millones de personas lo eligieron en la segunda vuelta.
El segundo tramo apuntó a las decisiones que Milei tomó en sus algo más de 80 días en el poder. Lo sustancial es que el Presidente transmitió que el ajuste draconiano al que llevó a la Argentina está siendo pagado mayormente por la política. Dijo que aplicó “más motosierra” sobre el gasto público, que “licuadora” sobre los salarios y el gasto social, incluidos los haberes jubilatorios. Como toda la política sabe, estos últimos, son principal motivo del déficit fiscal: todos los gobiernos plantearon fórmulas de actualización de jubilaciones que buscaban reducir ese gasto.
La última parte del discurso de Milei es lo que realmente importa. Qué se propone hacer. El Presidente viene de un sonoro fracaso con la llamada ley Bases en el Congreso, mezcla de amateurismo político, torpeza e intransigencia. Su propuesta incluye ahora un paquete de reformas que van desde la eliminación de la jubilación de privilegio del presidente, una reforma sindical al modo de elección en los gremios y al financiamiento de los partidos políticos, hasta el descuento por días de paro en el Estado o penalizar a quien proponga un presupuesto financiado con déficit. Por ley, decretos o resoluciones administrativas, no importa la vía.
Milei ató la propuesta de un pacto "fundacional" a la aprobación de su demorado cuerpo de leyes. Reclama además un compromiso de los gobernadores y todas las fuerzas políticas de apoyo a sus iniciativas. De cumplirlo, los convocará a un gran acuerdo nacional, en mayo, sobre un decálogo de políticas de estado “para dar inicio a una nueva época de gloria”.
Milei le habló a la política. Al ciudadano común le dirigió sólo una línea: pidió “paciencia y confianza”. Para mayo falta una enormidad. Cómo se instrumentará todo esto es una incógnita. Milei parece no saberlo, porque no depende de él, esencialmente un presidente débil. En una muestra de sensatez, se declaró finalmente dispuesto a pagar todos los costos políticos, incluso a "caer en el ostracismo”.