OPINIóN
Oxidándonos

Las cuentas que no han de cobrarse

“Entre tantas deudas por cobrar, se nos extravió nuestra humanidad” dice el autor y repasa algunas de las frases y conductas en las que lo único válido es nuestra irritación. “No sabemos bien qué nos arrebataron, pero vemos en el otro a un deudor”, agrega.

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Unos dijeron: “Después les viene el vuelto y no se la bancan”. Otros respondieron: “Les juro que la van a pagar”. Algunos cuestionaron: “¿Ustedes no van a repudiar este hecho?”. Y hubo quienes respondieron: “Ustedes no se solidarizaron con nosotros años atrás”.

Cada uno gritando por lo suyo, reprochándole al otro, queriendo hacer de la propia verdad, lo única verdad para todos. El griterío es para el regocijo de los propios, los iguales, los que buscan revancha y quieren venganza. Así, transcurre la vida pública en Argentina, en la reivindicación continua del derecho a desquitarse contra el otro. Y así también, perdimos la capacidad de conmovernos frente al otro. Entre tantas deudas por cobrar, se nos extravió nuestra humanidad.

En la naturaleza, las cosas son como son. Las plantas y los animales tienen conductas fijas que les permiten sobrevivir. En la sociedad, las cosas pueden ser de formas distintas, podemos cohabitar junto con otros, podemos coexistir con otros o podemos convivir con otros. Esa diferencia de matices depende de las decisiones que cada uno tome.

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Son días extraños en Argentina. El desencuentro con nuestro vecino es total. Sentimos que el otro tomó algo que nos es propio"

En este sentido, algo propio de nuestra naturaleza humana –como lo es el estar con el otro-, se configura como una cuestión social a partir de las representaciones o imágenes que nos hacemos del otro, las que tensionan el espacio común a todos. Esas representaciones que nos formamos del otro, se manifiestan en palabras que legitiman nuestras decisiones y acciones frente al prójimo.

Por eso son días extraños en Argentina. El desencuentro con nuestro vecino es total. Sentimos que el otro tomó algo que nos es propio -es la imagen que nos hacemos del otro- y que por ello somos acreedores: vemos en el otro un deudor, un moroso, alguien que tiene una cuenta pendiente. Sentimos que lo nuestro nos fue arrebatado. El futuro, el porvenir, el bienestar, la alegría, no sabemos bien qué nos arrebataron, pero si tenemos la certeza de quien fue, y por eso nos sentimos en el derecho a recriminarle.

El brutalismo discursivo

Claro está que, parafraseando a Jean Paul Sartre, no podemos escapar a la responsabilidad de los actos de ese reclamo. Y así vamos, como el hierro oxidándose desde dentro. Es la corrosión que avanza -que no se ve a simple vista-, pero que desde el interior carcome y debilita nuestra convivencia social.

Pepe Mujica y la felicidad que no le llegó a costa de hoz, motosierra ni martillo

El filósofo francés Jean Luc-Nancy enfrentó un trasplante de corazón. Este hecho le mereció una profunda reflexión, que volcó en su escrito El intruso: “Mi propio corazón, entonces, no funcionaba más por una razón que nunca se aclaró… Se me volvía extraño, hacía intrusión por abandono: casi por rechazo, e incluso por deyección… Era necesario pues, para vivir, recibir el corazón de otro”.

Con otras palabras y en el mismo sentido, Byung-Chul Han narra en La expulsión de lo distinto: “La proliferación de lo igual es lo que constituye las alteraciones patológicas de las que está aquejado el cuerpo social… resulta necesario volver a considerar la vida partiendo del otro, desde la relación con el otro, otorgándole al otro una prioridad ética…”

En estos días extraños, bien vale recordar lo que Pepe Mujica le respondió a Luis Novaresio, cuando éste le preguntó por su actitud de perdón frente al batallón que lo tuvo preso por años y que representaba toda la violencia sentida en carne propia: “No es que perdone, cargo con la mochila. Hay cuentas que no se cobran, porque son incobrables. Y hay que aprender a vivir con ellas, porque, en definitiva, la vida es hacia adelante”.