Fascinación y temor. Las novedades tecnológicas tienen la característica de producir reacciones bien polarizadas. Algunos las reciben con exceso de optimismo y otros con rechazo y aprehensión. Despiertan esperanza porque prometen soluciones que nos cambian la vida y generan miedo ante la amenaza de que esos mismos cambios sean nuestra condena.
Un ejemplo que nos trae la historia: con la revolución industrial de principios del Siglo XIX llegaron a Inglaterra los telares automáticos. Un movimiento de artesanos textiles, conocido como "los luditas", se propuso destruir las máquinas que ponían en riesgo su modo de producir y los salarios. El saldo fue trágico: el ejército salió a reprimir y todo terminó en un baño de sangre.
Dos siglos después, frente a la revolución industrial que propone la inteligencia artificial, la “resistencia ludita” no parece ser una opción. Romper los millones de máquinas por las que corren los modelos de lenguaje de la IA es tan estéril como imposible.
De todas maneras, adoptar una actitud crítica frente al cambio civilizatorio que proponen las tecnologías emergentes no deja de ser un camino saludable. La posición ingenua de los “tecnobobos”, que desbordan de optimismo ante cada nueva aplicación que aterriza en sus celulares, no contribuye a crear una cultura digital responsable.
¿Qué sería una cultura digital responsable? Una que proponga reflexionar sobre el impacto de las nuevas tecnologías en todos los aspectos de nuestras vidas: el trabajo, la educación, la salud mental y la cultura.
Es necesario entender en profundidad el alcance y la velocidad de los cambios a los que están sometidas las sociedades de nuestra era. No para frenarlos como los viejos luditas, sino para moderarlos y darles escala humana.
Si te sentís un tecnobobo o te autopercibís un tecnofóbico, no dejes de hacer click en el video. Quizás logre convencerte de que lo mejor es ser tecnorealista.