En el año 2013 el Papa Francisco se pronunció ante un centenar de miles de jóvenes en Río de Janeiro. El discurso es bien recordado por todos y todas pues atravesó fronteras, traducciones, expresiones, y medios. En esa proclama que el Pontífice alentó a seguir, ese “hacer lío”, expresó una particular atención a los jóvenes y agregó ante una catedral carioca colmada que las nuevas generaciones “deben salir a luchar por los valores”. Que había una creciente porción de jóvenes, en ese entonces, sin trabajo, sin proyectos de vida, sin oportunidades y por ende sin esperanza de futuro.
Hace siete años ocurría esta situación y nadie se imaginó ni en ese entonces ni más cercano al corriente 2020 que el fin de esta década nos iba a encontrar buscando refugio en muchos aspectos. Pero no es solo la pandemia, al fin de cuentas las situaciones que hemos vivido en estos meses pusieron en evidencia acelerada la brecha gigante que existe en las sociedades emergentes. Y más aún puso en tela de juicio la suerte que corre la juventud en el mundo en esta parte de la historia.
Fue casi como una predicción, aunque en realidad Francisco nos hablaba con la mirada concreta y advertida de quien hace una evolución real del presente y observa que no todo está andando bien.
Las estadísticas sobre desempleo juvenil escalan más que los índices de producción e industria. Y esto también es una realidad a la que no podemos darle la espalda. Es cierto, reitero, que esta pandemia agudizó los problemas que se vienen arrastrando hace tiempo. Así como “sirvió” a formalizar la digitalización en muchos aspectos, también denostó el poco capital de perspectiva que quedaba para las nuevas generaciones. La pandemia profundizó la crisis, pero esta ya venía desde hace tiempo. Sobre eso no podemos pecar de amnésicos.
El Presidente Alberto Fernández días atrás pronunció un discurso en el marco de una visita a la provincia de San Juan y resaltó que “lo que nos hace evolucionar o crecer no es el mérito, como nos han hecho creer en los últimos años, porque el más tonto de los ricos tiene muchas más posibilidades que el más inteligente de los pobres. Y entonces no es el mérito, es darle a todos las mismas oportunidades de crecimiento y desarrollo.”
Luego de estas declaraciones fueron automáticos los discursos contrarios que apuntaron a denotar la idea. Claro, todos pensamos que el mérito es realmente un producto del esfuerzo y del trabajo. Y ese no es un concepto errado. Pero para que ese esfuerzo y esa voluntad se transformen en mérito es imperiosamente necesario que todos y todas tengamos oportunidades para llevarlo adelante.
No es un planteo difícil de entender. Trabajar política y socialmente por una igualdad de condiciones cada vez más real es un objetivo de agenda que debe ser permanente, incluso en las sociedades más desarrolladas. Puedo plantear un caso personal, el mío, porque soy un egresado del Nacional de Buenos Aires, una escuela pública y fui becado en el ITBA donde me gradué como Ingeniero Industrial. Si, tuve el mérito obtenido por mi esfuerzo. Pero sería un inepto si pensara que sin el apoyo de mi familia, sin de hecho vivir en la misma ciudad donde se encontraba mi universidad, y sin los recursos que entonces me permitieron concentrarme en esa beca, hubiera logrado mi formación.
Allí es donde actúan las oportunidades. Me pregunto: podría haber tenido la misma facilidad otro estudiante, que aún becado, hubiese tenido que dejar su provincia para venir a la Capital Federal? Incluso, ahondemos en otros ejemplos de otras órbitas, y planteemos a las políticas públicas. Cuántos, de quienes leen este artículo, conocen de casos, incluso en otras épocas, de personas que han querido estudiar y no pudieron, y que luego vieron a sus hijos convertirse en profesionales por tener una Universidad cerca en su ciudad.
Comparto la idea y entiendo a quienes quieren defender el mérito. Pero hay algo que no podemos desatender, el cuidado integral de la vida no es solo una opinión o una cuestión de fe. Es pura y netamente una situación de justicia y de derechos. Si logramos como sociedad comprender que nuestros abuelos pioneros llegaron a un país y lo levantaron, sin cumplir siquiera sus propios sueños sino los de sus sucesores, entonces mereceremos un futuro con valores dentro.
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Todos nosotros somos una generación que nació conectada, que absorbió la idea de diversidad y naturalizó las diferencias como columna vertebral de una sociedad inclusiva. Somos una generación que con nuestro impulso y nuestra vanguardia podemos darnos las licencias de desoír, o mejor dicho, no comprar como verdades, a quienes nos quieren hacer creer que la meritocracia es el camino sin que importen las oportunidades y las condiciones.
Hace siete años Francisco nos invitaba a los jóvenes a salir a luchar por los valores. A cuidar los dos polos de la vida: las nuevas generaciones que somos el futuro y la ancianidad que guarda la memoria de los pueblos. En ello nos encontramos hoy más que nunca. Somos una gran población de jóvenes conscientes de los derechos, que nos hacemos cargo de nuestra época.
Soy ingeniero, hice un postgrado en el exterior, curso actualmente una maestría en una universidad privada, soy parte de un equipo emprendedor que genera empleo y desarrollo tecnológico en el país. Es mérito del esfuerzo, es gracias a las oportunidades que tuve y que tengo. Producto de ello soy un convencido que iluminar las conciencias y despertar los entusiasmos son las herramientas que necesitamos para que todos y todas tengan sus oportunidades. Porque nadie de la pandemia, y de la pobreza y del desempleo, y de las crisis humanas se salva solo.
* Ingeniero Industrial y Co-Fundador de la Billetera Virtual TAP.