OPINIóN
Pasaron 205 años

La independencia del 9 de julio de 1816: entre la monarquía incaica y la república

Luego de la restauración monárquica, España centra todas sus fuerzas militares en un objetivo: recuperar el único territorio que se mantiene sublevado, el ex virreinato del Río de la Plata.

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día de la independencia | CEDOC-REDES

Tras la derrota de los ejércitos franceses, la ocupación de París por las fuerzas de la Sexta Coalición y la consecuente firma del Tratado de Fontainebleau, Napoleón Bonaparte fue obligado a renunciar a sus cargos y exiliado en la isla de Elba.

Al mismo tiempo, las monarquías europeas acordaron un encuentro en la capital de Austria con el objetivo de restablecer las fronteras y reorganizar políticamente el territorio. Una a una se fueron restaurando las casas reales y retomando el poder que habían perdido en manos del emperador francés. Fernando VII, rey de España, regresó al trono e inmediatamente decidió reforzar sus ejércitos y recuperar los territorios americanos que estaban en manos de los sublevados.

Día de la independencia: mucho para celebrar, mucho para pensar en forma constructiva

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A fines de 1815 la situación de los revolucionarios americanos era agobiante. Venezuela y Nueva Granada habían sido reconquistadas por los realistas que a su vez aplastaron a los insurrectos mexicanos, donde existían sublevaciones al poder real desde 1810.

Solo el movimiento revolucionario del Río de la Plata seguía en pie, pero fuertemente amenazado desde Chile y el Alto Perú. En un intento desesperado por llegar al norte, las fuerzas patrióticas sufrieron grandes pérdidas en la batalla de Sipe Sipe, librada el 29 de noviembre de aquel año. Por su parte, la situación interna no era mucho más auguriosa. El interior se desencantaba cada vez más con ciertas políticas centralistas de Buenos Aires y la situación económica era de emergencia, agravada desde julio de 1815 por la pérdida definitiva del Potosí y, consecuentemente, de su centro minero.

 

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Por otra parte, la represión de los realistas en los lugares recuperados, como Bogotá, Caracas y Santiago de Chile, fue brutal. El presagio para los revolucionarios no era nada bueno si el Río de la Plata corría la misma suerte. En este marco de emergencia y tras la caída del brevísimo directorio de Carlos María de Alvear, las Provincias Unidas decidieron convocar a un nuevo Congreso, que se reunió en Tucumán, con la intensión de trazar los lineamientos generales para el sostenimiento del movimiento iniciado en 1810.

El lugar casi obvio dónde debían realizarse las sesiones del congreso hubiera sido el Cabildo de Tucumán, pero el deterioro del edificio no permitía la posibilidad de albergar a los congresales, por lo que se tuvo que buscar una nueva locación para sesionar. Es por ello que se decidió alquilar la casa de la familia Laguna Bazán, que ya no vivían en el lugar. La vivienda, desde hacía un tiempo, era rentada por el gobernador de Tucumán, Bernabé Araoz, para alojar allí las cajas reales, los pertrechos de guerra, para el avituallamiento de las tropas, etc. De cierta manera, el estado provincial tenía, para 1816, injerencia en el inmueble. Para que la casa estuviese a la altura de la situación, el gobernador mandó a pintar las paredes con pintura a la cal blanca y las puertas y ventanas de color azul Prusia, emulando de este modo la bandera y los colores de la Patria.

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El congreso inició sus sesiones el 24 de marzo con representante de todos los territorios que componían el antiguo virreinato del Río de la Plata salvo los Pueblos que integraban la Liga Federal (la Liga se constituyó entre 1814 y 1815 y estaba conformada por la Banda Oriental, Santa Fe, Córdoba y las poblaciones de Entre Ríos, actualmente las provincias de Entre Ríos, Corrientes y Misiones) que no enviaron diputados con excepción de Córdoba que si consignó delegados.

Durante los primeros meses de sesiones se trató, fundamentalmente, la forma de gobierno que se podía instaurar. Algunos diputados optaban por la República, pero no eran pocos lo que se inclinaban por una Monarquía Constitucional.

El legado de Tucumán y el verdadero alcance de la independencia

Manuel Belgrano, propulsor de lo que se denominó “El Plan del Inca, sostenía que se debía nombrar un monarca incaico y que el mismo debía ser Juan Bautista Tupac Amarú, medio hermano de José Gabriel Tupac Amarú, aquel revolucionario caído en desgracia en la Plaza de Armas de Cuzco en 1781. La moción, que era acompañada por San Martín, Güemes y las provincias del norte, encontró un fuerte reparo por parte de los diputados de Buenos Aires.

El general José de San Martín presionó para que se apresurara la decisión de la declaración de la independencia, porque la necesitaba para llevar adelante su plan. Éste consistía en dejar de atacar a los realistas por el Alto Perú, dónde el ejercito del norte había fracasado en varias oportunidades, para avanzar sobre Chile y desde allí invadir Perú, el gran baluarte realista. San Martín sostenía que no era lo mismo atacar Chile como un grupo de insurrectos que como un ejército de una región independiente que luchaba contra España.

La grieta de la Independencia

Finalmente el 9 de julio se concretó el gran objetivo del congreso cuando el secretario Juan José Paso le preguntó a todos los presentes si querían que las provincias de la Unión fuesen una Nación libres del rey Fernando VII, sus sucesores y metrópoli. Todos los diputados aprobaron con entusiasmo y vitoreo. Mientras en Tucumán se declaraba la independencia, en Mendoza San Martín ultimaba los detalles para su gran epopeya: llevar la libertad a todo el continente. De esa forma 1816 se trasformó en un año decisivo porque terminó el avance realista en américa y comenzó el triunfo definitivo de los revolucionarios.

 

* Matías J. Rosso. Historiador del Derecho, Universidad Nacional de Córdoba-Universidad Siglo 21.