“No busqué afirmación social, ni una vida acomodada, ni una vida tranquila, para mi elegí la lucha… Enfrenté a la sociedad con sus mismas armas, sin inclinar la cabeza, por eso me consideran, y soy, un hombre peligroso”. Estos son algunos de los fragmentos de la última carta que escribiría Severino Di Giovanni desde su celda en la Penitenciaría Nacional horas antes de ser ejecutado.
Severino Di Giovanni nació el 17 de marzo de 1901 en Chieti, Italia. Desde muy pequeño y gracias a su trabajo de tipógrafo, tuvo contacto con los lineamientos del anarquismo, un movimiento político de relevancia, principalmente, en España, Francia e Italia. Esta teoría proponía, a grandes rasgos, construir una sociedad en la que no hubiese jerarquías, así, los anarquistas creían que si se anulaban las fuentes de opresión como la propiedad privada, el estado y la religión, se podría construir una sociedad donde existiese la igualdad social y al mismo tiempo libertad individual. Estos principios aparecieron en el siglo XIX en Europa impulsados por autores como Mijaíl Bakunin, Pierre-Joseph Proudhon, Enrico Malatesta y hasta el novelista ruso León Tolstói. Todos ellos fueron estudiados por Di Giovanni, que para su adolescencia, ya se había convertido en un lector compulsivo de estos teóricos.
En 1923, impulsado por la muerte de sus padres y por la llegada del fascismo al poder en Italia, de la mano de Benito Mussolini, decide, como muchos de sus compatriotas, huir de su país e instalarse en la Argentina. Rápidamente se puso en contacto con integrantes del movimiento obrero, italianos anti-fascistas, y al poco tiempo creó su propio periódico, “Culmine”.
Severino Di Giovanni: el anarquista que despertó la admiración de Juan Perón
Las acciones propagandísticas no se hicieron esperar. El 6 de junio de 1925, en el marco de una función de gala en el Teatro Colón, oportunidad en la que se festejaba un nuevo aniversario de la llegada de Vittorio Emanuele II al trono de Italia, con la presencia, entre otros, del entonces presidente argentino Marcelo Torcuato de Alvear y el cónsul italiano, conde Luigi Aldrovandi Marescotti, Severino y sus hombres se agruparon en el gallinero del teatro y desde allí comenzaron a arrojar panfletos que denunciaban las acciones de los fascistas en Italia, al grito de “Viva la Anarquía”. Severino fue detenido y al poco tiempo puesto en libertad.
Di Giovanni se puso al frente de la defensa en Argentina de Nicola Sacco y Bartolomeo Vanzetti, dos anarquistas injustamente acusados y condenados a muerte en Estados Unidos. El proceso judicial contra ellos fue una farsa y rápidamente tomó trascendencia mundial volviéndose una bandera del anarquismo. En represalia, Severino hizo estallar una bomba en la embajada de los Estados Unidos. Nuevamente fue apresado y liberado al poco tiempo por falta de pruebas en su contra. Al tiempo decidió poner dos bombas más, una en el monumento a Washington y otra en una agencia de la empresa Ford. Finalmente en 1927 Sacco y Vanzetti fueron ejecutados y en Buenos Aires se decretó un paro general con atentados a los tranvías y enfrentamientos con la policía. Severino colocó una nueva bomba en la sede del City Bank, causando 22 heridos y 2 muertos.
A estos ataques podemos sumar: una bomba en el Banco de Boston, produciendo daños materiales; una bomba en el consulado italiano, que causó 9 muertos y 4 heridos; un balazo en la cara a un policía que trató de impedir un asalto; el robo a un camión de caudales, haciéndose con un botín de 286 mil pesos que utilizaría para abrir su propia imprenta, entre otros hechosA fines .
El 29 de enero de 1931 Severino finalmente fue apresado al ser reconocido por dos oficiales mientras se dirigía a su imprenta. Al notar que había sido descubierto, el anarquista huyó por la calle Sarmiento, doblando en Riobamba para finalmente esconderse en un hospedaje ubicado en la calle Cangallo (actual Juan Domingo Perón). Di Giovanni sumó dos nuevas víctimas a su historial criminal, el agente Antonio García, quién intentó capturarlo y recibió un balazo letal en el pecho, y una niña de 13 años que, desafortunadamente, quedó en medio del fuego cruzado. Finalmente, y luego de presentar batalla, Di Giovanni fue detenido.
La suerte de Severino estaba echada. A las pocas horas de su captura fue condenado a muerte por un tribunal militar (la pena de muerte para delitos ordinarios había sido suprimida del Código Penal en 1922). La sentencia fue firmada por el dictador José Félix Uriburu, que un año atrás había derrocado a Hipólito Yrigoyen, provocando la llegada del primer gobierno de facto del siglo XX.
Sin vislumbrar enojo, angustia o desesperanza ante el oscuro futuro que se le avecinaba, Di Giovanni pidió ver a su mujer y a sus hijos. Y como última voluntad solicitó un café bien dulce, que abandonó al primer sorbo bajo pretexto de falta de azúcar.
En las primeras horas del 1° de febrero de 1931, las inmediaciones de la Penitenciaría Nacional, ubicada en la Avenida Las Heras y Coronel Díaz, comenzaron a llenarse de anarquistas, curiosos y periodistas que querían presenciar el evento. Algunos de ellos lograron traspasar los espesos muros de la cárcel y ser testigos del fusilamiento. Roberto Arlt (celebre novelista, dramaturgo, inventor y periodista) fue uno de ellos, que con su pluma exquisita describió de manera épica ese trágico momento con las siguientes palabras:
“El condenado camina como un pato. Los pies aherrojados con una barra de hierro a las esposas que amarran las manos. Atraviesa la franja de adoquinado rústico. Algunos espectadores se ríen. ¿Zoncera? ¿Nerviosidad? ¡Quién sabe! El reo se sienta reposadamente en el banquillo. Apoya la espalda y saca pecho. Mira arriba. Un suboficial le cruza una soga al pecho, para que cuando los proyectiles lo maten no ruede por tierra. Di Giovanni gira la cabeza de derecha a izquierda y se deja amarrar. El suboficial quiere vendar al condenado. Éste grita: “Venda no”.
Severino Di Giovanni nació el 17 de marzo de 1901 en Chieti, Italia. Desde muy pequeño y gracias a su trabajo de tipógrafo, tuvo contacto con los lineamientos del anarquismo, un movimiento político de relevancia, principalmente, en España, Francia e Italia.
Mira tiesamente a los ejecutores. Emana voluntad. Si sufre o no, es un secreto. Pero permanece así, tieso, orgulloso. Di Giovanni permanece recto, apoyada la espalda en el respaldar. Saca pecho. ¿Será para recibir las balas? — Pelotón, firme. Apunten.
La voz del reo estalla metálica, vibrante: ¡Viva la anarquía!
— ¡Fuego!
Resplandor subitáneo. Un cuerpo recio se ha convertido en una doblada lámina de papel. Las balas rompen la soga. El cuerpo cae de cabeza y queda en el pasto verde con las manos tocando las rodillas. Fogonazo del tiro de gracia.
Las balas han escrito la última palabra en el cuerpo del reo. El rostro permanece sereno. Pálido. Los ojos entreabiertos. Un herrero martillea a los pies del cadáver. Quita los remaches del grillete y de la barra de hierro. Un médico lo observa. Certifica que el condenado ha muerto. Un señor, que ha venido de frac y con zapatos de baile, se retira con la galera en la coronilla. Parece que saliera del cabaret. Otro dice una mala palabra.
Veo cuatro muchachos pálidos como muertos y desfigurados que se muerden los labios. Yo estoy como borracho. Pienso en los que se reían. Pienso que a la entrada de la Penitenciaría debería ponerse un cartel que rezara:
—Está prohibido reírse. — Está prohibido concurrir con zapatos de baile”.
Anarquistas de acción en la historia argentina
El ajusticiamiento de Severino Di Giovanni marcó el final del anarquismo como una corriente capaz de representar a un sector importante de la sociedad y a la vez mostró el verdadero carácter represivo de aquel gobierno al que algunos sectores de la sociedad argentina recibieron con alegría.