Un año es un cuarto de mandato, pero el gobierno de Axel Kicillof todavía no comienza. Aún no despliega un plan, se sigue moviendo en la incertidumbre. Eso hace que sea complejo juzgar sus aciertos y sus equívocos, porque no es del todo posible determinar en base a qué programa, a qué conjunto de ideas, a qué prioridades gestiona. Un gobierno sin un plan es la mera administración de contingencias, y quizá esta es la clave para analizar el primer año de una gestión vacilante.
En este año no hubo progresos, ni planes estructurales, ni inversión de fondo, en ninguna de las áreas del gobierno. No hubo Ley de Presupuesto para 2020, no hubo una hoja de ruta. Y tuvieron tiempo para poner en marcha sus ideas, si las hubieran tenido, porque la primera sesión de la Legislatura bonaerense en la que pudimos expresar las posturas de la oposición fue el 14 de mayo: 5 meses después del comienzo, la mitad de lo que va de su gobierno.
Pero, más allá de eso, si miramos con detalle y por afuera de los anuncios de cosas que después no pasan, ni en educación, ni en salud, ni en seguridad, ni en producción, ni en infraestructura, hubo programas con avances que mejoren realmente la vida de los bonaerenses.
La falta de un rumbo claro se evidencia en dos gestos que están presentes en cada paso: la búsqueda constante de culpables, y la victimización del Gobernador. El oficialismo le echa la culpa de todo lo que pasa a cualquier otro: a la oposición, a las autoridades-y hasta a los habitantes de la Ciudad de Buenos Aires-, a los medios, a los empresarios. Ya sea por no poder gestionar económica y financieramente la Provincia, o porque lo que dicen no le gusta, o porque otro distrito está mejor administrado, o hasta por tener un aeropuerto internacional por el que viajan sectores “acomodados”, y por el que habría ingresado el COVID-19. De cualquier forma, la culpa es de los demás.
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Y la victimización del Gobernador se evidencia en su enojo. Kicillof en este año se enojó con todos. El enojo no es una cuestión de personalidad, un rasgo de carácter: es siempre un actitud política inmadura. Nadie que no se controla a sí mismo puede gestionar nada, pero en algún momento hay que hacerse cargo de lo que pasa. Cuando se quiere gobernar, el desafío es mucho más que ganar una elección.
Nadie esperaba ni estaba preparado para una pandemia como la que vivimos. Eso es indudable. Pero el gobierno de la Provincia cruzó límites complejos: ocultó a los muertos, no hizo testeos durante muchos meses, no tuvo capacidad de control y anticipación y nunca escuchó al que pensaba distinto. Pero, el 19 de septiembre incorporó, en un sólo día, 3.523 fallecidos por coronavirus en territorio bonaerense. Eran casos que no habían sido registrados.
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Esas inconsistencias en la información, sumadas a los vaivenes en las decisiones respecto de lo que podía permitirse en cada lugar, a un sistema uniforme de fases en 135 municipios con una gran heterogeneidad, a la incapacidad de generar un mecanismo (uno solo) para priorizar la presencialidad en las escuelas, a las contradicciones entre miembros del mismo espacio político, a la cerrazón para admitir ideas superadoras a las propias, y a la falta de diálogo son los rasgos de una capacidad de gestión limitada, torpe en sus gestos, en su comunicación y en sus resultados.
Este año vivimos en la Provincia una liberación de presos sin precedentes. Vimos cómo personas condenadas por abuso sexual se acercaban a sus víctimas, vimos cómo las amenazaban. Vimos, también, a un gobierno permitiendo y, en algunos casos, fomentando la toma de tierras para luego reprimirlas, mal y tarde, porque no lograban resolver su interna, su contradicción, su medias tintas. El espacio político que se arroga la justicia social, que todo lo convierte en una mirada de clases, reprimiendo en territorio bonaerense aquello que había dejado crecer. Otra de las postales de un gobierno que aún no gobierna.
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A un año, no vemos un camino trazado en la Provincia. Solo relatos vacíos. No han propuesto nada innovador ni para la producción, ni para el manejo de la pandemia, ni para el manejo de la economía. Se contradicen, avanzan, retroceden, hasta que no les queda más opción que ocuparse del puro emergente. Si hay liberación de presos, se ponen a trabajar en un plan para cárceles. Si no hay clases, proponen falsos programas para las escuelas que necesitan mantener cerradas porque no hicieron nada. Todo es improvisación.
Los y las bonaerenses merecen mucho más. Como el propio Gobernador suele decir, el corazón productivo de la Argentina late en Buenos Aires. Somos 17 millones de habitantes que buscamos respuestas concretas, auditables, medibles, palpables. Ni enojos, ni culpas, ni resentimientos. Ni más, ni menos que política al servicio de los vecinos y vecinas. Ojalá el gobierno arranque, así podemos ver hacia dónde pretende ir.
* Maximiliano Abad. Presidente del bloque de Diputados de Juntos por el Cambio Provincia de Buenos Aire.