OPINIóN
Análisis

La crisis de 2001 y las lecciones no aprendidas del pasado

La crisis de diciembre estuvo lejos de ser un hecho aislado o un golpe organizado. Se trató de un proceso en el que convergieron varios factores provocando un desenlace no tan inesperado; una bomba social que todos vieron y nadie quiso desactivar.

Ilustración
Ilustración | Martín Sáenz

El drama económico y social

La crisis de diciembre de 2001 estuvo lejos de ser un hecho aislado o un golpe organizado como otros han dicho, se trata de un proceso en el que convergieron varios factores que se venían gestando y que actuaron en un único punto de presión, provocando naturalmente un desenlace no tan inesperado; una bomba social que todos vieron y nadie quiso desactivar.

La dictadura militar había entregado un país fundido por una mala gestión económica que alcanzó el descalabro total en términos de recursos durante el conflicto de Malvinas. La llegada del Presidente Raúl Alfonsín no dio alivio a la economía, entregó un país con 38% de pobres, hiperinflación, saqueos, un Estado gigante e ineficiente, y un denominado “proceso de libanización”. El alzamiento carapintada, el ataque terrorista a La Tablada, el juicio a las Juntas y el Oscar habían tapado la ausencia total de gestión del “Padre de la Democracia”; ya sea porque éste no quiso, no pudo o no supo.

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Las reformas económicas realizadas a medias por el ex Presidente Carlos Menem, quien recibió un país absolutamente quebrado, significaron en esencia que el de aquel no fue mandato liberal; sino mas bien se trató como los anteriores de una gestión populista con algunas medidas promercado. En efecto, Menem tuvo varios logros, especialmente en materia internacional; pero dejó 40% de pobres, una inflación controlada y el desempleo en 17%. El ex Presidente Fernando De la Rúa estuvo lejos de tomar las medidas necesarias, sostuvo el 1 a 1 como un dogma intocable sin bajar o eliminar impuestos, no tenía recursos para echar mano, ni aliados en el exterior que se los brindaran luego del denominado “Blindaje”. Por aquel entonces los EEUU se habían embarcado en la guerra contra el terrorismo y la Alianza no tenía nada que ofrecer; mas que el escándalo del Ministro de Salud Héctor Lombardo cuando declaró que se había detectado Antrax en una carta proveniente de aquel país. 

Diciembre de 2001: ¿una crisis inaplazable?

Cuando el ex Ministro Ricardo López Murphy intentó tocar el gasto, el propio radicalismo le salió al cruce; y el “Bulldog” no tuvo el mínimo apoyo del Presidente para hacer su trabajo, estaba solo y eso precipitó su rápida salida. La llegada de Domingo Cavallo apenas fue para aportar una corona de flores a un gobierno que se había agotado prematuramente. El caldo social estaba listo, la clase media se iba a movilizar con las cacerolas para cercar al gobierno y el conurbano bonaerense con la obvia ayudita de algunos dirigentes, en medio de los saqueos, dieron jaque mate al Rey.

 

La falta de rumbo político

La llegada al poder de Raúl Alfonsín significó el fin de los militares en la política, pero también el arribo de los miembros de La Coordinadora y un concepto mal entendido de rosca, con vicios que persisten hasta la actualidad. La reforma a la Constitución Nacional  para darle un segundo mandato a Carlos Menem, quien no negoció con el principal partido de oposición sino con apenas un sector representado por el ex Presidente Alfonsín, fue el tiro de gracia a los partidos políticos, a la coherencia institucional del proyecto de Juan Bautista Alberdi, y significó la muerte del valor ciudadano del voto y la rienda suelta a una explosión de gasto público. La incorporación de un tercer senador por la minoría que buscaba eliminar la presencia de otras fuerzas, la supresión del Colegio Electoral y otras reformas lejos de resultar en instrumentos de calidad institucional, acabaron siendo el fin de una Nación floreciente para dar paso a la profundización de la decadencia.

La elección de Fernando de la Rúa como candidato presidencial, el acuerdo con el progresismo criollo para formar gobierno; significó que el voto castigo a Menem se convertiría en la antesala de lo que vendría pocos meses después. La renuncia de Carlos “Chacho” Álvarez, un Vice inventado por los medios, sin más pergaminos que su concurrencia al Bar “Varela Varelita”, representó el comienzo del fin del gobierno de la Alianza. Fue la propia clase media que precipitó los acontecimientos, cansada de la falta de gestión, y que el gobierno se redujera a las decisiones del Presidentes, sus hijos y los amigos del “grupo Sushi”; así pues  el 19 de diciembre una multitud precariamente organizada marchó a Plaza de Mayo e hizo tronar el escarmiento mediante el ruido de las cacerolas. Lo que vino el día 20 fue otra cosa, la situación económica era pésima, la gente en el conurbano tenía hambre y aire que se respiraba era muy denso. No solo el peronismo y la izquierda se movilizaron; los que habían sido aliados hasta hace cinco minutos también lo hicieron.

 

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En efecto, el día 19 y 20 fue “la revolución”, luego vino Robespierre para decirnos que “El que depositó dólares recibirá dólares” mientras llevaba la moneda estadounidense a cuatro presos; y pocos meses después acabamos concediendo poder a un personaje desconocido, un Napoleón que vino a traernos el populismo más radical. Lo que siguió lo conocemos, el país perdió la oportunidad más perfecta que pudo darnos el mundo después de cien años; un viento de cola que fue desperdiciado por haber elegido a pícaros ladrones y enfermos de ideología que enfrentaron a la gente, y cuyas consecuencias sufrimos hasta la actualidad. Las causas que originaron la crisis del 2001 siguen vigentes, de la misma forma que todavía sufriendo sus efectos.