No está claro si, al invitar a Sergio Moro a formar parte de su gobierno, Jair Bolsonaro compró una solución o un problema. Es que la relación entre él y su ministro está lejos de ser buena. Por el contrario, Bolsonaro tuvo la intención de echar a Moro de su gobierno en agosto del 2019. Como cuenta la periodista Tahís Oyama en su libro reciente, el general Augusto Heleno, uno de los hombres de más peso del ala militar dentro del gobierno, lo detuvo: “si echás a Moro, tu gobierno se termina”. Es que el ex juez que tomó notoriedad mundial por sentenciar a Lula da Silva claramente no es un ministro cualquiera. Para buena parte de los brasileños se trata de una especie de héroe nacional, intocable y más importante que el propio presidente, con quien lógicamente comparte el mismo electorado antilulopetista (opositores a Lula y al Partido de los Trabajadores). Esa popularidad lo hace presidenciable y, a pesar de que él sostiene que apoyará la reelección de Bolsonaro en 2022, entre disputas notorias y peleas veladas hace seis meses que el ex juez recibe encuestas sobre su intención de voto para presidente de la República, según reveló la revista Época.
La última crisis entre Moro y Bolsonaro sucedió la semana pasada cuando el presidente anunció que posiblemente recrearía el ministerio de Seguridad, hoy Secretaría bajo la órbita del ministro Moro (que está al frente del Ministerio de Justicia y Seguridad). La movida se produjo luego de que se conociera la reducción del 21,4% de los homicidios durante enero y septiembre de 2019.
Lava Jato: cuestionan el rol de Sergio Moro en la investigación
El gobernador del Distrito Federal, Ibaneis Rocha, cercano a Bolsonaro, encabezó la embestida contra Moro y propuso quitarle la cartera de Seguridad, cuestionádolo por querer quedarse con el crédito por la reducción de los homicidios y sosteniendo que la misma no se debe a ninguna política impulsada por Moro, sino por los estados. Ello en medio a un debate sobre por qué se produjo tal reducción en los homicidios. Moro señala el aislamiento de los líderes criminales en las cárceles federales y la cooperación con estados y municipios. Otros señalan las políticas estaduales (los estados tienen la mayor parte de la responsabilidad en materia de seguridad) y otros a la pacificación entre las facciones criminales. Ante la amenaza de que le quiten la gestión de Seguridad, Moro dejó trascender a la prensa que podría abandonar el gobierno. Inmediatamente Bolsonaro retrocedió y declaró que por el momento no habría un nuevo ministerio de Seguridad. Según la periodista Bela Magale, de O’Globo, nuevamente el ala militar del gobierno habría intercedido para reencausar la relación.
El origen de los problemas entre Bolsonaro y Moro es la desconfianza e inseguridad que tiene el presidente ante un ministro que le puede hacer sombra en cuanto se lo proponga. Sobre ese manto de desconfianza, algunos hechos puntuales han desatado las crisis. En agosto pasado, cuando Bolsonaro quiso echarlo del gobierno, fue la defensa de Moro al director general de la Policía Federal (PF), Maurício Valeixo, hombre suyo y clave en la Lava Jato. Bolsonaro tuvo un cruce con Valeixo al intentar designar al sucesor en la superintendencia de la PF de Río de Janeiro, estado donde casualmente se llevan adelante las investigaciones que vinculan a la familia Bolsonaro con las milicias (grupos armados formados mayormente con integrantes provenientes de las fuerzas de seguridad y que controlan territorios con una lógica similar a la de los narcotraficantes). Finalmente el tándem Valeixo/Moro impuso a su candidato a la superintendencia de Río. Pero la Policía Federal continúa siendo foco de tensiones en tanto hay allí una presencia importante de lavajatistas (aquellos como Valeixo vinculados a la Lava jato y a Sergio Moro) una demanda de mayor autonomía de la institución respecto al Gobierno Federal y una investigación en curso sobre la familia Bolsonaro. Luego de ventilar posibles sucesores, la semana pasada Bolsonaro volvió a asegurarle a Moro que Valeixo continuará al frente de la Policía Federal.
De todas formas, la idea de Moro como paladín de la lucha contra la corrupción debe ser tomada con pinzas. Entre otras manchas éticas del gobierno brasileño a las que Moro hace la vista gorda, la llegada de Bolsonaro a la presidencia vino acompañada de la exposición a nivel nacional de lo que hasta entonces era un secreto a voces en Río de Janeiro: su conexión con las milicias de ese estado. Entre los varios puntos que vinculan a los Bolsonaro con las milicias, que van desde trabajos de seguridad privada en actos políticos hasta homenajes públicos a milicianos, se destaca el caso del prófugo Adriano da Nóbrega, que esta semana no fue incluído por Moro en la lista de los criminales más buscados del país. Da Nóbrega es señalado como uno de los jefes del denominado Escritorio do Crime, una milicia sospechada a su vez por el asesinato de la concejal carioca, Marielle Franco, en marzo de 2018. Adriano da Nóbrega, que integró la fuerza especial BOPE (la de la película Tropa de Elite), tenía a su esposa y su madre contratadas en el gabinete del entonces diputado de Río de Janeiro, Flavio Bolsonaro (el mayor de los hijos del presidente), hoy senador. Flavio Bolsonaro es investigado por haber organizado un presunto esquema de recaudación ilegal por medio de empleados fantasmas, además de por lavado de dinero. También está comprometido el ex policía Fabrício Queiroz, estrecho colaborador de Jair Bolsonaro desde hace décadas.
El periodista que destapó el escándalo de Lava Jato cree que Sergio Moro perderá su cargo
Además de la Policía Federal (que depende de Seguridad), Moro tiene los ojos puestos en la Corte Suprema. En septiembre de este año se jubila el juez Celso de Mello y su lugar deberá ser cubierto antes de fin de año. El presidente de la República debe indicar un sustituto y este debe ser aprobado por el Senado. Y en 2021 habrá otra jubilación en el Supremo, por lo que son dos sillas a ser ocupadas en el Supremo Tribunal Federal entre este año y el próximo. A inicios de su gestión, el siempre indiscreto Jair Bolsonaro comentó que el acuerdo con Moro para que ocupe un lugar en el gabinete había sido que sería propuesto para ocupar una de esas sillas. Moro negó la existencia de ese acuerdo pero públicamente reconoció estar interesado en ocupar un lugar en el Supremo. También negó que será candidato a algún cargo electivo (como anteriormente negó que alguna vez ocuparía cargos en el gobierno o entraría en la política) y reafirmó su compromiso con la reelección de Bolsonaro en 2022. De su lado, Bolsonaro mencionó más de una vez la posibilidad de que Moro sea su vice en 2022. Con excepción de los convencidos bolsonaristas, nadie cree en esas demostraciones de confianza mútua.
Una posibilidad para el futuro de Moro es que finalmente ocupe un lugar en el Supremo, algo que según él sería “natural” dada su trayectoria de juez. Tendría allí como par a Luiz Fux, que este año asumirá la presidencia del Supremo según la tradición de rotación, y que ha sido uno de los jueces más pro Lava Jato. No por nada, según las revelaciones de The Intercept, en un chat privado el entonces juez Sergio Moro le dijo al fiscal de la Lava Jato, Deltan Dallagnol: “in Fux we Trust”.
Pero dado el gran poder con el que cuenta Sergio Moro, cimentado en su popularidad, podría considerarse la hipótesis de que influya fuertemente en la designación de al menos uno de los nuevos miembros del Supremo. La relación de Moro con el Congreso no es del todo buena, entre otras cosas por el accionar de la Lava Jato. Pero mientras en Diputados la adversidad es mayor, en el Senado, que debe aprobar el nombramiento de los jueces, las cosas están un poco más fáciles para Moro. El ministro de Justicia y Seguridad le ha dedicado especial atención a construir vínculos en el Senado.
En caso de que quiera ser candidato a la presidencia en 2022 deberá afiliarse a un partido. Con la popularidad que tiene, opciones no le faltan. Históricamente siempre se lo vinculó al PSDB. De hecho, un punto criticado de la Lava Jato es que no investigó la corrupción en Petrobras durante los gobiernos de Fernando Henrique Cardoso, de la que hay testimonios de su existencia surgidos en la propia Lava Jato. Sin embargo el PSDB ya tiene algunos candidatos fuertes como João Doria, gobernador de San Pablo, Eduardo Leite, gobernador de Rio Grande do Sul e incluso Luciano Huck, el famoso conductor de TV de la Rede Globo. El PSDB en el último tiempo se ha convertido en buena medida en un receptor de bolsonaristas disidentes, pero no ha habido contactos con Sergio Moro.
Distinto es el caso de Podemos, cuyo líder en el Senado, Alvaro Dias, tiene cercanía con Moro. Podemos, con nueve senadores sobre un total de 81, tiene la segunda bancada en esa cámara. Otro partido que ha intentado un acercamiento a Moro es el PSL, partido por el cual Bolsonaro llegó a la presidencia pero del que se desafilio a fines de año. El PSL, mientras Bolsonaro termina de formalizar su nuevo partido, Alianza por Brasil, está en plena crisis y disputado entre bolsonaristas y bivaristas (por su histórico presidente, Luciano Bivar). Desde luego, la parte que intenta aproximarse a Moro es la liderada por Bivar.
El telón de fondo de las candidaturas, tanto para las elecciones municipales de octubre de este año como, de momento, para las presidenciales en 2022, es la crisis política. Esta crisis no sólo se traduce en la desconfianza con la clase política, la falta de legitimidad y autoridad de los políticos, sino también en la falta de liderazgos, sobre todo a nivel nacional. O mejor dicho, candidatos viables. Ello promueve tanto los intentos de renovación como la búsqueda de candidatos outsiders. De allí el interés que despiertan Luciano Huck (el conductor de la Globo) y el propio Moro. A su vez, para mejorar su posición en negociaciones y acuerdos para las elecciones municipales, algunos partidos necesitan mostrar potenciales candidatos con los que cuentan para competir en 2022, sea a la presidencia o a gobernaciones. Ante la ausencia de candidaturas nacionales fuertes, personajes con poca o ninguna trayectoria política cubren ese déficit. En ese contexto, los nombres de Moro y otros similares sonarán en las bambalinas de la política brasileña durante 2020, atizando el conflicto Moro/Bolsonaro.
Lo que suceda o no en la relación entre Moro y Bolsonaro, ambos pesos pesados del antilulopetismo, será muy importante para toda la política brasileña. Lo más conveniente para Bolsonaro es que Moro vaya al Supremo y se conforme con permanecer allí. Hay que ver si es lo que realmente desea Moro, hombre difícil de dilucidar. La permanencia en el gobierno hasta fin del mandato puede generarle al ex juez un serio desgaste, dependiendo de cómo le vaya a Bolsonaro. Un enfrentamiento con Moro, al día de hoy, sería la sentencia de no reelección para el presidente. La importancia de Moro ante la opinión pública y el hecho de compartir el mismo electorado, lo ponen a Bolsonaro en una situación de debilidad ante su ministro. Habrá que ver si Moro utiliza ello para ir al Supremo o para influir en la designación de los nuevos jueces. Lo que es seguro es que la composición del Supremo brasileño será, al finalizar el mandato de Jair Bolsonaro, más conservadora y punitivista.
Abandonar o no el gobierno del volátil capitán Jair Messias Bolsonaro y en qué momento, esa es la cuestión para Sergio Moro. Tal decisión dependerá de los acontecimientos y del avance de la agenda de reformas que hoy es prioridad para la mayoría del arco político. Bolsonaro llegó renovando las esperanzas de los brasileños en plena crisis política y económica. Pero, si el Messias se convierte en capitán de un naufragio, el ex juez debería resguardar su capital político y ser de los primeros en abandonar el barco. En la Corte Suprema, como candidato o integrando una nueva coalición, hay Moro en el horizonte de la política brasileña.