El debate presidencial fue un interesante símbolo de convivencia entre candidatos, que estudiaron un libreto para cada uno de los temas planteados de antemano y se atuvieron a las rígidas normas preestablecidas.
Más allá de algunas chicanas cruzadas, no hubo prácticamente interacción entre los candidatos, sino monólogos independientes que le hablaban a sus electores sobre temas diversos como economía, derechos humanos, salud y educación, y política internacional desde visiones en algunos casos totalmente antagónicas.
La imposición por ley del debate dejó atrás la lógica que hacía que el candidato con mayor intensión de votos, el que tiene más para perder en un debate, desistiera del mismo. Situación que se sostuvo desde la vuelta a la democracia hasta 2015, cuando por primera vez asistimos a un debate. Debate que se dio antes del balotaje que llevó a Mauricio Macri a la Presidencia, en una elección definida por la política y no por la economía. Economía que había llegado a las elecciones sin ajustar con una demanda de pesos contenida por el cepo, un BCRA regalando contratos de futuros y con la posibilidad del nuevo gobierno de acceder al financiamiento para aplicar un ajuste gradual.
¿Roberto Lavagna ya es parte del Frente de Todos?
A diferencia de ese debate entre dos, con un resultado electoral todavía incierto e interacción entre ambos candidatos que también habían entrenado para el caso, este debate entre seis con un resultado prácticamente definido en las PASO en medio de una economía muy dañada por la crisis financiera y con un FMI retirado a cuarteles de invierno hasta que aparezca un nuevo interlocutor, tuvo gusto a poco.
Sobre todo, cuando el espacio cedido a todos los candidatos fue el mismo, y siguiendo la lógica del Teorema de Baglini muchas de las definiciones de política planteadas en campaña estuvieron bien alejadas de una realidad aquejada por un ajuste brusco a una economía sobre expandida a la que se le cortó el crédito y que requiere cuanto antes un plan de estabilización.
Si el Gobierno entrante no avanza en un plan de estabilización que enmarque la negociación de la deuda en un programa que además del acuerdo de precios y salarios que rompa la inercia, mantenga en simultáneo la consistencia fiscal y monetaria, difícilmente se pueda pensar en el resto de las políticas. La consistencia fiscal requiere que el esquema previsional, las tarifas y el esquema cambiario se inserten en ese acuerdo de precios y salarios, sin que se dispare la brecha cambiaria. La consistencia monetaria, además de la señal de equilibrio primario (antes de intereses), va a requerir una definición sobre la deuda teniendo en cuenta que en 2020 vencen cerca de US$30 mil millones, mitad en dólares, mitad en pesos.
Se requiere técnica, pragmatismo y sobre todo poder político, para estabilizar la economía y evitar una crisis mayor. Lógicamente, nada de esto apareció en el debate. Esperemos que una vez definidas las elecciones, aparezca la cooperación y un plan que evite daños mayores a una economía donde las promesas de campaña generalmente incluyen un voluntarismo que choca con los pocos grados de libertad que esta vez tiene la economía.
*Economista y Directora de Eco Go Consultores