OPINIóN
de la viruela al Covid-19

La ciencia no abandona al hombre

A lo largo de la historia, la humanidad se ha visto atrincherada por catástrofes infectológicas y ha sabido salir adelante de la mano de la colaboración científica.

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Evolución. El médico inglés Edward Jenner, el creador de la primera vacuna, La Sabin, contra la polio, enfermedad que, en breve, podría desaparecer. | cedoc

La viruela, tal vez haya sido la enfermedad más importante en la historia de la humanidad y se estima que, previo a la aparición de la vacuna, causó más muertes que todas las guerras juntas hasta entonces.

En 1796, mientras esta infección diezmaba a la población europea causando la muerte del 20% de los afectados, y secuelas como las cicatrices cutáneas en las zonas donde habían estado las pústulas de la enfermedad, un médico rural inglés, Edward Jenner, realizó una observación científica empírica, sin conocer sobre los mecanismos de inmunidad, ni tampoco sobre la existencia de los microbios. 

Las vaqueras, jóvenes mujeres abocadas al ordeñe de las vacas en el campo, poseían marcas de viruela en sus manos, por lo que Jenner supuso que estas jóvenes, adquirían una forma localizada e inocua de viruela, desde las ampollas de las ubres de las vacas que ordeñaban. Vacas que por aquel entonces, estaban afectadas de viruela bovina, enfermedad similar a la humana pero mucho más inocua. Las mujeres quedaban de algún modo protegidas, evitando contraer la grave infección interhumana existente.

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Jenner verificó su hipótesis extrayendo material de una lesión de una ordeñadora e inoculándolo en la piel a un joven, quien desarrolló, en la zona, una típica pústula de viruela, pero sin presentar nunca la enfermedad. Se inició así la historia de la vacunación y, en 1980, la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró a la viruela primera enfermedad erradicada del planeta a través de una vacuna, disponiendo el cese definitivo de la vacunación antivariólica.  

Avances y cooperación. Esta historia encuentra cierto paralelismo con nuestra realidad pandémica, una crisis que pareciera indicar que el mundo no estaba preparado para el coronavirus, al igual que no lo estaba para la viruela, en los albores del siglo XVIII.

Sin embargo, somos espectadores del mayor avance científico en corto tiempo en la historia de la Medicina, y asistimos a un verdadero “speeding” de la ciencia. Así como el descubrimiento de Jenner significó que, por primera vez, la humanidad contase con una vacuna eficaz, capaz de contrarrestar una de las enfermedades más contagiosas por entonces, el hallazgo del genoma viral del coronavirus, a días de instalarse la pandemia, permitió el desarrollo de cientos de vacunas contra SARS CoV 2, que colman de expectativas futuras.

En este sentido, el método científico experimenta un avance inexorable y trata de ganarle terreno al coronavirus. La cooperación científica internacional abre nuevos circuitos, al compartir información con generosidad y transparencia.

La misión de los médicos, como sanadores, en una situación como la pandemia de Covid-19, parece obligar a que se tenga que hacer siempre algo. Sin embargo, los médicos están capacitados en el método científico, y comprometidos con la práctica de la medicina basada en la evidencia que tiene, como premisa, la capacidad de interpretar informes científicos sobre supuestos avances en prevención, diagnóstico y tratamiento. 

Este enfoque debe mantenerse siempre, y particularmente si se consideran intervenciones que puedan acarrear algún riesgo para los pacientes, cuando aún no están cabalmente demostrados sus beneficios; aferrándose de esta forma, a uno de los postulados esenciales de la profesión médica “Primum non nocere” (“Primero no dañar”), debiendo ser cuidadosos con las consecuencias del deseo, y obligación, de “siempre querer curar”.

Información e infodemia. Atravesamos días cargados de información científica de adquisición reciente, que puede ser más o menos relevante. La sorprendente avalancha de nueva información sobre Covid 19, puede carecer de la contundencia de los estudios clínicos aleatorizados; estos constituyen un paradigma de la investigación y el mayor nivel de evidencia científica posible, dado que los participantes del ensayo son asignados en forma aleatoria a los grupos de intervención. Este diseño, en el que ninguno de los profesionales participantes del estudio interviene en la decisión del tratamiento que recibirá tal o cual paciente, también es llamado “de doble ciego”; puesto que investigador y paciente ignoran el tratamiento adjudicado. Un claro ejemplo de estudios aleatorizados son los que se están llevando a cabo en Fase III de vacunas contra SARS CoV 2.

La emergencia en salud ha sido, además, un caldo de cultivo para intoxicar a la población con una sobreabundancia de información, propagada fundamentalmente a través de las redes sociales. Esta exuberancia informativa sobre el tema concreto del coronavirus, ha sido denominada “infodemia” y se relaciona con conceptos similares como fake news, en la medida en que la información se intensifique y sus postulados sean falsos.

El desarrollo y conocimiento científicos, y el alto nivel de tecnologías disponibles, no obstante, han permitido que la pandemia haya sido bien explicada a la comunidad, por comunicadores especializados en salud, hecho que también encuentra pocos precedentes.

En momentos de crisis, puede dependerse de publicaciones que no fueron aún chequeadas y filtradas por un editor, como así también de estudios clínicos en curso. La enorme presión mundial ejercida por la pandemia, dada la aún inexistencia de tratamientos adecuados contra Covid 19, ha llevado a organismos de salud y sociedades científicas, a recomendar la administración de medicamentos denominados “fuera de prospecto” (off label), es decir, aquellos que se utilizan para una indicación distinta por la que oficialmente se encuentran registrados y autorizados. Drogas como, hidroxicloroquina, azitromicina y lopinavir-ritonavir, integraron esa lista, con la convicción de brindar alguna ayuda, ante la cruda realidad pandémica, aguardando resultados favorables de los estudios en curso. 

Una terapéutica que ha demostrado, científicamente, reducir la mortalidad de casos graves de Covid-19 son los corticoides, cuando son suministrados a pacientes que requieren de oxígeno. Los corticoides son fármacos utilizados hace mucho tiempo, en la Medicina, como antiinflamatorios y un elemento crucial es que también son un fármaco accesible, lo que significa que se utiliza en todo el mundo, sin restricciones por su costo. No obstante, existen otras tantas drogas y recursos terapéuticos con distintos mecanismos biológicos de acción contra el coronavirus, que están siendo evaluados en ensayos clínicos, tratando de demostrar su utilidad.

Superación. El intenso deseo de ensayar nuevos medicamentos no debería distraer del verdadero foco de atención médica que beneficia a los pacientes con Covid-19, y que es una atención de apoyo de la mejor calidad posible en las unidades de terapia intensiva. Las tasas de supervivencia recientes, entre los pacientes con insuficiencia respiratoria debida a Covid-19, parecen mejores que las de los primeros informes; posiblemente, no porque se disponga de un arsenal de drogas contra Covid, sino porque se está prestando más atención a los aspectos básicos del síndrome de dificultad respiratoria aguda, la anti coagulación y la correcta administración de corticoides. 

Por estos días, la sociedad seguramente se está preguntando: “¿Hasta cuándo durará la pandemia?”. Si bien nadie puede suponer con certeza el recorrido de su camino, la comunidad debería tratar de comprender que contamos con un tesoro inapreciable: la evolución científica y tecnológica, que tarde o temprano, nos llevará hacia un luminoso amanecer.

La humanidad se ha visto muchas veces atrincherada por catástrofes infectológicas y ha sabido salir adelante de la mano de la colaboración científica. El suministro de agua potable, que logró eliminar a la mayoría de los microorganismos patógenos contenidos en el agua y con ellos muchas enfermedades; la vacuna antivariólica, que hizo desaparecer del planeta la viruela; las vacunas contra poliomielitis, que para muchos será la próxima enfermedad en desaparecer de este mundo; y la provisión de innumerables y efectivos antibióticos que combaten las superbacterias, desde aquella tarde de 1928 en la que Alexander Fleming se encontró casi casualmente con la penicilina, no representan únicamente los avances científicos médicos más notorios de la historia, sino tal vez, también sean la esperanza de que “la ciencia nunca abandona al hombre”.

*Profesor Adjunto a cargo de Enfermedades Infecciosas de la Facultad de Ciencias Biomédicas de la Universidad Austral.