Un joven de 18 años ingresa armado en el colegio de Uvalde, en Texas, EEUU, asesina a 19 niños y a 2 adultos; finalmente es asesinado él.
Salvador, ese era su nombre, y resulta burlesco, paradójico. Salvador no fue salvado y por efecto dominó, tampoco pudieron ser salvadas sus víctimas. Ese es el dramático final, la noticia que recorre el mundo. ¿Pero cómo se llega a desencadenar una tragedia así?
Rebobinemos la cinta. Salvador Rolando Ramos es un caso “de manual”, como se suele decir. Los testimonios que van recolectándose coinciden, ayudan a descifrar, a encontrar algunas de las posibles razones que pudieron llevarlo a perpetrar tremenda matanza. ¿Por qué necesitamos saber las razones de un asesino, describir su perfil psicológico? Porque nos duele y no lo podemos creer. Y porque siempre es así, cuando uno de los nuestros, un ser humano, viola, lastima o mata, se conmueve nuestra especie, nuestra fallida sociedad, porque nos recuerda que algo no está funcionando bien.
La masacre de la escuela de Texas fue el tiroteo número 203 de EEUU en todo 2022
Salvador era un niño con dificultades en el habla y por ese motivo sufrió bullying en la escuela (¿su venganza final en el escenario donde se inició su sufrir?) y como consecuencia de ese síntoma fue convirtiéndose en un joven solitario, introspectivo, tímido. Ausencia paterna y madre adicta. Vivía con sus abuelos. Antes de salir hacia el colegio en el que desencadenaría la tragedia, hirió a su abuela. También subió fotos a las redes sociales exhibiendo las armas que había comprado legalmente, que en el Estado de Texas se llevan como si fueran celulares.
Salvador no fue salvado, tampoco sus víctimas. El bullying, la ausencia de contención familiar y el libre acceso a las armas resultó la combinación mortal. Así, como está funcionado el mundo, la mayor riqueza que podemos cosechar como seres humanos es salud mental, paz interior, tranquilidad. Porque todo está dado para la desestabilización personal, para las furias, los enojos, las frustraciones, las competencias, la búsqueda insaciable de objetos, de adquisiciones de mercado, subidos en una montaña rusa de ansiedades, angustias y miedos. El campo emocional es intoxicado a diario, pero se continúa como si nada, naturalizando las mil formas de maltratos entre los que nos movemos, acostumbrados a sobrevivir.
Salvador es la metáfora de tantas niñeces sufrientes, de ausencias familiares, de perversiones institucionales y de Estados que promocionan y facilitan violencias. Salvador mató y fue asesinado también. Asesino asesinado. Como aquel cuento del niño que le plantea a su papá: “Si matamos a todos los malos, ¿solo quedaríamos los buenos?”. A lo que su padre responde: “No, hijo, solo quedaríamos los asesinos”. Sin embargo, el mundo se sigue regando con sangre, maldad y terror.
Tiroteo en Texas: 19 niños y 2 adultos muertos en ataque armado a una escuela de Estados Unidos
¿Cómo se resuelve el problema de la violencia? ¿Estamos a tiempo de detenerla? No lo sé. De lo que sí estoy convencido es que en la historia infantil de Salvador estaban dadas las condiciones para la construcción de un ser sufriente, tal vez un suicida o un asesino, finalmente. Pero nadie hizo nada, o sí, se hizo algo, se lo abatió cuando ya nada era evitable, cuando ya era inevitablemente la expresión de ser asesino.