Madres y padres que abusan sexualmente y matan a sus hijas e hijos. Asesinatos y suicidios. Maltratos callejeros. Un femicidio cada 30 horas. Un niño de ocho años le dice a otro de la misma edad, “quedate quieto, gordito”, y le suelta un alacrán por debajo de la remera. Brotes psicóticos. Locura diaria. Hombres que matan a otros hombres.
Así, cada jornada, una escalada de violencia que se expande, que se multiplica como panes y peces para el banquete del horror. Es verdad, también hay amor y belleza, pero la sombra del odio oscurece todo lo que nos hace bien, lo que deber ser: el triunfo de la vida.
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El punto de partida del análisis podría ser la siguiente pregunta: ¿Por qué aparece la violencia a tan temprana edad? Porque hay cierta niñez que aprende a resolver los conflictos de manera agresiva, copiando el formato que le ofrece el mundo adulto. En muchos hogares, en algunas instituciones, en la calle, en la televisión y en juegos virtuales (diseñados y promocionado por adultos) la agresividad está expuesta y, peor aún, naturalizada. Estamos en un tiempo donde la palabra ha perdido su valor y los actos, violentos, terminan siendo el modo de comunicación y de resolución de las problemáticas.
Las ondas expansivas de las violencias intrafamiliares y sociales llegan hasta las escuelas para convertirse en bullying. Así, las niñas y los niños reproducen lo aprendido. El acoso escolares una conducta repetitiva, sostenida en el tiempo, efectuada con intencionalidad, para intimidar, someter y atemorizar a quien resultará la víctima, elegida previamente por su forma de ser “diferente”; diferencia que suele ser el motivo que encuentra el violento para desplegar su violencia.
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El ser distinto, por ejemplo “gordito”, como el caso del niño agredido con el alacrán, y como bien lo demuestra la historia de la humanidad frente a otras diferencias, resulta la raíz de la construcción del otro como el enemigo al que hay que castigar, encerrar en manicomios o matar. Este es un mundo en el que se enseña, por sobre todo, a valorar lo parecido y a desechar o a ser intolerantes con lo distinto. ¿Pero no es acaso el ser diferente, el otro o la otra que no se nos parece, quien nos puede enseñar a ampliar nuestro horizonte más allá del limitado marco del espejo que nos ofrece la similitud?
La violencia destruye el bienestar psicofísico y social. En el bullying, como en toda manifestación violenta, cuando se daña el cuerpo se conmocionan también el psiquismo y las emociones, y viceversa, el maltrato psicológico afecta el plano físico. Cuando se denigra, menosprecia o se ridiculiza a una persona, suele hablase de violencia sutil, una vez más relativizando los efectos en el campo mental, como si solo doliera el cuerpo, como si no tuviéramos un mundo interior en el que también se sufre.
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Se cree solamente en lo que se ve. Pero en el psiquismo, aunque no puedan verse los moretones, quedan marcas, sufrimientos que luego se manifestarán expresándose en el campo emocional con síntomas compatibles con la depresión, con angustias, miedos, descendiendo la autoestima, restándole a la víctima de violencia deseos de vivir y de disfrutar la vida. Y si el ser sufriente no es contenido y abordado terapéuticamente, los efectos de lo padecido podrán irrumpir después con diversos síntomas psicofísicos; o haciéndose activa la violencia sufrida pasivamente en el pasado, de ser víctima a victimario. En síntesis, el maltrato recibido nunca será sin consecuencias.
La niñez y adolescencia que se expresa mediante palabras denigrantes y actos violentos es la clara demostración del fracaso de la cultura, del entramado socio-familiar en el que los adultos trasmiten la intolerancia, el odio y la ausencia de diálogo. Como en El juego del calamar, Los juegos del hambre o La purga, este mundo invita a lo dual, a lo binario, a polaridades, a la vida o la muerte, a ganar o morir, a justicia por manos propias, o a leyes caprichosas, instalando en el imaginario colectivo que la condición del ser humano es trágica y de supervivencia, que hay que ganar como sea, competir y no cooperar, acumular y no compartir.
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La violencia solo se detendrá cuando se aprenda a valorar y convivir con lo más importante que tenemos los seres humanos: la diversidad y el diálogo.