El bajón, la tristeza, el vacío existencial, el pesimismo o la falta de esperanza pueden sostenerse en el tiempo y tornarse una enfermedad mental, un cuadro psicopatológico como es la depresión. Cada vez que hay un suicidio, como fue el de Santiago Morro García, el jugador de Godoy Cruz, los psicólogos y psiquiatras somos consultados y un tema que no debe ser soslayado cobra una nueva dimensión.
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Nadie sabe los motivos que llevan a que una persona tome como último deseo el acto que elimina todos los deseos: matarse. No voy a detenerme en el caso del jugador, por respeto a sus allegados, pero sí tomar algunos trascendidos mediáticos para pensar y más que nada para ayudar a detectar las evidencias que podrían evitar un suicidio. En general un suicidio no suele decidirse de la noche a la mañana. Siempre hay avisos, signos que hacen presumir que alguien está en riesgo para sí mismo. Es fundamental detectar algunos de estos cambios: En la mirada -lugar donde más se reflejan los sentimientos-, en la postura corporal, en el aseo, en el dormir, en la vestimenta, en la alimentación -por lo tanto muestran alteraciones en el peso-, en la falta de interés en actividades que antes eran gozadas, y sin lugar a dudas en el discurso oral y escrito. Las palabras transportan la angustia y el vacío del hablante. Y las redes sociales hoy son el paredón donde los eventuales suicidas expresan sus dolencias, sus angustias o enojos con la vida.
Nadie sabe los motivos que llevan a que una persona tome como último deseo el acto que elimina todos los deseos: matarse
La depresión no necesariamente conlleva al suicidio, aunque muchas veces sí. De alguna manera la persona depresiva ya vive una suerte de retiro de la vida, de no goce, de presencia ausente. En los caso leves llevan los asuntos cotidianos con pesadez, con angustia, pero aún con cierta ligazón a la vida; oscilan entre el deseo de vivir y hacer cosas, con el abandono de todo lo emprendido. Y en lo casos graves hay una sensación de muerte en vida, con altos montajes de angustia y ansiedad, cansancio físico-existencial, cambios en el humor y vivencias de exterioridad -de sentirse afuera y ajeno de todo lo que sucede-, alteraciones que pueden desencadenar el acto del suicidio como último recurso, como vía para dejar de sentir el dolor de existir.
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¿Un hecho puntual puede llevar al suicidio? En términos psicoanalíticos decimos que siempre determina la singularidad, el caso por caso. Esto quiere decir que ante un mismo hecho, pongamos como ejemplo clásico una enfermedad grave, hay quienes la pelean hasta el final y otros que determinan el final de la enfermedad matándose. Los conflictos amorosos y laborales también suelen ser terrenos críticos en los que se dividen las aguas entre los seres que se sobreponen luchándola y los que responden muriendo o matando. Toda situación crítica pone al ser humano en crisis. Pero hay quienes cuentan con recursos suficientes para transitarlas y otros que desesperan y no ven la salida, o ven como única salida la muerte.
En los caso leves llevan los asuntos cotidianos con pesadez, con angustia, pero aún con cierta ligazón a la vida; oscilan entre el deseo de vivir y hacer cosas, con el abandono de todo lo emprendido
Una tarde, hace varios años, en un colegio donde me convocaron para dialogar y contener a un grupo de adolescentes luego del suicidio de un compañero, una alumna me enseñó lo que yo solo había leído en los libros. Se sentía culpable porque no había podido evitar lo que ella sospechaba que su amigo iba ejecutar. Narró con angustia que desde hacía un año lo veía cerrado sobre sí mismo, distante y demasiado serio. Que fue cortando vínculos y no tenía ganas de juntarse y de salir. Que se lo percibía todo el tiempo melancólico. Y que el día previo al suicidio, señaló finalmente la compañera, había visto algo raro en su mirada..., sí, algo raro en su mirada.
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El suicidio es el estado de máxima soledad. Quizá podamos aprender no a descubrir las motivaciones que llevan a que un ser se mate -porque ese saber se lo lleva el suicida-, sino a registrar en la mirada, en los actos simples y cotidianos, los signos de la proximidad de la muerte y ayudar a contener a quien está sufriendo, y solo entonces sí logremos detener a tiempo el efecto dominó que llevaría a que alguien se quite la vida como último recurso.