OPINIóN

¿Por qué justificamos al otro?

Justificar o excusar a otros es algo que hacemos con frecuencia cuando queremos seguir manteniendo la imagen que tenemos de la otra persona, aunque sus comportamientos no coincidan, porque la necesitamos o dependemos de ella física o emocionalmente.

Diálogo 20230118
La justificación del otro. | Pixabay

Muchas veces el otro me refleja, se convierte en un portador de mis deseos, fantasías, sueños, quiero verlo perfecto, poderoso.

Cuando el otro no es todo lo que espero muchas veces lo justifico, porque si no lo hago, siento que una parte de mi mismo está mal. Justificar al otro, es, generalmente, no querer salir de mi propia fantasía.

Justificar o perdonar a otros es algo que las personas hacen continuamente cuando no quieren renunciar a la imagen que tienen de esa otra persona, cuando quieren que un tercero sostenga una imagen concreta de la persona a la que se justifica. Muchas veces se busca mantener la imagen de una persona, aunque sus conductas no coincidan con esa imagen, porque se depende o se necesita de ella ya sea física o emocionalmente. Lo que sucede es que, al justificar a alguien, es más difícil tener la imagen real de quien es eso otro. Al justificarla o excusarla, se sigue manteniendo la imagen de quien se espera que sea, sin descubrir el tipo de persona que realmente es.

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La fantasía, siempre es más linda que la realidad. En la fantasía no hay olores, malestares, no hay dolores, todo es hermoso, y a la hora de enfrentar la realidad con sus complejidades, es más fácil taparla con fantasía,  pero la fantasía, continúa siendo eso: fantasía.

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La consecuencia a largo plazo de justificar al otro es el sufrimiento. Ya que, por un lado, seguir justificando algo que no es genera un gasto de energía y estrés que termina trayendo malestar. Por otro lado, al encontrarse, tarde o temprano, con la realidad va a generar decepción y frustración.

En ocasiones al justificar al otro, se espera que ese otro cambie, que reconozca sus actitudes negativas, se le da tiempo. El problema de pensarlo así es en primer lugar, que el otro no va a cambiar simplemente porque alguien lo espere, los cambios son propios y subjetivos en cada persona, si yo espero que el otro cambie no lo va a hacer solo por mí.

La segunda parte de este problema es que lo que se niega no cambia, lo que precede al cambio es la aceptación. Si yo niego como es el otro y no acepto que el otro es como es y yo soy como soy, no hay cambio posible.

Aceptar la realidad de como soy y cómo es el otro es el primer paso del cambio, ya sea al cambio del otro, o el mío. Muchas veces, aunque duela, cambiar tiene que ver con dejar de estar en espacios o relaciones que no son lo que realmente deseo.

Hay muchas maneras de justificar a las otras personas: “Es que me quiere, pero no sabe expresarlo” “Es su manera de amar” “Con lo difícil que es la vida de esa persona pido mucho”. Estas frases ponen el énfasis en las necesidades del otro y no en la mías, y si siempre priorizo a los demás, entonces no aprendí a valorarme.

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. La diferencia entre autoestima y egoísmo, es que, en la autoestima, yo me priorizo.

Hay personas que creen que autovalorarse, o priorizarse es egoísmo, pensamiento que surge muchas veces de mandatos sociales relacionados al amor romántico. La diferencia entre autoestima y egoísmo, es que, en la autoestima, yo me priorizo, de todas maneras, hay muchas otras personas a las que quiero, acompaño y amo. En el egoísmo, no me doy prioridad, sino que me convierto en el único importante.

Otros sostienen el pensamiento de que las relaciones tienen que ser para siempre, que hay que pelear por los vínculos hasta la muerte. No darse por vencido y seguir peleándola es muy bueno en muchas circunstancias, pero muchas veces se confunde lucha con obstinación.

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Cuando se habla de relaciones dónde no hay reciprocidad, donde siempre uno es el que pone el cien por ciento, cuando la relación con el otro hiere psicológica, emocional o físicamente, esa pelea por sostener un vínculo de por vida se convierte en un peligro, sostenido por una necesidad de apego que no es sana.

Por último, muchas veces en la justificación, nos convertimos en “salvador” o “redentor” del otro, al hacer eso se está malentendiendo el amor. Quien cumple un rol de mártir, o hace todo para que el otro este bien, sin que otro tenga que hacer nada por sí mismo, reparando todos sus males, en lugar de ayudarlo, lo está condenando a que no aprenda a valerse por si mismo. Esta sobreprotección anula al otro y me anula a mi mismo, porque no le permito al otro crecer por sus medios y porque me convierto en el esclavo de sus necesidades. El amor es muy importante en la relación con otros, de todas maneras, no es lo mismo amar y ayudar que “salvar”, y es importante correrse de ese lugar si se desea una relación sana.

Dejar de justificar al otro se convierte entonces en una cuestión de supervivencia y autoestima. Amarse a uno mismo, priorizarse, logrando de esta manera amar a otros sanamente, va a evitar la justificación de conductas y actitudes que lastiman y va a permitir una mejor calidad de vida.

*Dr. en psicología, docente, tallerista y autor. @calvoflavio