OXFORD – En la reciente Cumbre de la ASEAN en Kuala Lumpur, el presidente del Consejo Europeo, António Costa, delineó la postura estratégica de Europa: “La Unión Europea se enorgullece de relacionarse con la ASEAN como un socio confiable en el cambiante entorno geopolítico actual”. Sus palabras resonaron con las de la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, quien meses antes había propuesto una alianza con el bloque comercial transpacífico CPTPP.
Estas iniciativas buscan reducir la dependencia de los caprichos de Donald Trump, cuyas presiones a los aliados y aranceles arbitrarios han empujado a Europa a buscar socios más estables y equitativos. El propio expresidente estadounidense reafirmó esa necesidad al imponer un nuevo gravamen del 10% sobre productos canadienses, en respuesta a una simple cita de Ronald Reagan sobre los perjuicios de las tarifas.
El punto de inflexión de Úrsula von der Leyen
En este contexto de inestabilidad, Europa tiene una oportunidad única: ofrecer una alternativa al exceso de dependencia de Washington o de Pekín. Mientras el presidente chino Xi Jinping promueve un discurso “antihegemónico” y promete “verdadero multilateralismo”, sus actos —desde la presión sobre Filipinas hasta el endurecimiento de sus créditos bilaterales— despiertan desconfianza.
Para aprovechar este momento, la UE debe repensar su ventaja comparativa geopolítica. Su modelo social, sus valores y su cooperación tradicional han perdido atractivo, incluso entre los propios europeos, que enfrentan sistemas sociales insostenibles y el auge de movimientos de extrema derecha.
Hoy, la influencia del bloque dependerá menos de sus ideales y más de su capacidad para generar crecimiento y atraer inversión. A diferencia de China —y cada vez más de Estados Unidos—, la UE sigue siendo un mercado abierto, dinámico y receptivo a la inversión extranjera directa. Además, su “periferia” —países como Irlanda, Polonia, Croacia o Grecia— muestra un crecimiento superior al promedio continental.
También hay señales alentadoras en el ámbito tecnológico y financiero: nuevas startups europeas comienzan a desafiar la percepción de una Europa meramente reguladora y no innovadora.
Para capitalizar ese potencial, los líderes deben actuar según el informe del ex presidente del Banco Central Europeo, Mario Draghi, que propone invertir hasta 800.000 millones de euros al año en defensa, infraestructura, energía limpia e inteligencia artificial. El bloque tiene los recursos: debe usarlos mediante una unión de mercados de capital, incentivos a la innovación y mejor aprovechamiento del Banco Europeo de Inversiones.
Europa no debe caer en el error de imponer su visión moral o regulatoria. El atractivo del continente no está en las sanciones o los aranceles, sino en alianzas cooperativas, transferencia tecnológica y proyectos energéticos conjuntos con reglas claras y consensuadas.
La guerra en Ucrania despertó a Europa de su complacencia: aumentó el gasto militar y la unidad política, pero ahora debe centrarse en la eficiencia e innovación, no en el clientelismo. La credibilidad del continente como socio de seguridad depende de su capacidad para desarrollar tecnología propia y reformar su sistema de adquisiciones militares.
El verdadero poder de la Unión radica en su tradición de cooperación institucional y en su sistema jurídico estable. En un mundo donde el liderazgo estadounidense depende del personalismo y el chino del control centralizado, la previsibilidad europea es un bien escaso y valioso. Mientras mantenga su compromiso con el Estado de derecho, Europa seguirá siendo un socio confiable para los países que buscan estabilidad sin sometimiento.
(*) Nayri Woods es decana de la Escuela de Gobierno Blavatnik de la Universidad de Oxford.
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